Política

¿Por qué no un decálogo antipolarización?

La polarización es un proceso psicosocial que refuerza estereotipos y sesgos de atribución hostil y simplifica —muchas veces burdamente— temas que son complejos y multidimensionales. El voltaje de los intercambios y agravios en contextos polarizados genera tensión y sufrimiento en nuestros entornos y en diversos espacios en que nos movemos. Así, la polarización contribuye a fracturar el tejido social, atentando directamente contra el diálogo a nivel familiar, de amistades, comunitario o entre sociedad y Estado.

El ser polarizado va perdiendo autonomía y se transforma lentamente en una antena transmisora de las narrativas y discursos de los polos. En escenarios polarizados, los puntos medios dejan de ser interesantes y se invisibilizan por la estridencia de los extremos. Las lentes críticas pero constructivas para analizar problemáticas complejas de la vida en sociedad pasan a un segundo plano y predominan las anteojeras de los polos. La polarización alimenta el fanatismo y el fanatismo, a su vez, nutre a la polarización. Los algoritmos de las redes sociales para moldear nuestros gustos y conductas profundizan el efecto burbuja e invisibilizan ideas y opiniones que no se ajusten la «realidad» creada a nuestra medida.

¿Será posible contrarrestar la intolerancia, estigmatización y descalificación del otro, propios de la polarización? ¿Y si pudiéramos ir creando unas reglas de juego que nos inmunizaran contra la polarización? ¿Y si el poder (y la responsabilidad) de jugar con esas reglas estuviera al alcance de nuestras manos?

A continuación, ensayamos diez claves para evitar caer en la polarización y recuperar la capacidad de dialogar sobre todos los temas con todas las personas:

1. Resistir la presión a opinar y definirse en temas que son presentados de manera dicotómica, en la que predomina un tratamiento mutuamente excluyente. En contextos cargados, la inercia polarizante es reproducida por los medios —la confrontación vende—, por nosotros —buscamos tener razón dentro de lógicas nosotros-ellos— e, incluso, por diversas instituciones que promueven determinadas interpretaciones de temas específicos. Si tenemos una posición no debemos esconderla, pero si queremos averiguar más o, simplemente, en un momento no queremos o no sabemos qué opinar sobre un tema, resistamos las fuerzas gravitacionales de ambos polos que buscan que nos definamos por uno u otro. No opinar no implica cerrarse a conversar, sino proponer otra dinámica de diálogo, una que ayude a nutrir nuestras relaciones, construir ciudadanía y prevenir el debilitamiento del tejido social.

2. Reemplazar las redes sociales por el contacto directo para conversaciones que nos importan. Los muros de redes sociales son, muchas veces, las arenas romanas de la actualidad. También, el anonimato que permiten ciertas redes hace que normas básicas de convivencia no siempre se respeten y que, frecuentemente, la dinámica de comunicación sea unilateral, sin buscar el intercambio, sino exponer (¿o imponer?) una visión propia. Por eso, cuando queramos tener conversaciones sensibles o sobre temas que nos importan mucho, sustituyamos las redes sociales por el contacto directo. Volvamos a las raíces, al café de por medio (cuando se pueda), al llamado telefónico, o, en este contexto de distanciamiento social, a la videollamada.

3. Comprometerse a un cambio mínimo. Asumir un compromiso de que, mínimamente, algo se transforme en nosotros a partir del intercambio que vamos a tener. Esto puede ser en la lectura del problema, la incorporación de información nueva o hasta un leve matiz en nuestra mirada. Si, luego de estar dialogando un tiempo sobre un tema, salimos inmutados, el intercambio pierde relevancia y se reducen los incentivos para futuros encuentros. Si, en cambio, existe ese compromiso, luego de la conversación es posible identificar qué fue lo que nos aportó ese intercambio. Quien no sale transformado de un diálogo, evidentemente no estaba dialogando.

4. Preservar la dimensión relacional. Cuando conversamos con personas en nuestros entornos muchas veces buscamos ganar, aunque sin realmente entender a quién ni, mucho menos, cuál sería el premio. Frecuentemente, encaramos conversaciones como si fueran partidos de fútbol, a ver quién hace más goles. El costo de no dialogar sanamente con nuestra familia y amistades es, como mínimo, una relación incompleta y, como máximo, un distanciamiento. Jean Paul Lederach, reconocido practicante e intelectual de la construcción de paz y el cambio social, sostiene que, en escenarios de división y conflicto recurrente, finalmente los individuos no serán recordados por lo que dijeron o prometieron, ni tampoco por los productos o resultados que obtuvieron, sino por la calidad de las relaciones que alimentaron y crearon y, por ende, por el tipo de presencia que tuvieron.

5. Comenzar con temas menos complejos. En contextos cargados en los que, además de la polarización, nos enfrentamos a noticias falsas y posverdades que disparan emociones y minan las posibilidades de tener puntos de anclaje cognitivo común, a veces, es conveniente comenzar por conversaciones sobre temas menos controversiales. Si logramos intercambiar opiniones sobre un tema en el que disentimos, con cierto éxito y sin ofendernos, podemos rescatar lo que funcionó en ese intercambio. Esto permitirá alimentar la memoria positiva para que lo que sirvió hoy se convierta en una hoja de ruta para próximas charlas.

6. Visibilizar posiciones y expresiones menos resistidas en las audiencias de cada uno de los polos. En general, los medios ponen el foco en los actores con visiones más extremas, generando así una retroalimentación de modelos mentales y prejuicios que ya existen. Resulta más constructivo referenciar y mostrar, incluso en charlas personales con familiares, amistades y colegas de trabajo, a quienes sostienen posiciones más digeribles para el polo opuesto. Este tipo de ejercicio puede colaborar a una oscilación hacia el centro del tablero. Aunque es trabajoso y demora, resulta esencial para generar polinización de pensares y sentires en un contexto que profundiza los compartimentos estancos.

7. Evitar las simplificaciones. En general, los seres humanos buscamos reducir las tensiones que contextos polarizados nos generan con nuestros entornos y esto se materializa a través de la búsqueda de coherencia. Lamentablemente, la coherencia muchas veces llega de la mano de una simplificación burda. El rol subconsciente de la simplificación es crear un escenario binario en donde nos vemos tomando una posición lógica y correcta desde el punto de vista moral, ideológico, religioso o desde nuestra cosmovisión. La simplificación se entrelaza con un sesgo de autobeneficio, en el que las personas o grupos no dudamos de que la posición adoptada es la correcta. Por ello, es urgente naturalizar la complejidad de las narrativas y análisis, y visibilizar aspectos escondidos o no percibidos desde visiones extremas. Debemos tomar un asunto y buscarle la mayor cantidad de ángulos, perspectivas, testimonios, y casos de política pública en que fue abordado de maneras diferentes.

8. Evitar argumentos de tipo técnico, citas y estudios científicos como la solución a la controversia. En contextos cargados, la polarización pareciera inmunizar contra el conocimiento científico, de manera tal que: a) quien utiliza esta información refuerza su sesgo a partir de los datos científicos (o no) que esa misma persona procuró; o b) aumenta su frustración al creer que puede destrabar una situación con información técnica pero no encuentra permeabilidad del otro lado. Para abordar la polarización es más útil entender qué hay detrás del raciocinio de la otra persona —preocupaciones, temores, intereses—, que presentar evidencia técnica o científica en un momento en que predomina la desconfianza.

9. Elegir el momento. La activación emocional que produce la polarización es muy alta, y los vínculos entre frustración y agresión están probados. El desplazamiento juega un papel central, de manera que, si ese día recibimos una mala noticia o estamos con mala predisposición, disminuyen las posibilidades de tener una conversación constructiva y respetuosa. Las condiciones externas, incluida la temperatura, el consumo o no de alcohol, el ruido de fondo, entre otros, influyen enormemente como factores socioambientales. Si percibimos ese malestar es mejor tomar la opción consciente de no conversar en ese momento.

10. Asumir la responsabilidad histórica. La polarización es un fenómeno cuasi global. Evitar que nos arrastre y rescatar el diálogo implica una decisión consciente ante cada conversación relevante que iniciamos. Resulta crítico comenzar por transformar la manera en la que entramos a las conversaciones sobre temas que nos importan. Para eso hay que romper un formato que parece tener una lógica de debate político, en el cual queremos ganar. Debemos eliminar la chicana, abstenernos de recurrir al ridículo para ilustrar un punto de vista, y escuchar, escuchar mucho y activamente. Pero fundamentalmente debemos hacernos cargo de que la responsabilidad de combatir la polarización es una decisión propia.

 

Publicado en La Nación, Argentina, el 24 de septiembre de 2020.

 

 

 

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