¿Qué significa el éxito de la estrategia de López Obrador contra la prensa?
Atacar a la prensa no solo sale gratis sino que trae sendos réditos políticos. Lo sabe mejor que nadie en América Latina el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien ha hecho de la arremetida diaria contra periodistas locales y extranjeros que cubren el país su principal estrategia de comunicación.
A mediados de 2019, cuando López Obrador llevaba en el gobierno menos de un año —casi el mismo tiempo que yo en México—, conversé con periodistas mexicanos acerca de lo que me parecía una preocupante escalada de ataques a la prensa lanzados desde el estrado más importante de la nación.
Por esa época, luego de que algunos medios informaran de los recortes presupuestarios y de personal que el gobierno realizaba en el sector salud, López Obrador llamó a quienes informaban al respecto “hampa del periodismo”. El presidente se quejaba ya de que había medios, como el semanario Proceso, que no se portan “bien con nosotros«. Los periodistas bien portados, abundaba AMLO, son los que apoyan “las transformaciones” —como la suya, claro—. Los “buenos periodistas”, además, son “prudentes”, dijo también por esos días, “porque si ustedes se pasan, pues, ya saben lo que sucede”. Las amenazas, de entonces a ahora, son cada vez menos veladas.
López Obrador, comenté yo en algunas de estas reuniones con periodistas mexicanos, parecía el alumno más aventajado del expresidente estadounidense Donald Trump en su estrategia de confrontación diaria con la prensa, incluso por delante del brasileño Jair Bolsonaro. De hecho, argumentaba, el mexicano tenía una ventaja considerable ante el entonces maestro: a diferencia del estadounidense, que nunca alcanzó 50% de aprobación durante su mandato, AMLO era inmensamente popular. Y lo sigue siendo: las encuestas le dan una aprobación promedio de 58%.
Varios de los periodistas con quienes hablé entonces pensaban que se trataba de una exageración y me dijeron que, si bien López Obrador había cometido excesos en su trato con los medios, distaba mucho de ser una amenaza tan seria como Trump. “¿Andrés Manuel? —me dijo claramente una— No, no lo veo. Es un demócrata que cree en la labor de la prensa”.
Hoy, ya cruzado el ecuador del sexenio, esa defensa o ejercicio de wishful thinking resulta insostenible. La colección de calificativos que el presidente ha dirigido a periodistas y medios es inagotable: conservadores, corruptos, mentirosos, fifís, chayoteros, defensores de la mafia del poder y un largo etcétera que se enriquece día a día.
Tan central es el ataque a los medios en el discurso del Ejecutivo que desde junio de 2021 la conferencia de prensa matutina del presidente, conocida coloquialmente como “la mañanera”, cuenta con un segmento semanal dedicado en exclusiva a desmentir informaciones que el gobierno considera ataques en su contra. La responsable, Elizabeth García Vilchis, se ha hecho famosa, más que por desmentir informaciones erradas publicadas en medios, por incurrir ella misma en errores gruesos y a veces ridículos. Todo sea por defender al jefe.
Pese a estos tropiezos, la estrategia de López Obrador y su gobierno ha rendido enormes frutos. En 2019, según el informe Digital News Report del Reuters Institute, 50% de los mexicanos decía confiar en la prensa. “Los medios han disfrutado tradicionalmente de altos niveles de confianza en México”, señalaba. Solo un año después, la edición 2020 del mismo estudio reportaba una caída de 11 puntos. Para entonces, solo 39% de los mexicanos expresaba su confianza en los medios. El diagnóstico del informe era unívoco: “El nuevo gobierno y un ecosistema político profundamente polarizado han tenido un impacto negativo en la confianza en las noticias”.
Para 2021, la edición más reciente, la caída continuó: ahora únicamente es 37%. El reporte tampoco deja dudas esta vez: “La confianza en las noticias es baja para los estándares internacionales, en parte debido a los constantes ataques del presidente”.
No se trata del único indicador que da fe de la exitosa campaña de López Obrador. Según la edición 2022 del Edelman Trust Barometer, una encuesta realizada en 28 países que mide la confianza de la ciudadanía en distintas instituciones, 69% de los mexicanos cree que “los periodistas y reporteros tratan de engañar a las personas a través de exageraciones o declaraciones que saben que son falsas”. Mientras que 71% piensa que “la mayoría de los medios de comunicación están más preocupados por respaldar alguna ideología u opinión política que por informar al público”.
La rotundidad de esos números no solo da cuenta del éxito arrollador de la estrategia del presidente sino que, en un perverso ejercicio de retroalimentación, abona el terreno para que los ataques a periodistas sean cada vez mayores y efectivos. Si la prensa, en buena medida por acción del propio López Obrador, está tan desprestigiada ante la ciudadanía, ¿por qué habría de detener o moderar sus ataques el presidente? ¿Si la amplia mayoría de los mexicanos desconfía de los medios, quién va a sacar la cara por ellos o, siquiera, indignarse ante la violencia verbal del mandatario?
Por ello el gobierno mexicano no hace sino redoblar la apuesta. El presidente ha llegado al punto de responder a una denuncia periodística exhibiendo los supuestos ingresos de uno de los periodistas que divulgó la información. Esto en el “el país más mortífero del mundo para la prensa”, según el más reciente informe de Reporteros Sin Fronteras, que ubica también a México en el puesto “179 de 180 del indicador de seguridad para los periodistas”. Y, pese a los airados reclamos de una parte del gremio periodístico, aquí no pasó nada.
No es sorprendente que, superado el maestro Trump, sea ahora López Obrador quien esté creando escuela entre otros líderes de la región. Lo vemos en el caso peruano, donde tanto el presidente Pedro Castillo como su primer ministro Aníbal Torres, ante cada denuncia periodística responden acusando a los medios de “golpistas”. Lo vemos en el candidato presidencial colombiano Gustavo Petro quien, ante las críticas vertidas por un columnista, no tuvo mejor idea que acusarlo de “neonazi”. Y lo vemos, por supuesto, en El Salvador, donde el cada vez más autoritario Nayib Bukele no solo ha aprobado una ley mordaza que impide a los medios informar sobre las pandillas sino que utiliza esa herramienta y su popularidad en redes sociales para colocar una diana sobre periodistas e investigadores.
Podría decirse que Bukele ha adelantado en brutalidad a López Obrador, pero lo que parece faltarle —por ahora— en crueldad, el maestro lo compensa largamente con tesón y constancia. He ahí la clave de su éxito. Los líderes populistas de la región, con mayor o menor talento, con mayor o menor fortuna, observan todos atentos, libreta y lápiz en mano. Los periodistas y ciudadanos preocupados por el estado de la libertad de prensa y nuestras democracias deberíamos hacer lo mismo. Antes de que sea demasiado tarde.