En el reciente artículo «¿De qué depende la inflación y la recuperación de la economía cubana?«, los economistas cubanos Pavel Vidal Alejandro y Omar Everleny Pérez Villanueva comienzan afirmando: «Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Durante más de dos décadas, las empresas estatales, los trabajadores por cuenta propia, las cooperativas, las empresas con inversión extranjera, los agricultores y las familias estuvieron operando en Cuba con una muy baja inflación.»
Efectivamente, si medimos la inflación en Cuba según la tradicional metodología que compara la evolución del precio de una canasta de bienes y servicios a partir de un año base, encontraremos, como hicieron Vidal Alejandro y Pérez Villanueva, que entre 2000 y 2019 la tasa de inflación aproximada fue de 1,3%. ¿Pero esa metodología aplica a Cuba?
El método de «la canasta» se basa en el principio de que individuos y negocios pagan el verdadero precio de las cosas. En Cuba, sin embargo, el verdadero precio de la mayoría de bienes y servicios lo paga el Estado cuando importa, para luego introducirlos en la economía interna con precios regulados. De esta forma, entre los agentes que actúan internamente y la economía internacional está el presupuesto del Estado amortiguando la inflación. ¿Eso significa, como afirman Vidal Alejandro y Pérez Villanueva, que los cubanos no sufrieran inflación? Absolutamente no.
Un análisis de la inflación en Cuba debe partir de comprender que, en el singular sistema castrista, el sujeto económico real es el Gobierno-Estado; el resto de agentes de la economía utiliza precios definidos políticamente, cuya relación con el valor de mercado depende de la voluntad e interés del Gobierno. La inflación real la paga un Gobierno que ha suplantado el rol empresarial de los ciudadanos, pero estos siguen siendo la fuente del presupuesto controlado por el Estado, con lo que familias y empresas puede que no estuvieran pagando la inflación en las tiendas, donde los precios fueron bastante estables, pero la estaban pagando en la frontera.
Este modo «comunista» de encarar la inflación es un mecanismo tramposo que mantiene estabilidad interna de precios reconvirtiendo la inflación desde un incremento generalizado de precios a una progresiva y selectiva escasez. Así, el mecanismo monetario es mutado por uno político. Con esta estrategia, el Estado cubano pudo esconder la pérdida de su poder adquisitivo bastante tiempo, ya que esto no se estaba reflejando en un alza generalizada de precios, sino en la reducción de las inversiones y de la oferta minorista, que se fue lentamente traduciendo en anaqueles vacíos y colas.
Selectiva escasez se refiere a que el Gobierno —esto es imprescindible entenderlo—, para poder sostener los crecientes costos de los insumos básicos (alimentación, medicinas, energía y demás), disminuyó ostensiblemente la inversión en nuevo capital fijo de varias ramas de la economía (agricultura, pesca, transporte, industria y otras) y, además, no amortizó el capital fijo existente, así que este se ha ido deteriorando de modo acelerado, solo hay que observar el estado de la infraestructura y la maquinaria del país.
Cuando en el párrafo anterior dijimos «crecientes costos», usamos el sustantivo costos y no precio —aparentemente más relacionado con la inflación— intencionadamente, pues lo definitorio no está en cuánto han subido los precios internacionales, sino en el creciente costo para Cuba debido al imparable aumento de la improductividad del país, lo que degrada su poder adquisitivo.
Para Cuba es cada vez más caro importar (pérdida de poder adquisitivo, inflación) porque su producción es cada vez menos eficiente, debido, precisamente, a que, escondiendo la inflación, el Gobierno mantenía desconectada la economía interna de la internacional, sin permitir que los precios de mercado guiaran la economía, provocando malformaciones estructurales que a su vez aumentaban la improductividad… y la inflación misma.
En Cuba, la verdadera inflación la descubrimos cuando se levanta ese velo monetario que a veces opaca el análisis de la economía real, pues, aunque la inflación puede explicarse como fenómeno monetario, lo que subyace es el encarecimiento relativo de unos bienes con respecto a otros.
Por lo tanto, contrario a lo que afirman Vidal y Everleny, no existía esa «característica monetaria favorable de la economía» cubana en las primeras décadas de este siglo. La estabilidad interna de precios es un truco barato de magia presupuestaria que, debido a las malformaciones estructurales que genera, estaba a punto de reventar, pues la falta de inversión en activos fijos que antes señalamos —más otros disparates— provocó una decreciente productividad reflejada en escasez —que por reprimida no se veía totalmente—, mucho antes que la Tarea Ordenamiento y la pandemia del coronavirus apareciesen.
Cuba no era un oasis de paz donde se «operara con muy baja inflación», sino un pantano donde el Gobierno mantenía a la gente mirando hacia otro lado mientras, lentamente, se hundían en una inflación manejada (y creada) a nivel central por medios alternativos al monetario, como la desviación de los recursos desde la formación bruta de capital al consumo, haciendo un trading entre el corto y el largo plazo… pan para hoy y hambre para maña… y bien, llegó mañana.
La Tarea Ordenamiento, en su intento de hacer más transparente y menos administrativa la economía cubana, ha destapado la inflación reprimida que se venía acumulando, y además, ha arrojado gasolina (aumento de remuneraciones, tipo de cambio fijo, eliminación de subsidios) al fuego en el que el castrismo nos está cocinando, haciendo cada vez más nítido que el fallo no está dentro del sistema, el fallo es el sistema, de ahí su imposible reforma y necesaria sustitución.