Si uno se explora por dentro puede encontrar a un héroe real, no ficticio
Se cuenta de Balzac que en su lecho de muerte, en medio del delirio de la agonía, pidió que llamaran al doctor Bianchon, el médico de ficción de una de sus novelas, porque creía que era el único que podía salvarle. Este remedio está al alcance de cualquiera que posea un poco de imaginación. Cada generación ha generado a sus propios héroes vengadores, terrestres o galácticos con suficientes poderes y agallas para vencer a cualquier enemigo.
Los niños de posguerra, hoy sumidos en el miedo y entregados al desencanto, podríamos invocar la ayuda de Roberto Alcázar, del Guerrero del Antifaz, del Hombre Enmascarado, de Juan Centellas y del Capitán Trueno, que conformaron los momentos más felices de nuestra memoria, y que, sin duda, estarían dispuestos a sacarnos del atolladero una vez más. Superman, Batman, Spiderman, Iron Man y Corto Maltés podrían solucionarles todavía cualquier problema a los jóvenes desesperados de hoy. Pero no es necesario acudir a héroes de ficción en medio del delirio, como Balzac, para salvarse de la agonía de cada día.
Si uno se explora por dentro puede encontrar a un héroe real, no ficticio, a ese Prometeo que fuiste tú mismo en un momento de la vida. ¿Acaso no eras tú aquel joven que quería cambiar el mundo, el que se jugó el pellejo frente a la dictadura? ¿No eres tú aquel joven ecologista, imbatible, solidario e inconformista? ¿Dónde está el Prometeo encadenado, que no se resignaba ante la injusticia? Hasta el ser más anodino guarda en su interior un gesto de rebeldía. Si la vida te arrastra por el barro del conformismo y te obliga a tragar con toda clase de ruedas de molino pide ayuda a ese héroe lleno de orgullo que fuiste tú mismo un día para que acuda a socorrerte ante cualquier caída.