Premios In-Nobles
Esperados cada otoño con igual interés que los acrisolados Nobel de la Academia Noruega, los premios In-Nobles de Marc Abrahams han reconocido una vez más las contribuciones científicas más extravagantes, inútiles e incluso imbéciles, engendradas en los laboratorios más encopetados del globo.
La parodia que desde 1991 solía celebrarse hasta la erupción del Covid-19 en el Sanders Theatre de la Universidad de Harvard, discurrió online por tercer año consecutivo, transmitida en directo por la Radio Nacional Pública de Estados Unidos y la Internet y se difundirá el viernes siguiente al Día de Acción de Gracias en el programa radial Ciencia Viernes de ese país.
Este año, el premio de Cardiología Aplicada recayó en la demostración de Eliska Prochazkova, Elio Sjak-Shie, Friederike Behrens, Daniel Lindh y Mariska Kret de que los ritmos cardíacos de las nuevas parejas se sincronizan al encontrarse por primera vez, contribuyendo a profundizar la aventura amorosa.
El de Literatura fue otorgado a Eric Martínez, Francis Mollica y Edward Gibson que, intrigados por la estructura farragosa de los documentos legales que los convierten en algo de difícil comprensión, descubrieron factores psicolingüísticos similares a los que hacen a veces absolutamente abstrusos los papeles científicos.
El de Biología fue para los brasileños Solimary García-Hernández y Glauco Machado, que dictaminaron como nula la relación del estreñimiento en escorpiones a consecuencia de la pérdida accidental de sus colas- uno de los recursos extremos de algunos animales para escapar a sus depredadores- con sus actividades reproductivas, antes de morir henchidos de caca.
En Medicina, a un equipo de profesores polacos que demostraron el efecto positivo en pacientes, sobre todo infantiles, a quienes se suministró helados en vez del producto habitual mientras están sometidos a ciertos procedimientos de quimioterapia tóxica que se reflejan en infecciones en el tracto intestinal.
En Ingeniería, a cuatro científicos japoneses por su descubrimiento de la manera más eficiente de emplear los dedos al abrir un envase, algo que no es revolucionario pero sí útil a fin de cuentas cuando se trata de personas ancianas que sudan la gota gorda para completar una tarea tan sencilla.
En Historia del Arte, a profesores estadounidenses y guatemaltecos por, textualmente, “una aproximación multidisciplinaria a escenas de enema ritual en antigua alfarería” de la civilización Maya donde, aparentemente, las lavativas no sólo cumplían la función terapéutica regular sino de ingrediente alucinógeno en el ceremonial cotidiano.
En Física, a un grupo de expertos de China, Turquía y los Estados Unidos, interesados en la navegación en fila india de los patos como un recurso de conservación energética, similar al de los ciclistas que reducen el frenado del viento pedaleando, agazapados, detrás del puntero
El premio de Paz fue a un equipo aún más variopinto por desarrollar un algoritmo que ayuda a la gente chismosa a decidir cuándo debe mentir o decir la verdad, a partir de la revisión de un rasgo caracterial que no es intrínsecamente negativo y en cambio, bien administrado, suele contribuir a la armonía social.
El de Economía a tres profesores de la Universidad de Catania, por revelar matemáticamente por qué en general, contra la opinión generalizada, no son las personas más talentosas, inteligentes, arriesgadas y perseverantes sino las más afortunadas las que llegan a coronar sus objetivos; y, finalmente, en Ingeniería de Seguridad al sueco Magnus Gens, que desarrolló un maniquí de prueba para los choques con alces que ocasionan trece accidentes viales cada día en el reino escandinavo.
Y como en años anteriores, los innobles ganadores recibieron como premio un billete de 10 billones de dólares zimbabwanos, de valor tan nulo como el bolívar de la revolución venezolana.
Varsovia, septiembre de 2022