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¿Puede acabar Reino Unido siendo el Singapur europeo tras el Brexit?

14867633548268El Gobierno británico sopesa la opción de convertirse en paraíso fiscal si fracasa la negociación con Bruselas

El catalejo del Brexit empezó apuntando a los fiordos de Noruega y a las cumbres de Suiza. Los británicos descubrieron que era posible marcharse de la Unión Europea y quedarse en Europa. O eso creían mientras duró el espejismo del referéndum. Fue entonces cuando el capitán Boris Johnson, haciendo ya méritos para el Foreign Office, decidió virar a babor y enfilar el acorazado británico hacia las costas de Canadá. La solución era ésa: negociar con Bruselas desde fuera de Europa.

Pero para ser una auténtica potencial global hay que mirar aún más lejos. Nadie encarna mejor ese espíritu viajero que el legendario Sir Thomas Stamford Raffles, que salió por pies de Europa durante las guerras napoleónicas. Ilustre gobernador de la Java británica, su contribución más sonada fue sacar a flote una ciénaga llamada Singapur y transformarla en el puerto más pujante del sureste asiático. El destino ha querido que el Reino Unido vuelva a mirarse ahora en el espejo remoto de su vieja colonia. En 2019 se cumplirán dos siglos de la moderna Ciudad de los Leones, convertida ahora en tigre de Bengala. En esa fecha, el Reino Unido consumará previsiblemente su ruptura con la UE. Si el divorcio sale mal, el modelo es Singapur. O sea, el Brexit extremo.

En defensa del ‘Brexit duro’

El primero en lanzar la advertencia fue el secretario del Tesoro, Philip Hammond, que hace ocho meses defendía a sangre y espada la permanencia. «A nosotros nos gustaría que el Reino Unido siguiera siendo una economía de estilo europeo, con impuestos a la europea y con un sistema regulatorio europeo», advirtió Hammond en declaraciones a la edición dominical de Die Welt. «Pienso que seremos capaces de alinearnos con el pensamiento social y económico europeo… Pero si nos fuerzan, haremos algo diferente». Fue por entonces cuando Hammond puso sobre la mesa el órdago de «un cambio de modelo económico». El periodista alemán preguntó si su Gobierno barajaba la posibilidad de convertir el país en un «paraíso fiscal» tras el Brexit. «Los británicos no se quedarán tumbados si resultan heridos (…) Haremos lo que tengamos que hacer para seguir siendo competitivos».

Dos días después, Theresa May recogía el testigo en la Lancaster House de Londres, interpretado entonces como la confirmación del Brexit duro y la salida del Mercado Único. En su estilo críptico y amenazante, la premier advertía a Bruselas del riesgo de autodestrucción mutua asegurada si la negociación no llegaba a buen puerto. «No llegar a un acuerdo será mejor que un mal acuerdo», dijo, y abrió la caja de los truenos: «En ese caso, nos sentiríamos libres para cambiar la base del modelo económico británico».

Ni Hammond ni May necesitaron hacer referencia al modelo Singapur, que entonces circulaba de boca en boca. Al fin y al cabo, el Reino Unido ha aprobado ya la reducción del Impuesto de Sociedades al 17% en 2020, el mismo que lleva en vigor desde hace una década en la ciudad-estado. La líder conservadora ha reiterado su voluntad de tener la presión fiscal más baja para las empresas del G20, dejando la puerta abierta a futuras reducciones si Donald Trump baja el listón al 15% en Estados Unidos, como prometió durante la campaña.

Lucha fiscal

Entre los peligros del nuevo puente Atlántico entre Londres y Washington figura esta guerra soterrada de los impuestos que preocupa de manera muy especial a la canciller alemana, Angela Merkel. Durante la reciente cumbre de la UE en Malta, Merkel dejó bien claro a May que no piensa entrar en ese juego: «En Alemania tenemos un régimen fiscal que ha aguantado muy bien los temporales, y no veo la razón por la que tenemos que entrar en una carrera por ver quién ofrece el Impuesto de Sociedades más bajo. Necesitamos ese dinero, necesitamos un sistema impositivo justo para hacer inversiones en nuestra sociedad».

Pero la tendencia hacia el modelo Singapur está ya marcada. «El Reino Unido es ya uno de los países con menos impuestos y una de las economías más desreguladas de la Unión Europea», apunta Laurie MacFarlaine, de la New Economics Foundation. «Ya no hay mucho más sitio para seguir recortando sin comprometer seriamente la cohesión social, la seguridad o el medio ambiente».

Hasta el líder de la oposición laborista, Jeremy Corbyn, tan tibio antes, durante y después de la campaña del Brexit, ha disparado contra la intención de Theresa May de convertir el Reino Unido en un paraíso fiscal: «El Gobierno está adoptando una estrategia extremadamente arriesgada. Nos está llevando en la dirección de una economía de saldo en las costas de Europa. Y ésa es una receta para una guerra comercial con el continente».

Algunos analistas han advertido que el modelo Singapur no está muy lejos del modelo Irlanda, con un Impuesto de Sociedades aún más bajo -12,5%- y una auténtica bicoca para las multinacionales norteamericanas. El peso del Reino Unido como la quinta potencia económica mundial y las profundas desigualdades entre sus 64 millones de habitantes -uno de los factores que más contribuyeron al Brexit– convierten la opción del paraíso fiscal en un auténtico desafío al orden europeo.

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La «City», en Londres, uno de los centros neurálgicos de la economía mundial

Uno de los más férreos defensores del modelo Singapur es Liam Fox, el controvertido secretario para las Relaciones Comerciales, el más firme partidario del Brexit extremo dentro del Gabinete. Fox ha indicado que el Reino Unido no tiene que tener miedo a quedar automáticamente bajo las reglas de la Organización Mundial de Comercio (OMC), con libertad para elegir su modelo.

Diferencias con su antigua colonia

El primer paso para convertirse en el Singapur -o el Hong Kong- de Occidente podría ser la declaración unilateral de libre comercio, con el levantamiento de los aranceles. Singapur ofrece grandes exenciones fiscales del 50% al 100% a las empresas de nueva creación. Así ha subido enteros en los sectores petroquímico, farmacéutico y tecnológico. Su altísimo grado de libertad económica se completa con la desregulación del mercado laboral y el mantenimiento de una población flotante de mano de obra barata -sobre todo de Filipinas y Malasia-.

La aséptica ciudad-estado presume de una de las rentas per capita más altas del mundo. Sus 5,3 millones de habitantes están, sin embargo, constreñidos por el espacio, aunque tienen un envidiable acceso a viviendas públicas que ya quisiera Londres. El peso del sector industrial en el PIB es mayor que el británico, pero los dos se dan la mano en la importancia del sector financiero y en la dependencia de las importaciones agrícolas. Singapur tiene, por último, el valor estratégico de su puerto: el hub o puerta de entrada al mercado surasiático.

«No se puede decir ‘Vamos a ser la próxima Singapur’», advierte Parag Khanna, investigador de la Escuela de Política Pública Lee Kuan Yew. «Para llegar ahí se ha pasado por muchas etapas, difícilmente homologables con las circunstancias del Reino Unido, más allá de la existencia de sectores financieros competitivos, de la arquitectura heredada o de aspectos culturales -el inglés es idioma co-oficial y su sistema político se basa en el parlamentarismo británico-».

Aun así, la admiración por el «milagro económico» de Singapur viene de lejos, cuando Margaret Thatcher selló una amistad especial con Lee Kuan Yew -el padre fundador de la ciudad-estado- comparable casi con la que mantuvo con Ronald Reagan. Thatcher expresó su admiración por el «sistema meritocrático de educación», por la expansión del sector financiero y sus planes para industrializar el territorio -y estrangular, de paso, el poder de los sindicatos-.

Otro de los grandes admiradores del modelo Singapur es el financiero Peter Hargreaves, que puso de su bolsillo más de cuatro millones de euros para la campaña de la salida de la UE, la mayor contribución personal al Brexit. «Cuando Lee Kuan Yew llegó a primer ministro, aquello no era más que un pantano infestado de mosquitos», recuerda Hargreaves. «En tres décadas, y sin recursos naturales, Singapur se convirtió en la mejor economía del mundo. Nosotros somos un país más grande, tenemos más recursos: nos irá mucho mejor como una nación independiente».

Trasplantar al Reino Unido el modelo Singapur es poco menos que una misión imposible, en opinión de la mayoría de los analistas económicos, que advierten del «agujero» creciente en las arcas públicas –la bajada del Impuesto de Sociedades del 28% al 20% actual se tradujo en una pérdida de más 13.000 millones de euros al año-. Y eso por no hablar del impacto social de los nuevos recortes, que prolongarían indefinidamente la década de la austeridad y mandarían a la UVI a la maltrecha sanidad pública.

Los paraísos fiscales británicos quieren tener también voz propia ante el Brexit, sin mirar hacia Singapur. Las Bermudas figuran en lugar más alto de la lista negra de paraísos fiscales de Oxfam. No muy lejos están las Islas Vírgenes, con más de 100.000 compañías registradas, en el ojo del huracán de los Papeles de Panamá. Las islas Caimán están también bajo sospecha, al igual que Jersey, en representación de las Channel Islands. «Somos más limpios y transparentes que muchos de los países que promulgan las normas», advierte Bob Richards, que metió las Bermudas en el mismo saco que Delaware, Wyoming o Nevada, los tres estados de EEUU donde no se reconoce el derecho al acceso público a la información sobre las actividades de las compañías.

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