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¿Qué sucede con la religión en América Latina?

Desciende el catolicismo, no la religión. Sin iglesia no significa «sin religión».

Celebración del día de la Virgen de Guadalupe en México

La adhesión religiosa se ha convertido, casi sin excepción, en una elección personal.

«Los individuos se determinan religiosamente en función del interés personal que pueden encontrar en esta elección, ya sea en términos de bienestar psicológico, ya sea en términos de realización simbólica de sus condiciones de existencia» (Hervieu Leger, 2005).

La investigación sobre las religiones en el mundo revela que la tendencia de mayor crecimiento es de quienes no pertenecen a ninguna religión, o creyentes sin iglesia, o no afiliados. Lamentablemente se confunde el análisis cada vez que se interpreta esta categoría como ateos o agnósticos, cuando en realidad los que aumentan son los creyentes sin pertenencia institucional a una religión o iglesia particular, cuyas creencias no son fácilmente clasificables en las categorías clásicas de creyente, ateo o agnóstico. Lo que crece en el mundo son las personas que no se sienten parte de ninguna religión pero tienen profundas búsquedas espirituales y creencias religiosas. En su mayoría, están vehiculadas a través de una religiosidad difusa y ecléctica, más bien centrada en aspectos terapéuticos y no tanto doctrinales.

Desde hace más de cuarenta años, muchos sociólogos de la religión advertían que la avanzada secularización de algunos países suponía un abandono de las prácticas religiosas tradicionales, especialmente el catolicismo, pero no necesariamente un abandono de lo religioso.

Experiencia religiosa diferente

Erróneamente, muchos analistas interpretaron el descenso de la práctica y compromiso con iglesias y religiones tradicionales con un menor interés por lo religioso. Lo que sucede es exactamente lo contrario. La experiencia religiosa ha mutado notablemente, y en esta metamorfosis de lo sagrado nos encontramos con personas peregrinas que eligen en forma personal y subjetiva cómo vivir su vida espiritual, sin necesidad de mediaciones institucionales. Bastaría con observar el lugar que ocupan en las librerías los volúmenes de autoayuda, esoterismo, gnosticismo, gurúes, chamanes, espiritismo, espiritualidad oriental y autores cercanos al New Age y la religiosidad a la carta, para darse cuenta de la complejidad y vitalidad del fenómeno.

No identificarse con una iglesia o religión no significa no ser religioso. Abandonar una iglesia o religión no es idéntico a dejar de creer en Dios o en realidades sobrenaturales.

Los ateos y agnósticos normalmente confiesan que lo son y no usan vagamente la expresión: «no tengo religión». Dicen sin problema: «soy ateo», «soy agnóstico», «no creo en nada» y cosas por el estilo.

La única excepción son los evangélicos pentecostales que, por su religiosidad más acorde a la sensibilidad posmoderna, descienden menos en Estados Unidos y crecen mucho más en América Latina, pero no en todos los países por igual.

 

La religión en Latinoamérica. Diálogo Político

Desciende el catolicismo, no la religión

Los datos del Latinobarómetro desde 1995 a 2020 sobre la religión en América Latina muestran una tendencia a la disminución del catolicismo, con excepción de Paraguay y México donde se mantiene en mayoría absoluta. Dependiendo del país, hay un aumento de los evangélicos (en su mayoría pentecostales) o de los que se consideran sin religión. Los países con un mayor porcentaje de sin religión son Chile (36,5 %), Argentina (37,2 %) y Uruguay (41,2 %). En estos tres países, los evangélicos no crecen como en el resto de la región y sí aumenta una religiosidad desinstitucionalizada y alejada del cristianismo.

En cambio, Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Honduras mantienen un fuerte crecimiento evangélico pentecostal. Esta tendencia se repite en un porcentaje menor en Perú, Colombia, Ecuador, Bolivia, Venezuela, Costa Rica, Panamá y República Dominicana. El censo en Brasil muestra que en 1970 los católicos eran el 92 % de la población. En 2010 no llegan al 60 %, mientras que los evangélicos crecen en proporción al descenso católico.

El caso uruguayo es muy particular, una singularidad en la región, porque su proceso de secularización no fue solo del Estado, sino de la sociedad en su conjunto. Allí el catolicismo disminuye progresivamente a un 33 % en 2020 (en 1995 era un 60 %, en 2017 un 38 %). Es un catolicismo nominal, porque la práctica de un catolicismo más comprometido desciende a menos de 5 % de la población. El amplio espectro evangélico nunca ha superado el 13 %, pero en 2020 ha disminuido a un 8,4 %. Y siguen aumentando los sin religión, que alcanzan un 41,2 %, el más alto de la región. El ateísmo en Uruguay es de un 9 % y, salvo Argentina, que tiene un 1,9 %, el resto de los países tienen un ínfimo número de ateos (menos de 1 %).

Sin iglesia no significa «sin religión»

Un problema con la categoría de creyente sin iglesia o sin religión es que muchas veces no es fácil determinar el tipo de religiosidad que hay detrás de estas expresiones y se pueden solapar entre sí. De hecho, existen ateos y agnósticos con prácticas espirituales y personas adheridas a religiones que viven en el más profundo ateísmo práctico. Escuché hace años a un teólogo colombiano afirmar que habían creyentes que no practican y practicantes que no creen.

Los estudios cualitativos realizados en todo el continente muestran que las categorías con las que muchos se identifican no siempre responden al imaginario que hemos construido sobre lo que significa ser católico, evangélico, ateo o agnóstico.

En la experiencia de las personas, la religión es una realidad cambiante y compleja. De hecho, muchos no usan la expresión religión porque la asocian a ritos o instituciones. En cambio, prefieren decir que tienen espiritualidad, pero no religión, por una visión peyorativa del concepto. Pero, técnicamente hablando, toda forma de espiritualidad es una manifestación de religiosidad, sea individual o social.

Creo que en las ciencias sociales, así como en la filosofía de la religión, hace falta una profunda revisión del uso de los conceptos para no alejarnos de la religiosidad vivida en abstracciones que no dan cuenta de los itinerarios religiosos de las personas. De hecho, existen religiones ateas, ateísmos con propuestas espirituales, espiritualidades laicas, religiones sin dioses y un sinfín de combinaciones que existen en la realidad y la experiencia cotidiana de las personas, que no son fácilmente clasificables en tipologías clásicas.

Una religiosidad terapéutica, difusa y vivencial

Especialmente en los países de la región y de manera particular en los más secularizados, las iglesias históricas se han amalgamado con la modernidad. Han vuelto su discurso más ético y social, abandonando expresiones y temáticas que remitan a lo sobrenatural o a la experiencia mística, dejando un evidente vacío espiritual.

Muchos creyentes sienten que les falta algo, cuando las iglesias históricas reducen la vida religiosa a prácticas sacramentales y a discursos racionales vaciados de misterio, o a compromisos morales y sociales. La nueva religiosidad en cambio, ofrece vivencias subjetivas y experiencias sensibles para un neopaganismo sediento de mística y misterio. Los que se van de las iglesias no necesariamente adhieren al ateísmo, sino a una indiferente, intimista y vaga religiosidad difusa.

En una cultura narcisista del culto al yo y con miedo al fracaso, hay demanda exponencial de confort psicológico, detrás de especialistas gurús que dicen cómo vivir, cómo comer, cómo dormir, cómo meditar, cómo relacionarnos con los demás y cómo ser felices. El mercado del alma crece en ofertas para crecer en autoestima y bienestar interior.

En una sociedad dominada por la mentalidad consumista, crece la religión a la carta y cada uno arma su propio menú espiritual, tomando de cada tradición religiosa, de la psicología, y de las pseudociencias si es necesario, lo que mejor le venga a su necesidad de gratificación subjetiva. Se conforma así una yuxtaposición de creencias, una múltiple pertenencia a diversos credos y prácticas religiosas, donde el sincretismo se convierte en signo de apertura mental y libertad.

La religiosidad dominante

La religiosidad actual privilegia la experiencia antes que la doctrina, los itinerarios personales antes que las grandes tradiciones, las vivencias espirituales antes que los contenidos doctrinales. Y el creyente de hoy es un buscador, un peregrino que quiere decidir cómo, cuándo y a quién creer. La religiosidad actual se ha convertido en una religiosidad sin Dios, pero se manifiesta emocionalmente potente y tiene una amplísima difusión.

El peso del testimonio emocional, la vivencia y la interioridad en los movimientos neopentecostales y en las espiritualidades neoesotéricas muestra los nuevos rumbos de la religión y presenta un gran desafío a las religiones clásicas y a las iglesias históricas. Sin experiencia íntima, personal y emocional no hay experiencia que se torne valiosa en el plano religioso. De aquí la tendencia a buscar en la psicología un mediador cualificado para la profundización e incluso para las terapias de mediación corporal y emocional. Se busca un mundo de unidad interior, de certeza y de misterio descifrado. La emoción abraza sus dos polos: la fuerte exteriorización y la concentración interior.

La emoción ocupa un lugar no solo importante sino excepcional en la vida de muchos de nuestros contemporáneos. Estos dedican muchas energías a una afanosa búsqueda de novedades y experiencias fuertes, y dan lugar a la llamada sociedad de la vivencia.

En este contexto, la experiencia religiosa no aspira a ser un elemento configurador de la existencia, sino a salvar el momento. Es así una experiencia más de conocimiento interno (gnosis) que nos prepara para la próxima novedad.

La reacción fundamentalista

En un contexto de extendido relativismo ético y religioso, en medio de una gran incertidumbre en todas las dimensiones de la vida, crece paralelamente la tentación fundamentalista. Es una contrarreacción que viene creciendo también en grupos que se sienten minorías —aunque no lo sean—, al cerrar filas doctrinales en la defensa de la identidad particular y con una construcción nostálgica de un pasado irreal.

El fundamentalismo, en todas sus manifestaciones, legitima prácticas y formas de vida que considera las únicas válidas universalmente. Por eso, tiende a querer imponerlas y a condenar todo lo diferente. La prédica fundamentalista, aunque crece en grupos minoritarios dentro de diferentes tradiciones, llega como un refugio de seguridad para personas necesitadas de certezas sólidas y discursos simplistas y reduccionistas. Esto también explica que los grupos que crecen dentro de las religiones o iglesias más tradicionales son los que tienen un talante más radical y fundamentalista.

Para comprender y profundizar sobre la transformación de la religión en el mundo contemporáneo, sugiero la bibliografía siguiente.

Bibliografía

Duch, L. (2012). La religión en el siglo XXI. Madrid: Siruela.

Estrada, A. (2018). Las muertes de Dios: Ateísmo y espiritualidad. Madrid: Trotta.

Giner, S. (2016). El porvenir de la religión: Fe, humanismo y razón. Barcelona: Herder.

Gray, J. (2019). Siete tipos de ateísmo. Madrid: Sexto piso.

Hervieu-Léger, D. (2005). La religión, hilo de memoria. Barcelona: Herder.

Mardones, J. M. (2005). La transformación de la religión. Madrid: PPC.

Taylor, Ch. (2021). El futuro del pasado religioso. Madrid: Trotta.

Velasco, J. M. (1999). Metamorfosis de lo sagrado y futuro del cristianismo. Santander: Sal Terrae.

 

Doctor en Filosofía. Magíster en Dirección de Comunicación. Profesor del Departamento de Humanidades y Comunicación de la Universidad Católica del Uruguay.

 

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