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¿Qué se puede esperar si el insulto es “es una intelectual”?

Que la explicación de que Casado se ha deshecho de Cayetana Álvarez de Toledo por un intento de alejarse del radicalismo y apostar por la moderación haya calado, es la prueba indiscutible de que, como ella misma dijo, la guerra cultural sí importa.

Vale que esto ocurrió el lunes pasado, pero es que a mí me pilló con la columna del martes enviada. Y hoy no me resisto a escribir sobre ello, aunque ya se haya dicho todo. Aunque ahora parezca que llego tarde o que la actualidad me atropella. También llego siempre tarde (o demasiado pronto) a todas las modas y a todas las fiestas y no pasa nada. Sabrán disculparme.

Como decía, creo que esta destitución es sintomática de varias cosas, algunas francamente preocupantes. Como el hecho de que ahora mismo da igual lo que uno diga, lo que cuenta es lo que digan que ha dicho. Y lo que ha dicho, nos han dicho, es radical. Es por esto, entre otras cosas, que la batalla cultural -expresión desafortunada y confusa, como bien explica Pablo de Lora– no es, no debería ser, secundaria.

Renunciar a ella es obviar lo necesario que es insistir en defender las ideas con argumentos, no con insultos, descalificaciones, o, peor aún, sin nada en absoluto más que la certeza propia de estar en posesión de una verdad absoluta. La idea misma como prueba irrefutable, sin necesidad de más demostración. Es, incluso, ignorar lo imprescindible de defender el derecho a poder defender las ideas, las que sean, con los claros límites que marca la ley. Porque a las malas ideas, que las hay, no se las combate acallándolas, sino con mejores razonamientos. Y uno puede estar de acuerdo o no con aquello que decía la portavoz del PP, solo faltaba, pero en ningún caso se le puede negar la capacidad de oratoria y argumentación, de honestidad en el discurso, de capacidad de síntesis. Qué bicho raro entre tanta mediocridad.

A veces dudo si no será, directamente, que no han entendido nada de lo que ha dicho hasta ahora. ¿De qué otra manera podrían tildarla de radical, de entre todos, precisamente a ella? ¿Sorprendería esto de aquellos que han utilizado estos días la palabra “intelectual” despectivamente mientras defienden como valor a ensalzar que únicamente (insisto en el «únicamente») figure en el currículum profesional de una ministra el puesto de cajera? Poco nos pasa, en realidad.

Yo, que no soy muy de dar consejos porque creo que, como los besos, depende de quién los dé pueden ser fantásticos o un asco absoluto, hoy voy a dar uno para intentar dirimir cuándo alguien ha metido la pata en política. Casado, atiende: Cuando una decisión tuya es celebrada por lo más escorado tanto a izquierda como a derecha de la oposición y, al mismo tiempo, cuestionado por buena parte de los tuyos, es, casi seguro, un error. Muy probablemente, uno de los gordos.

Y mira que, en el fondo, le entiendo. No hay nada más inquietante que una serie en la que no consigues enamorarte del protagonista porque ya lo has hecho del secundario, mucho más brillante, dónde va a parar. Si yo fuese Meredith Grey («Grey’s Anatomy») me habría cargado sin dudarlo a la doctora Montgomery.

 

 

 

 

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