¿Qué tiene en común la política de EE.UU., Francia, Israel y España?
Dentro de la banalidad que caracteriza a esta nueva era de los extremos, los populistas cuentan además con una gran ventaja: la falta de memoria
Las democracias occidentales viven en el mundo de ayer. Se resisten a asumir que el gran botellón del bipartidismo, con sus dinámicas y reglas, se terminó hace mucho tiempo. Y ahora toca lo más difícil: hacer política, incluso gobernar, con los extremos. No importa que se requieran siete escaños para formar gobierno o que el ímpetu de la extrema derecha sirva de puntilla a un ‘statu quo’ inexistente. Las fuerzas más radicales y populistas, que antes se situaban en la periferia del espectro político, ahora son imposibles de ignorar.
La contienda en curso, como explica Janan Ganesh en el ‘Financial Times’, es cuando menos asimétrica. En términos de poder, los populistas viven en el mejor de dos mundos: pueden ensuciar, mentir y estafar haciendo creer que existen respuestas sencillas a los grandes problemas. Pero estos radicales no tienen que demostrar nada asumiendo responsabilidades de gobierno. Lo cual les evita el altísimo riesgo de quedar en evidencia por su destructiva mezcla de incompetencia y vileza, nivel Boris Johnson.
Por supuesto, el ‘establishment’ arrastra mucho más equipaje que Taylor Swift. Su huella de carbono político es gigantesca. En contraste, los extremistas emergentes viajan muy ligeros. Para el asalto de Roma por parte de los ‘selfie-godos’ no hace falta saber gran cosa ni tener mucha experiencia. De hecho, presumen de no saber cómo funciona el gobierno. Y lo demuestran con su incapacidad para legislar, no tienen reparos en recomendar chupitos de lejía contra el Covid o en formar parte del club de fans de Putin. Pero eso sí, saben manejar mucho mejor TikTok que una hoja de cálculo. Además de conocer todos los botones necesarios para poner en funcionamiento la maquinaria del caos.
Dentro de la banalidad que caracteriza a esta nueva era de los extremos, los populistas cuentan además con una gran ventaja: la falta de memoria, especialmente entre los votantes más jóvenes. Ya nadie se acuerda de la última vez que naciones enteras votaron a favor de políticos que se definían a sí mismos en contra del sistema.