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Por qué los republicanos se someten otra vez a Donald Trump

El Partido Republicano se ha vuelto una madriguera de cobardes, lunáticos, corruptos y fascistas

Donald Trump

Donald Trump ha sido declarado culpable de 34 cargos de falsificación de documentos comerciales. Pero es improbable que esto suponga mucha diferencia para el Partido Republicano. No sólo sigue siendo su candidato presunto para la próxima elección presidencial en los Estados Unidos, sino que los republicanos se han mostrado muchas veces muy dispuestos a perdonarle sus pasos en falso, por graves que sean.

Es verdad que la posición de Trump no es tan buena como sugieren las noticias. De hecho, su ventaja en las encuestas sigue dentro del margen de error; y aunque Nikki Haley ya anunció hace más de dos meses que abandonaba la contienda, todavía obtiene entre el 10 y el 20% de los votos en las primarias republicanas. Si no fuera por la ayuda de medios de derecha como Fox News, los candidatos independientes y de terceros partidos, las donaciones de campaña de origen desconocido y las operaciones de influencia rusas, las cifras de Trump serían mucho peores que las que se ven hoy.

Sin embargo, importantes figuras republicanas (incluidas algunas que en el pasado se mostraron muy críticas de Trump) han estado tratando de congraciarse con el expresidente antes de noviembre. Sabemos que su motivación no es «hacer a Estados Unidos grande otra vez» (Make America Great Again, MAGA), como prometía el eslogan de campaña de Trump en 2016. ¿Cuál es la verdad?

Comencemos por nombrar a algunas de esas personas. En primer lugar, tenemos al exprocurador general de los Estados Unidos William Barr. A pesar de haber hecho todo lo posible por proteger a Trump de su conducta errada (y a menudo ilegal) mientras ocupó el cargo, Barr dio la espalda a su anterior jefe cuando este intentó subvertir el resultado de la elección de 2020, describió las acciones de Trump como «nauseabundas» y «despreciables», y concluyó que «no debería ni acercarse a la Oficina Oval».

Pero ahora Barr cambió la melodía. En una entrevista reciente para Fox News, confirmó que está decidido a votar por Trump en noviembre. También ha ensalzado las virtudes de lo que denomina «teoría del ejecutivo unitario», según la cual todo lo que haga el presidente es legal. Si Trump consigue la reelección, dará vía libre a esta peligrosa idea.

Previsiblemente, Barr intentó restar importancia a la hipocresía de su decisión de apoyar a Trump, con el argumento de que «siempre dijo» que entre «dos malas opciones», su «deber» es elegir al candidato que en su opinión «hará el menor daño al país», y que eso implica votar la fórmula republicana. Pero que nadie se equivoque: lo que realmente lo mueve es el interés personal.

Barr sabe que si Trump gana en noviembre, cumplirá su promesa de tomar represalias contra quienes lo hayan tratado mal (en lo personal o en lo político). Barr no quiere ir a la cárcel. Por el contrario, siendo procurador general le hizo favores a Trump, como ampliar la función del Departamento de Justicia para que actuara como bufete de abogados personal del presidente; y quiere que se lo reconozcan. No lo va a conseguir, pero Trump ya se ha mostrado dispuesto a «perdonar» a quienes se arrodillen ante él delante de todos (y cuanto más humillante el acto de contrición, mejor), así que Barr va a hacer el intento.

Luego está el senador por Oklahoma James Lankford, que hace poco dio su aval a Trump, pese a que el expresidente lo atacó por su participación en la negociación de un proyecto de ley bipartidario sobre migraciones. Lankford puede decir que apoya a Trump porque no comparte las políticas de Joe Biden, pero es evidente que su motivación real es evitar que en el firmemente republicano estado de Oklahoma le aparezca un contendiente más MAGA que él en las primarias.

Hay otra razón por la que Barr, Lankford y otros (por ejemplo, el gobernador de Nuevo Hampshire Chris Sununu) están dispuestos a estos abnegados actos públicos de sumisión. Como observó McKay Coppins, de la revista The Atlantic, los republicanos que se enfrentan a Trump pierden «su ecosistema social» y político.

Todas estas personas (y muchas más que todavía no han aparecido) son producto de un movimiento autoritario dispuesto a purgar sin piedad a todo aquel que no muestre fidelidad total al líder. Llámelo usted como quiera (Trump, MAGA, Estados Unidos primero); hablamos de un movimiento que no tolera disenso en sus filas. Incluso Haley está diciendo que votará por Trump.

El Partido Republicano se ha vuelto una madriguera de cobardes, lunáticos, corruptos y fascistas. Muchas de estas personas se atrevieron a hablar cuando pensaban que Trump no iba a volver, cuando esperaban que les saldría gratis o cuando convenía a sus circunstancias personales y políticas. Es decir, su oposición a Trump fue un cálculo cortoplacista.

Su regreso al rebaño es la racionalización de sus posiciones dentro del ecosistema MAGA. Así de mal está la clase dirigente republicana. Si para el Día del Trabajo en los Estados Unidos (2 de septiembre) Trump pareciera encaminado a una victoria, que a nadie extrañe ver a muchos más republicanos no alineados, e incluso miembros del movimiento Nunca Trump, tratando de congraciarse con los MAGA.

Algunos nunca olvidaremos las transgresiones de estos hiperelásticos «hombres sin huesos» (para usar la expresión de Winston Churchill). Ya han demostrado su irresponsabilidad, y no tendrían que ocupar nunca más un cargo público. Por desgracia, lo más probable es que nunca deban rendir cuentas. En el Estados Unidos de hoy, quien apoya a Trump estará de parabienes si este gana; y si pierde, casi todos en el establishment de Washington lo recibirán de vuelta con los brazos abiertos, muy dispuestos a oírle contar anécdotas disparatadas sobre Trump con un trago de por medio en el Capital Grille.

Pero el culto MAGA no lo adoptarán sólo los políticos. La clase adinerada republicana, que al principio vio al gobernador de Florida Ron DeSantis como alternativa, apoyará a Trump en nombre de las rebajas de impuestos, la desregulación y que se ponga fin a la inmigración «descontrolada». A los oligarcas estadounidenses les gusta Trump porque, como ellos, actúa en modo puramente transaccional, así que creen que los dejará en paz (se equivocan).

¿Qué falta en los cálculos de toda esta gente? El futuro de los Estados Unidos. No es que en sus agendas tengan el tema más importante de la política estadounidense relegado a segundo o tercer plano: es que ni siquiera lo tienen en lista.

 

*Este artículo se publicó originalmente en Project Syndicate.

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