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¿Puede haber un ‘socialismo bueno’?

Hoy ya toda la izquierda socialista en el mundo rechaza al 'socialismo de Estado'. Dice que eso no es socialismo. Culpan de su distorsión a Stalin, Trotski, Lenin, Mao, pero no a Fidel Castro.

Karl Marx en un mural de Diego Rivera.
Karl Marx en un mural de Diego Rivera. Kaos en la Red

 

La mayoría de la intelectualidad marxista (sociólogos, economistas, filósofos, politólogos, etc), que políticamente apoya al totalitarismo comunista que está acabando con Cuba, hoy ideológicamente rechaza el modelo soviético que sustenta a la «revolución cubana» que ellos elogian.

Esa contradicción con La Habana, hasta ahora estupendamente disimulada, hizo eclosión luego de los funerales del «socialismo real», sepultado en las murallas del Kremlin en 1991. La intelectualidad socialista sufrió un terremoto que devino metamorfosis y concluyó con el consenso de que no fue el marxismo lo que fracasó, sino su errónea y aberrante puesta en escena en Rusia, y luego en otros 34 países.

Ya en tiempos de la URSS parte de la izquierda afirmaba que allí no se había aplicado bien el marxismo, pero nadie tocó ni toca con el pétalo de una rosa a la «revolución socialista» en Cuba. Y la siguen apoyando, pese al carácter soviético de su régimen, aunque ahora modificado de tal manera que no es el Estado ni el Partido Comunista quienes gobiernan, sino una mafia militar supranacional encabezada por el nonagenario dictador.

Hoy ya toda la izquierda socialista en el mundo rechaza al «socialismo de Estado». Dice que eso no es socialismo. Culpan de su distorsión a Stalin, Trotski, Lenin, Mao, pero no a Fidel Castro.  Sostienen que el socialismo concebido por Marx se basa en el cooperativismo y la autogestión. Y ahí está el detalle, que eso tampoco es viable.

Sí, Marx enunció que luego de la toma sangrienta del poder por los trabajadores («la violencia es la partera de la historia», insistía él), se implanta «la dictadura del proletariado» durante el periodo de transición entre el capitalismo y el comunismo, este último basado en la autogestión y cooperativismo, donde desaparecerá el Estado, Gobierno, los poderes públicos, el dinero, el Ejército y la Policía.

En fin, todo muy bonito, pero a El Moro (como le decían sus allegados) se «le pasó» dar al menos una idea de qué acto de magia hacer para desaparecer al Estado socialista.

Y no vale la excusa de que la obsesión suya era estigmatizar al capitalismo, satanizar como bestia monstruosa a la propiedad privada, y a eso se dedicó básicamente durante más de 40 años. Él tenía que haberse detenido más en cómo alcanzar «el paraíso en la Tierra» mencionado en el himno «La Internacional», como antes que él hicieron los colegas suyos utopistas con sus respectivos paraísos.

Los bolcheviques en Rusia implantaron la dictadura de proletariado, un Estado marxista que desapareció 74 años después, y no porque se alcanzara el comunismo, sino por la inviabilidad y la malignidad de la «transición». En 35 países el «tránsito» causó 125 millones de muertos, por hambre o ejecutados por motivos políticos.

Fue la falta de detalles de Marx sobre su «transición» lo que allanó el camino para interpretar o inferir lo que «quiso decir».

Marx bebió del sueño comunitario de Platón y de los demás modelos de sociedades igualitarias basadas en el colectivismo y el cooperativismo que imaginaron grandes pensadores antes que él.

Pero, ojo, no profundizó, o no entendió, por qué ninguno de esos sueños se pudo llevar a la práctica o fracasaron al hacer el intento. Así ocurrió con las maravillas sociales propuestas, entre otros soñadores, por Tomás Moro, Bacon, Campanella, Bellers, Owen, Sismondi, Fourier, Saint Simon, Cabet y Babeuf. Este último en 1796, en plena Revolución Francesa, con su «Conspiración de los Iguales» (aplastada por Fouché) quiso derrocar el Directorio para instaurar un régimen que garantizara «la igualdad perfecta».

El cooperativismo y el marxismo niegan la naturaleza humana

El colectivismo y el cooperativismo fueron una necesidad en los orígenes de la civilización. ¿Cómo habrían podido nuestros ancestros primitivos matar a un mamut para alimentarse sin organizarse como grupo para un ataque coordinado y efectivo?

En Babilonia había cooperativas de servicios funerarios. En Grecia y en Roma las había de seguros. Era colectivista la vida agraria entre los germanos y organizaciones de trabajo en ciertos pueblos eslavos. Y había cooperativismo en los asentamientos precolombinos,

Pero la productividad colectiva era baja, porque faltaba el incentivo personal para aportar un «extra» laboral individual creativo e innovador. Por eso Aristóteles, discípulo de Platón, refutó a su profesor y le dijo que la propiedad privada es superior porque «la diversidad de la humanidad es más productiva», y porque «los bienes cuando son comunes reciben menor cuidado que cuando son propios».

Antes Demócrito ensalzó las ventajas de la propiedad privada porque «permite el desarrollo y facilita el progreso». El clérigo-filósofo Tomás de Aquino en pleno Medioevo, en el siglo XIII, advirtió que sin propiedad privada no hay economía, que «el individuo propietario es más responsable y administra mejor».

El punto aquí es que la propiedad colectiva (sea comunitaria, cooperativismo obrero o campesino, autogestionaria como el modelo aplicado por Tito en Yugoslavia, o puramente estatal) niega o limita la libertad del individuo para innovar, crear riquezas y beneficiarse de su aporte a la sociedad.

En otras palabras, el cooperativismo niega la naturaleza humana. Para el filósofo alemán Immanuel Kant «el hombre es un ser autónomo, que expresa su autonomía a través de la razón y de la libertad; para ser autónomo, el hombre debe usar su razón independientemente».

El ser humano lleva la individualidad (y el egoísmo) en su ADN desde nuestros primeros ancestros. Los primeros humanoides se disputaban los alimentos y marcaban territorios grupales para sobrevivir. Subconscientemente arrastramos un individualismo que conscientemente podemos controlar, o superar, pero no suprimir al 100%.

«En una cooperativa todos no jalan parejo»

No comprendo por qué resulta difícil para algunas personas advertir que si en un grupo de personas las más talentosas, productivas, innovadoras y esforzadas en el trabajo tienen que sostener con su abnegación y eficiencia a los menos capaces, o menos esforzados, desaparece el incentivo de los más productivos para poner ese «extra» innovador ingenioso y eficiente sin el cual los terrícolas no habríamos caminado por la Luna, navegado por internet o creado la Inteligencia Artificial.

Hay una genial frase de Adam Smith muy elocuente sobre la naturaleza humana: «No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés (…) al buscar su propio interés el hombre, a menudo, favorece el de la sociedad mejor que cuando realmente desea hacerlo».

Y una más simple que me dijo un guajiro cubano. En 1966 fui con un grupo de colegas estudiantes de Periodismo a las montañas de Sierra Cristal, en Oriente, a entrevistar campesinos cafetaleros a ver si querían fusionar sus parcelas de tierra e integrarse en cooperativas. Entrevistamos como a 40 campesinos y de ellos solo uno dijo que se lo iba a pensar. Uno de ellos me dijo con total franqueza: «En una cooperativa todos no jalan parejo».

Ciertamente el capitalismo de hoy no es igual al de hace 150 años. La libre competencia entre las empresas se ha modificado y algunas dominan ramas de la economía. Y la distribución de las riquezas es desigual, hay crisis, inflación, etc. Pero en este planeta al menos no hay alternativa viable al sistema económico basado en la propiedad privada. Con sus contrastes sociales, desigualdades, injusticias, y todos sus defectos, es el único sistema que funciona porque sí se corresponde con la naturaleza humana.

Que le pregunten hoy a los cubanos de a pie en la Isla qué prefieren, si la «continuidad» de lo que tienen, o el regreso a la propiedad privada. ¡Por favor!

Y termino con un fragmento de un comentario de mi amigo ya fallecido Carlos Alberto Montaner, que me hizo luego de leer un artículo mío sobre cómo el cooperativismo obstaculiza el desarrollo, con el cual estuvo de acuerdo: «La clave está en la libertad. Quien quiera formar o integrar una cooperativa por voluntad propia, que lo haga. Quien quiera crear una empresa rigurosamente personal y privada, que lo haga. Quien piense que es preferible una sociedad con miles de accionistas que cotice en Bolsa, que lo intente. El modo capitalista de producción, y una parte sustancial de su éxito, están basados en esa pluralidad, que es, a la vez, reflejo de los muy diversos matices de la naturaleza humana».

 

 

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