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Ramón y Cajal: los secretos de un genio

Justo Ramón Casasús, el padre de Cajal, era una persona peculiar. Hijo de un labrador, hizo una durísima carrera que comenzó como ayudante de barbero sangrador, el primer peldaño del complicado escalafón sanitario de la época, y terminó como catedrático de Medicina en Zaragoza. De una dureza mineral y una memoria prodigiosa, fue capaz, gracias a un esfuerzo sobrehumano, de una hazaña muy poco común. Y su hijo Santiago siguió en buena medida ese ejemplo, heredando un tesón y una fuerza de voluntad que le permitieron extenuantes jornadas de trabajo y mantener toda su vida un objetivo claro. 

También durante la infancia de Cajal se produjeron algunas claves que ayudan a entender su éxito científico. Debido a su mal comportamiento y a su escaso rendimiento escolar, su padre le sacó de la escuela varias veces, obligándole a ejercer como aprendiz de zapatero y de barbero, empleos en los que adquirió destreza manual, sobre todo con la navaja de barbero, algo que luego le resultaría útil a la hora de preparar los cortes histológicos para mirarlos al microscopio.

Dibujo de un cerebelo mamífero (1894) hecho por Santiago Ramón y Cajal 

Una de las ventajas de Cajal sobre todos sus competidores científicos fue que, además de tener los mismos conocimientos, era un artesano de la ciencia. Y en una disciplina como la Histología, que se basa en la posibilidad de ver objetos muy pequeños en el microscopio, la capacidad de saber teñir células adecuadamente es básica.

En 1906 le fue concedido el premio Nobel , a medias con Camilo Golgi, el inventor del método de tinción de células que sirvió de base a la investigación de Cajal

Durante sus años de universitario, Cajal recibió una enseñanza de la Medicina basada en concepciones muy antiguas. Pero él ya había leído a los autores modernos, en los que, por ejemplo, la teoría celular se oponía a la concepción de la vida como un don divino. Si cada célula venía siempre de otra célula, entonces las explicaciones sobre el ánima vital como principio creador no tenían sentido.

Cajal, que en sus ratos libres practicaba la gimnasia, la poesía y la filosofía, se estaba convirtiendo en un racionalista al que las ideas sin fundamento científico le resultaban difíciles de asimilar. Ahí empezó, según sus palabras, a abrazar «la religión de los hechos», su norte en la investigación y un lema que jamás abandonaría.

Nada más licenciarse, en junio de 1873, Cajal se apuntó a ser médico militar, en vez de comprar la licencia, algo sencillo entonces, y «pagar su deuda de sangre con la patria», como él mismo explicó. Se presentó a unas oposiciones de médico militar, las aprobó y pasó seis meses por Lérida persiguiendo carlistas, sin entrar nunca en combate.

Una mirada por el microscopio decidió su carrera

Entonces se le ofreció la posibilidad de ir a Cuba y decidió partir. El paludismo, la pésima estrategia militar y la corrupción del Ejército fueron demoledores para él. A su regreso se decidió a examinarse para el doctorado. Durante el examen de Histología -que daba Aureliano Maestre de San Juan, fundador de la Histología en España y maestro de Cajal desde entonces-, se asomó el futuro Nobelpor primera vez a un microscopio y su fascinación fue tal que, desde aquella tarde del examen, decidió convertirse en investigador.

Pasó años peleado con su padre porque no quiso ser médico rural

Tras unos años peleado con su padre, que quería que fuera médico rural, después de haberse casado casi en secreto en 1879 y de haber perdido injustamente varias oposiciones porque «aún no le tocaba», consiguió, en 1883, obtener la cátedra de Anatomía de Valencia. Un año después se produjo una epidemia de cólera que fue especialmente grave allí. La Diputación de Zaragoza le encargó un estudio sobre el bacilo causante de la enfermedad, lo que le llevó a descubrir que este quedaba inactivado si se cocía. Como agradecimiento por el informe sobre la enfermedad, la Diputación de Zaragoza le regaló un microscopio que, en sus propias palabras, «me equiparó técnicamente con los micrógrafos extranjeros mejor instalados». Así, una vez más, el propio Cajal desmiente su leyenda sobre la ausencia de maestros y de ayudas. Además, comprendió que era mucho más barato y sencillo dedicarse a investigar células que microbios, por lo que, en vez de ser bacteriólogo, se hizo definitivamente histólogo.

En Valencia creó una escuela que, con el tiempo, fue su mejor legado. En 1888, tras ganar otra cátedra, se trasladó a Barcelona, donde haría sus descubrimientos más importantes. Allí demostró que las neuronas eran células independientes, aunque conectadas. Fue el comienzo del éxito, aunque aún debía, como habitante de un país no muy importante científicamente, hacerse valer en la ciencia europea.

Su trabajo fue ignorado en España hasta 1900

Para ello, decidió presentarse en la reunión de 1889 de la Sociedad Anatómica Alemana. Allí, como nadie le hacía caso, agarró del brazo al más importante de los histólogos alemanes y le obligó a mirar por su microscopio. Desde ese día, fue un investigador reputado en la ciencia internacional. Claro que aún le costaría un poco ser reconocido en España, lo que ocurrió en 1900.

El 17 de octubre de 1934, a los 82 años de edad, murió en Madrid. Su entierro fue un homenaje estudiantil. La prensa se deshizo en elogios por la muerte del «insigne sabio español, gloria universal y gran patriota».

Métodos revolucionarios

Cajal fue capaz de ver lo que otros no veían. Hasta entonces, se pensaba que la estructura de las células nerviosas formaba parte de una red. Era una excepción a la teoría celular, y eso repugnaba al histólogo aragonés. Para realizar su descubrimiento contó con varias herramientas de importancia, la más importante de las cuales, además de su inteligencia y su tesón, fue su capacidad para teñir las células. Para poder ver algo en el micromundo de la histología, es necesario teñir muy bien las células y Cajal, en palabra de uno de sus discípulos indirectos, Pío del Río-Hortega, «era un virtuoso de la tinción». Inventó varios métodos y mejoró otros, entre ellos el de Golgi, que le enseñó Luis Simarro cuando vino a Madrid desde Valencia para un tribunal de tesis. Este método y el microscopio que le regaló la Diputación de Zaragoza hicieron posibles descubrimientos como el de la neurona. Pero, además, en vez de utilizar cerebros de animales adultos para sus experimentos, decidió utilizar los de embriones, una originalidad que le permitió estudiar también el desarrollo de las neuronas, su crecimiento y la independencia de sus conexiones.

El misterio del cuarto oscuro

Cajal fue un apasionado de la fotografía desde que, en 1868, descubriera «el augusto misterio del cuarto oscuro». Siempre tuvo máquinas y durante una época de su vida ayudó a su nunca demasiado saneada economía con la venta de placas hechas con un sistema inventado por él. Desarrolló una técnica ultrarrápida al gelatino-bromuro que daba mejores resultados que la utilizada hasta entonces. Aplicó a la histología técnicas fotográficas, tanto para hacer microfotografías como para desarrollar técnicas de tinción basadas en principios similares al revelado. En 1912 publicó La fotografía de los colores para «iniciar o fortalecer en nuestra juventud la noble afición de la heliocromía». Siempre tuvo estudio fotográfico, aparte de su laboratorio, y realizó numerosas fotografías artísticas, familiares, científicas y antropológicas.

Alumnos y herederos

Cajal fue, sobre todas las cosas, un excelente maestro, padre de una espectacular generación de histólogos y neurocientíficos. En sus laboratorios se formaron, entre otros muchos, Francisco Tello, Fernando de Castro y Rafael Lorente de No. Otros discípulos indirectos, como Pío del Río-Hortega -quizá el más destacado de todos desde el punto de vista de las contribuciones científicas- y Gonzalo Rodríguez Lafora, tuvieron también un papel relevante en las neurociencias internacionales. Francisco Tello fue, probablemente, su discípulo más querido y quien le sustituyó en varios de sus cargos, hasta que, después de la Guerra Civil, fue depurado por el franquismo por el terrible delito, según consta en su expediente de depuración, de no haber bautizado a sus hijos.


PARA SABER MÁS

Reglas y consejos sobre investigación científica, de Santiago Ramón y Cajal. Editorial Espasa Calpe.

Cajal, triunfar a toda costa, de Antonio Calvo Roy. Alianza Editorial.

Santiago Ramón y Cajal, de Agustín Albarracín y Pedro Laín Entralgo. Ed. Labor.

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