Democracia y Política

Podemos: ¿Por qué es ahora o, quizás, nunca?

Podemos está moderando su discurso. Quizás porque ahora comienza de verdad la batalla electoral y en España, y casi en cualquier sitio, es imposible ganar unos comicios con un discurso radical. O tan radical y tan difícil como el que presentaron a las elecciones europeas. Y, sobre todo, tan poco trabajado.

Podemos, sus miembros, tienen la necesidad, casi la obligación de ganar las próximas elecciones, porque saben que, probablemente, sea una cuestión de ahora o nunca. Porque son conscientes de que sólo en muy concretas circunstancias es posible que triunfe un movimiento social devenido en una potente fuerza. Sólo en muy determinadas situaciones se alinean los astros y crean la oportuna estructura de oportunidad política. Sólo en limitadas ocasiones se abren unas grietas lo suficientemente amplias por las que un presunto nuevo mundo puede colarse.

Los teóricos sociales hablan de distintas dimensiones de la oportunidad política y veremos por qué consideramos que ahora se dan las condiciones idóneas para Podemos.

¿Un Estado fuerte o débil?

El éxito del movimiento, dice un estudioso clásico de los movimientos sociales, McAdam, depende de lo abierto o lo cerrado que sea el sistema político, es decir, de los huecos que deje a la participación de fuerzas ajenas y contestatarias al poder. La apertura o la cerrazón de un sistema político puede determinar su fortaleza o su debilidad. Y ésta, según otro teórico, Kriesi, depende de su grado de descentralización, del equilibrio alcanzado entre los aparatos del poder ejecutivo, legislativo y judicial, de la coherencia de la Administración Pública, así como de la institucionalización de los procedimientos democráticos directos. Los sistemas políticos fuertes se caracterizan por su impermeabilidad a los “inputs” de los desafiadores y su alta capacidad de imponer sus propios “outputs”, siendo débiles aquellos que facilitan la acción colectiva y su consiguiente éxito, ya sea procedimental o sustantivo.

Se puede hablar también, en lugar de sistemas fuertes y débiles, en lugar de sistemas abiertos y cerrados, de sensibles a las demandas o inmóviles ante las reivindicaciones.

¿Cómo es el sistema español? ¿Cerrado y fuerte? Quizás. Aunque eso ya parece irrelevante. Las demandas sociales durante la crisis apenas han tenido respuestas positivas por parte de las autoridades. Al contrario. Todas y cada unas de las políticas que se han adoptado en los últimos tiempos han ido contra la mayoría de los ciudadanos y a favor de los poderosos.

Lo fundamental en el caso español, lo sustantivo, más que la apertura o la cerrazón de las instituciones a la participación popular, es la sensación de pérdida de legitimidad. La gente puede haber aceptado que el sistema es inexpugnable, impenetrable, poco participativo, que incluso legisla contra sus intereses, pero no que, además de todo eso, esté dirigido por corruptos. O, mejor, que el propio orden establecido promueva la corrupción o esté al servicio del enriquecimiento ilícito de las élites.

Podemos, pues, ha encontrado la oportunidad política en un sistema cerrado a la participación ciudadana y deslegitimado por las malas prácticas de la oligarquía, de los de arriba, de la casta. Ahí Podemos su grieta. No queremos decir que Podemos es oportunista, sino que su aparición es oportuna. Su gente lleva mucho tiempo luchando y se ha terminado de organizar en un conglomerado eficaz, aprovechando la sensación de completo colapso de un sistema, el que se configuró en 1978. El movimiento social, las redes ya existían. Sólo es que se han activado ahora porque piensan que ahora pueden ser más eficaces que nunca. El escenario ahora es el propicio para tomar el cielo por asalto.

¿Un sistema represor o seductor?

Pero, ¿qué hace ese sistema?, ¿integra o excluye a los que protestan?, ¿reprime o intenta asimilar, e incluso seducir, al discrepante? Cuando Podemos no había llegado a ser un partido político y era apenas un movimiento social, el 15M, la estrategia del poder era la represión, la exclusión, el no reconocimiento de su papel como actor político fundamental como contestación al actual orden de cosas. Sobre todo el descrédito.

Pero los medios de comunicación y su poder para crear la realidad facilitaron el reconocimiento del movimiento social como actor legítimo, sobre todo una vez se constituyó en partido político, cuando, con todas las de la ley, se ofreció a cambiar la realidad. La televisión hizo posible un verdadero salto cuantitativo y cualitativo en el nivel de reconocimiento público. No sólo por la propia ciudadanía, sino por el resto de actores políticos.

Por tanto, además de abrirse una oportunidad desde el punto de vista económico, por la crisis y, sobre todo, por su gestión, y desde el punto de vista político, por el descrédito en que han caído sus principales actores, surgió una oportunidad mediática que los principales representantes de Podemos han sabido aprovechar como nadie.

Para su aceptación como interlocutor ha sido esencial su éxito en las elecciones europeas. En la construcción y, sobre todo, en la consagración de un movimiento social es fundamental hacer cuajar la sensación de eficacia, de que la lucha sirve para algo. Y esa idea va creciendo día tras día, con la publicación de cada nueva encuesta, que va reflejando que va ganando “cuota de mercado” entre el electorado. Tal es así que ya según la última encuesta del CIS Podemos sería la primera fuerza en intención directa de voto y tercera fuerza después de la “cocina” o después, como nos gusta a nosotros decir, de aplicar la ciencia demoscópica a las respuestas de la gente.

Esta idea de eficacia se va a poner a prueba dentro de alrededor de un año, cuando tengan lugar las elecciones generales. El equipo de Pablo Iglesias no quiere que sea antes, en los comicios municipales y autonómicos. No se quiere arriesgar a frustrar la ilusión de quienes primero se unieron al carro. Sería un jarro de agua fría que seguramente enfríe sus posibilidades de éxito posterior.

Podemos ha acertado en el diagnóstico del problema. También a la hora de apuntar a los responsables. No porque sus líderes tengan razón, eso lo dejamos a un lado, sino porque han conectado con lo que la gente opina. Han acertado en su estrategia de creación de la realidad, en su relato sobre la situación de España, en la canalización del descontento que ahora tiene un discurso propio. Ahora sólo les queda acertar también con las recetas a aplicar, sólo les resta conectar con la gente en las medidas que poner en marcha. Saben que será fundamental atinar para poder ganar, para no dejar escapar la oportunidad.

¿Un movimiento radical o conciliador?

Dicen los clásicos que cuando el sistema se cierra completamente al movimiento social, éste se radicaliza, y que cuando le deja un espacio, un hueco, por pequeño que sea, el movimiento tiende a moderarse. ¿Le está ocurriendo eso a Podemos? Lo mismo ocurre con la propia organización. En todos los movimientos sociales hay un ala más posibilista y otra más revolucionaria. En las organizaciones que entran en el sistema, la segunda suele ser anulada a favor de la primera. ¿Por eso la corriente de Echenique ha perdido contra la de Iglesias? Podemos es una fuerza ya muy institucionalizada o, al menos, en vías de burocratización.

En el estudio del activismo social es paradigmático el caso de los movimientos por la paz: a medida que se fueron popularizando, a medida que sus bases fueron creciendo, fueron moderándose, su crítica perdió profundidad y radicalidad y sus movilizaciones fueron siendo cada vez más tibias. El movimiento por la paz pudo haberse ganado a una mayoría de la población, pero una cosa era aceptar el mensaje y otra, los métodos en que se desarrolla la protesta. Algo parecido ocurrió con el ecologismo en sus inicios.

En el caso de Podemos, una cosa es aceptar su diagnóstico sobre lo que ocurre en España y otra, la aceptación de las políticas que proponían en su primer programa, muy especialmente la reestructuración de la deuda pública, la renta básica universal o las nacionalizaciones de los sectores básicos. Lo que han tratado de hacer los movimientos más radicales para ganarse las simpatías de las mayorías ha sido establecer un lazo entre las metas del movimiento y los que se considera valores mayoritarios. Pero eso, siempre, exige una moderación del discurso. Entre la pureza ideológica y el crecimiento de la base electoral, Podemos ha escogido lo segundo. Lo primero es mucho más trabajoso. Lo primero sí exige hacer una revolución. Lo segundo es sólo reforma, socialdemocracia clásica.

¿Unas élites dispersas o en alianza?

Los teóricos clásicos también hablan de otro condicionante para el éxito del movimiento: la alianza de las élites o su disgregación. ¿Cuál es el escenario actual? Las élites parecen estar unidas en la defensa del statu quo. Los teóricos dicen que al éxito de un movimiento social favorece que la oligarquía clásica esté dividida, porque eso la debilita. Éste no sería, pues, el mejor escenario para Podemos.

Pero, ¿qué ocurre en un momento como el actual en el que ha cuajado en la conciencia colectiva que “la casta” está unida porque le va la vida, su propia supervivencia, en mantener las cosas como están? Podemos, en estas circunstancias, eleva su credibilidad como alternativa real al “statu quo”. El Partido Socialista perdió su gran oportunidad de convertirse en un contrapoder, en una verdadera alternativa al Partido Popular y al poder empresarial, en el último intento frustrado de renovación. De haberse renovado de verdad el PSOE, quizás Podemos no sería virtual ganador de las próximas elecciones.

Sólo en este aspecto Podemos puede encontrarse con un mejor escenario en el futuro. Sería en el caso de que, tras las próximas elecciones generales de 2015, PP y PSOE creen un gran gobierno de presunta unión nacional. La credibilidad del PSOE como alternativa al orden existente desaparecería completamente. Y, en cambio, la de Podemos crecería sin límite.

El riesgo está en que Podemos, de ganar las elecciones pero no poder gobernar en solitario, caiga en la tentación de tocar poder con el apoyo del PSOE. O en que gane el PSOE por la mínima y busque con éxito el apoyo de las huestes de Pablo Iglesias. Entonces, como ha ocurrido con IU en gran medida, su carácter de alternativa real, la etiqueta que aún mantiene de “lo distinto”, «lo nuevo», «lo puro» se difuminaría.

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