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¿Por qué los animales presienten las catástrofes y nosotros no?

Pobre de oído, escaso de olfato... el ser humano no se caracteriza por la agudeza de sus sentidos. De ahí, que no sea tan hábil presintiendo terremotos, tsunamis y otros desastres naturales. Le contamos con qué “armas” cuentan los animales y por qué deberíamos hacerles caso.

De las cinco señales físicas que anteceden a un movimiento sísmico (cargas eléctricas, ondas sonoras de baja intensidad, afloramiento de gases del subsuelo, modificaciones en el magnetismo terrestre y nubes de vapor por la fricción de las rocas), los humanos sólo detectamos las últimas, que son visuales. El resto son ajenas a nuestros sentidos. Y es que los humanos somos mucho menos ‘sensibles’ que los animales a cualquier alteración terráquea. Nuestro cerebro puede compensar la debilidad de nuestros sentidos, pero lo cierto es que ni el olfato, ni el oído, ni la vista aportan demasiado a nuestra defensa ante las catástrofes.

El hombre es sensible a las ondas entre 1.000 y 4.000 ciclos por segundo. Los sonidos que provoca la corteza terrestre al fracturarse no alcanzan ese umbral. El olfato es, en el ser humano, un millón de veces menos preciso que el de un perro y no nos permite detectar la liberación de gases previos a los seísmos.

El ser humano carece de  ‘sistema de aviso’. La combinación de un oído y aparato fonador limitados impide a los humanos comunicarse a distancia. La tecnología ejerce hoy esa función. No tenemos tampoco ‘detectores’ magnéticos. No percibimos los cambios en el magnetismo terrestre que se producen en un seísmo porque el cuerpo no puede procesar esas señales. Y  carecemos también de ‘sentido de la vibración’. A diferencia de otros animales, no captamos las vibraciones que se trasmiten por el suelo y que ellos recogen a través de las patas.

 

 

 

 

 

 

 

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