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Por qué nos creemos las teorías de la conspiración

Cuando una desgracia viene acompañada de una teoría rocambolesca, los ojos se giran para prestar más atención. ¿Por qué el ser humano se cree este tipo de relatos?

Relata Fidel Castro en Cien horas con Fidel que Lee Harvey Oswald, una semana antes de ser acusado de asesinar a John F. Kennedy, pretendió entrar en Cuba, permiso que le fue denegado. «Menos mal, podía haber sido una gran manipulación y una gran provocación, porque podían haberlo utilizado para inculparnos», aseguraba aliviado el presidente. Una de las teoría de la conspiración más llamativas de la historia reciente sigue hasta nuestros días sin respuesta, aunque Castro deja claro que le quisieron cargar el muerto.

Mientras este asesinato, que ya forma parte de la cultura popular, sigue sin respuesta, la pandemia del coronavirus vuelve a reflotar el concepto «teoría de la conspiración», esta vez por la infinidad de especulaciones sobre el origen y expansión de la covid-19. Aunque los servicios de Inteligencia de EEUU han desacreditado que el nacimiento del virus se haya producido en un laboratorio chino, el Gobierno de Trump no desiste en esta relación.

El filósofo Santiago Alba Rico propone varias vertientes para explicar el florecimiento de teorías conspirativas en torno a la pandemia: «Una vertiente es atávica: siempre nos da más miedo una causa contingente incontrolable que una que tiene nombre y cuerpo. Necesitamos encontrar un culpable reconocible. La segunda tiene que ver con la sobrevaloración de la ciencia y la medicina. Creíamos que en occidente estábamos protegidos de la muerte, que la ciencia siempre encontraría el recurso. De pronto nos encontramos ante un virus incontrolable, por lo que tendemos a pensar que cualquier sorpresa tiene que proceder de la mano del hombre, porque ya habíamos vencido a la naturaleza», propone.

El tercer y último vector para la explosión de teorías, en palabras de Alba Rico, tiene que ver con la necesidad del Gobierno de EEUU de desviar el foco de atención de las roturas que este virus le ha producido: «Trump lo usa en una guerra comercial con China, porque tiene una sanidad superada por la pandemia y no tiene un plan para combatirla. Estamos en periodo electoral y es un recurso clásico: buscarse un enemigo exterior. Lo ha hecho con Irán y ahora con China. Cuando el poder quiere perpetuarse convierte las teorías conspiratorias en el origen de todos los males», asegura el filósofo.

Las teorías conspirativas siempre están presentes. No se pueden verificar, igual que tampoco se pueden desmontar; son una cuestión de fe. Los sociólogos, sin embargo, diferencian entre las teorías más desenfrenadas (como que los Illuminati controlan el mundo o que la Tierra es plana) de otras basadas en el descrédito de los Estados y el historial de las naciones, en constante pugna por la hegemonía.

Conspiración y ‘fake news’

En su inmensa mayoría, todas las teorías de la conspiración guardan una estrecha relación con la propaganda, asegura Estrella Gualda Caballero, presidenta de la Asociación de Sociología de Andalucía y parte del grupo de investigación Teorías de la Conspiración y Desinformación: «Hay conexión entre elementos de las teorías de la conspiración, las fake news y la persuasión de la propaganda. En el contexto de elecciones hay mucha propaganda que se basa en noticias falsas y conspiración, que de alguna manera lo que intentan es llevarse las cosas a su terreno», declara, a la vez que recuerda alguno de los bulos propagados durante la actual pandemia: «Se ha dicho que la covid-19 se puede combatir con remedios caseros y eso dificulta frenar su propagación».

Gualda vuelve sobre la esencia de las teorías, en las que encuentra una manera de hostigar a ciertos grupos sociales: «Esto genera estigmas y racismo, aquí lo hemos vivido respecto al sobrenombre virus chino. Lo que probablemente ocurre en los últimos años desde el desarrollo tecnológico es que mucha más gente comparte información. Al mismo tiempo hay un proceso que tiene que ver con la desintermediación, en la que el ciudadano accede a información sin que nadie haga filtro. Ahora, con el coronavirus, eso se ha notado y por eso se ha producido una importante toma de conciencia desde las instituciones», asegura en relación a las propuestas del Gobierno de controlar las fake news sobre la pandemia.

Origen histórico de la conspiración

Ángeles Diez, doctora en Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, pone el punto de partida de estas teorías en la llegada del racionalismo a la sociedad: «A partir de este mundo moderno, cuando se construye la racionalidad – a finales del siglo XVII-, las poblaciones dejan de atribuir las causas de las desgracias humanas a la religión. Se empiezan a buscar causantes dentro de la lógica racional. Tiene que ver con la supervivencia de la especie», analiza.

Sin embargo, la docente apunta otro matiz en el hecho de la propagación de estas versiones ocultas del mundo: «Hay elementos que disparan estas teorías, y es el hecho de que realmente existen conspiraciones. No es que lo diga yo, es que vivimos en un mundo continuamente en guerra por la hegemonía. Los Estados y las empresas conspiran para hacerse con los mercados, con los recursos… Si no existiera el espionaje, podríamos pensar que las decisiones de los Gobiernos son fruto de la casualidad, pero es que existen. Existe esa injerencia en gobiernos y economías», asegura la docente, que recuerda la desclasificación de informes de EEUU en los que se confirmaba que en 1981 EEUU introdujo el dengue hemorrágico en Cuba, que se llevó por delante a más de 100 niños.

El filósofo Karl Popper fue el primero en teorizar sobre este asunto y dejó escrito que la conspiración no deja de ser secularizar la superstición. «Ahora se buscan culpables en la Tierra, entre bastidores, pero mezclados con soluciones mágicas. La Iglesia usaba este fondo de miedo y superstición», considera Alba Rico, que encuentra la clave del éxito de estas teorías en su propia naturaleza: «Las teorías de la conspiración atraen porque las conspiraciones existen. Nadie puede dudar de que hay conspiraciones para tumbar gobiernos de América Latina«, evoca.

Sobre las palabras de Popper y las diferentes y variadas teorías que corretean por los mentideros, Diez propone un matiz: «Hay cosas como lo del terraplanismo o este tipo de teorías que yo no las consideraría teorías de la conspiración, porque no están al servicio de ningún interés. Son explicaciones como las que se daban a los eclipses o el mal de ojo de los gitanos; tienen mucho que ver con la ignorancia y con la religión. La intervención de Dios explicaba las desgracias, pero luego surgen todas estas que decimos que son teorías locas. Es la secularizacion a estas explicaciones».

Hasta dónde llegan estas teorías

¿Qué tienen estas teorías para que, por muy alocadas que puedan parecer, se inoculen en el interior de nuestros pensamientos? ¿Por qué terminan por generar desconfianza ante los datos que sí se conocen?

«En cierto modo, todos somos vulnerables a ellas. Hay gente que tiene determinadas necesidades que les hacen proclives a rellenarlas con esas creencias. Hay evidencia empírica de una necesidad de tener creencias. En 2017 hicimos un estudio sobre la credibilidad de las instituciones y salió a la luz que los no creyentes y ateos eran los que más incidían en desconfiar de toda la información que se recibe. Los practicantes, en cambio, creían más en las instituciones», afirma Estrella Gualda.

«Hemos constatado –continúa Gualda– que no es lo mismo pensar en conspiraciones globales (las típicas de fuerzas ocultas en el mundo) a cosas específicas, como por ejemplo las que hablan de una invasión del Islam en Europa o la muerte de Lady Di, el terraplanismo, la llegada a la Luna… En las específicas se nota mucho la ideología. Hay más probabilidades de pensar en la invasión del Islam cuando eres católico o de derechas», ejemplifica la docente.

Alba Rico, en este sentido, es más contundente: «Las teorías de la conspiración han sido siempre de origen reaccionario y consiguen excluir la política. La política es negociación y permite cambios, pero bajo esta perspectiva eso desaparece. Además, hay una conspiranoia de derechas y otra de izquierdas. La izquierda entra más en detalles, pero cuando se convierte en conspiranoia, es tan reaccionaria como la de derechas, porque excluye la capacidad política. Hay una desconfianza hacia el poder, pero las teorías de derechas son sobre sujetos políticos concretos, voluntades individuales, la conspiración judía o la masona… Y luego está la desconfianza del poder de la izquierda, que termina generando delirios paranoicos, pero que tiene que ver más con estructuras».

La manera más eficaz de combatir mentiras, por más que parezca un cliché, depende de «la formación de las personas», vaticina la profesora Diez. «Se evitaría no manteniendo al personal totalmente aturdido y en shock constante con todo lo que circula. Se dice que hay infinidad de información, pero no es verdad, lo que hay es infinidad de propaganda. Puede que la gente en general no tenga datos para explicar que el virus es imposible que haya salido de un laboratorio, pero si entiende cómo funciona la política exterior norteamericana, es fácil que pueda contrarrestar esa propaganda».

 

 

 

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