Progresismo postmortem: ¿Cómo se refundan los partidos de la transición?
En nuestra escena política las coaliciones del progresismo carecen de horizontes, mitos y retóricas que puedan construir mediaciones ciudadanas. Cuán profunda es la crisis de la socialdemocracia a la hora de construir un nuevo retrato de futuro. En efecto, ¿A partir de qué “referente” crecen los partidos de la transición fundados para y desde la matriz Boeninguer y que al mismo tiempo deben resguardar determinados “logros” de la propia modernización? Todo resulta circunvalar cual circulo vicioso. Qué hacemos con la tipología PPD si asumimos que su “sala de parto” fue la transición per se, cuál sería el diseño de un PPD post-transicional ¿más pragmático y exponencialmente ajeno a todo cuerpo doctrinal? ¡Too mach¡ Y ello más allá de apelaciones genéricas, a saber, progresismo, justicia social, distribución de la riqueza. Es un enigma saber en qué dirección se expanden los nuevos discursos y qué ritos y gramáticas invocarán ante una colosal crisis de legitimidad y deterioro institucional de las izquierdas.
A propósito de riesgos, el Atrismo asomó como una rica fuerza innovadora y de articulación entre izquierda institucional y el polo deliberativo. Sin embargo, todo indica que su paradero final -altamente probable- será agudizar una competencia de oligarquías políticas, eventualmente más ilustradas, pero con una marginal legitimación ciudadana. Y ello pese a toda la propaganda crítica, so pena de que nos “hundamos separados”. Tras una fase de iconografías populistas y vértigos verbales el sistema político expulsa a la ciudadanía de todo presente y la reduce a un target financiero, o bien, la consagración irreversible de una sociedad de indicadores.
En principio, la derecha no tiene alternativas viables si prescinde del texto de Piñera y su apertura gradual hacia Evópolis. No hay gobernabilidad viable si la idea es reponer una derecha de visos neo-conservadores, y retrotraer la discusión a un programa neo-gremialista en una sociedad de identidades líquidas y entornos libidinales. Y aquí el mapa se comienza a mover, a darnos sus primeras pistas. A manera de hipótesis si la UDI hace un giro endogámico será Evópolis la que en el mediano plano -y NO antes, cabe remarcarlo- podría capitalizar un “centro liberal” abrazando un tibio pluralismo de derechas, como una zona de crecimiento que está al margen de los universos transicionales de la derecha (Lavín, Larraín, etc).
Por fin, a modo de breve sinopsis, el Frente Amplio, la biodiversidad y sus ideólogos orgánicos. Resulta enigmático descifrar cuál será el derrotero de un movimiento político donde no existe claridad respecto a su “cohesión discursiva”; cómo ponderar el aporte de una coalición que aún no se constituye como tal en el sentido fuerte del término. Es viable un movimiento que aún está en deuda con un relato en construcción y que pese su exitosa “plataforma electoral” (su bullado éxito) aún no represente una tercera fuerza política. Pero concedamos un escenario ideal o idílico, un camino amistoso que se aleja de la Realpolitik. Vayamos por un “tipo ideal”. Si el FA es idealmente capaz de elaborar un texto aglutinador en las próximas municipales podría alcanzar (dicho ligeramente) en torno a 10 Municipios adicionales, y ello al precio de establecer acuerdos muy puntuales con la actual Concertación, la izquierda conservadora se vería en un problema de mayor calado. Más aún como la expansión demográfica de los partidos de la transición está en una zona grisácea (desde el PPD a la UDI), el dilema es la residual demografía de extensión de los partidos transitológicos. El FA a la hora de constituirse como una coalición consolidada, podría reducir sustancialmente la fuerza electoral de partidos de genética (pos)transicional. Ello sería una forma de derogar o “llamar a retiro” las voces anquilosadas de Pancho Vidal, Carlos Ominami y Clarisa Hardy. El corolario de este escenario ideal sería un Frente Amplio que en el mejor escenario podría competir en las presidenciales del 2026 con la derecha. A decir verdad, es un escenario bastante improbable, pero tampoco se trata de una idea descabellada. A ello se agregan los obstáculos esperados por el ambiente político, a saber; la falta de disciplina política, una heterogeneidad indomable, hasta los deseos explícitos de RD por establecer una nueva trama de pactos.
Por fin, y de esto debemos tomar nota, nunca podremos subestimar las fuerzas institucionales y la capacidad elitaria de un menguado “socialismo de clase” que aunque averiado tiene a su haber una masa crítica más reducida, pero igualmente observante e incidental sobre el nuevo mapa político. Un Think Tank como “Chile 21” importa más como articulación de prebendas, vínculos inter-elitarios con las elites, pero es casi irrelevante como producción de un nuevo pensamiento político. Por ello, negar la lucidez política y el sentido de oportunidad de transitólogos con oficio como Martner, Escalona y Solari -con agendas y matices mediantes- sería perder el “principio de realidad”. Se podrá imputar que durante casi tres décadas han estado en “posiciones de poder” y en redes transversales con la derecha chilena, pero desconocer las capacidades de proyectar escenarios y construir plataformas compartidas -extremadamente elásticas- sería desconocer las claves del proceso político chileno. Hay que considerar este punto, no podemos descartar que, a sabiendas del malestar ciudadano, los hombres de la transición a punta de audacia y afasia diseñen una nueva plataforma política. Ya lo hicieron el 2013 cuando las elites de la Concertación decidieron autoproclamarse osadamente como Nueva Mayoría -incluir al PC- y administrar un relato cuya simbolicidad decía abrazar las reivindicaciones ciudadanías. Esa elite del arco-iris no solo mantiene su “alma gris”, sino que aún posee activos y redes que seguirán siendo incidentales en las futuras alianzas instrumentales con el Piñerismo.
Mauro Salazar: Sociólogo