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Putin en el laberinto

El castigo se reduce a limitar sus movimientos, lo que para un presidente de gobierno, sobre todo de una superpotencia con intereses globales, es aparte de molesto, denigrante

Ya puede Vladímir Putin tirar a la papelera la orden de detención del Tribunal Penal Internacional por la deportación forzosa de miles de niños ucranianos y echar pestes de esos jueces. Pero la realidad es que esa orden no prescribe ni tiene apelación, o sea seguirá vigente hasta su muerte y tiene vigencia en 123 países, lo que significa que basta que ponga el pie en cualquiera de ellos para que sea arrestado y juzgado en sus tribunales por ese gravísimo crimen, aparte de los que sus tropas cometieron contra la humanidad al ocupar Ucrania, según han demostrado los testimonios y pruebas presentadas ante el citado tribunal, que cifra en 16.221 el número de niños trasladados.

Seguro que cuando dio la orden de invadir al país vecino ni remotamente pensó en tal posibilidad. Pero aunque remota, ya nada puede descontarse en un mundo donde los acontecimientos se han acelerado a una velocidad que sobrepasa la del sonido. Nadie pensaba que los líderes serbios que invadieron los regiones vecinas de la antigua Yugoslavia sería juzgado, y alguno murió en la cárcel.

De momento, el castigo se reduce a limitar sus movimientos, lo que para un presidente de gobierno, sobre todo de una superpotencia con intereses globales, es aparte de molesto, denigrante. Aunque lo más grave es que se ha convertido en prisionero del Kremlin. Que se haya decidido a visitar Crimea en el aniversario de su anexión, sin haber visitado antes a sus tropas en el frente muestra la cobardía de los matones a evitan todo riesgo. Ahora lo ha hecho, con todo tipo de precauciones, dada la grave situación en que se encuentra. Pues otra de las cosas que debiera empezar a temer es la inquietud de sus súbditos, nunca mejor llamados.

Pues los rusos son muy patriotas y tener al frente de su estado un secuestrador de niños y otro cargos de lesa humanidad no puede resultarles agradable. Sobre todo a los jóvenes, que pueden morir por él, por más que les amedrente su policía secreta, a la que perteneció. Tampoco debe fiarse demasiado de los chinos. Vienen apoyándole en Ucrania, pero en «busca de una solución pacífica» porque buscan lo mismo con Hong Kong. Pero nunca cometerán la estupidez japonesa de un Pearl Harbor.

Tampoco debe olvidarse que China y Rusia se disputan la hegemonía político-económica en Asia, África e Iberoamérica. No habiendo nadie más peligroso que un cobarde acorralado. Tal vez sería conveniente convencer a Kissinger, a punto de cumplir cien años, de que hiciese otro viaje a Pekin e ir preparando a los jugadores de ping-pong para que perdiesen.

 

 

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