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Ramón J. Velásquez periodista: el homenaje en Nueva York

                   Ganadores del Premio María Moors Cabot. Foto cortesía de la Fundación Ramón J. Velásquez

 

 

Vio el mar por vez primera a los diecisiete años, al cuarto día de un viaje en autobús desde San Cristóbal a Caracas. De repente el polvo de la carretera se disipó haciéndole entender el significado de la inmensidad. Sus compañeros, abrumados, intentaron llenar el momento con aplausos. Esta visión acaso la evocó treinta y tres años después mientras el trayecto hacia la ciudad de Nueva York se hacía infinito, aunque en realidad estaba a pocas horas de llegar. La escuela de periodismo de la Universidad de Columbia lo había mandado a llamar para honrarlo con el Premio María Moors Cabot. La cita era para el 26 de octubre de 1967.

Ramón José Velásquez, director del diario El Nacional desde 1964, formaba parte del grupo de cinco periodistas ‒junto con el caricaturista húngaro Péter Áldor, por Colombia; James Copley y James Goodsell, por Estados Unidos, y M. F. Nascimento Brito, por Brasil‒ que recibiría (cada uno) mil dólares en efectivo, un diploma y la medalla dorada otorgada desde 1939, como resultado de su contribución, desde la prensa, al «entendimiento de los pueblos de América», lema base del premio. Eran los tiempos de la Guerra Fría y a pesar de los constantes maltratos de la política exterior norteamericana hacia América latina, este reconocimiento podía ser percibido como un eco de los años del panamericanismo en la época de la «Alianza para el progreso».

El acto se realizó en la rotonda de la Biblioteca Low Memorial; luego agasajaron a los ganadores con un banquete. Al hacer referencia a Ramón J. el decano Richard T. Baker expresó que en él se reconocía «el impulso del periodismo vigoroso y responsable» y que, aunque aquella noche se premiaba al periodista en él confluían el autor-educador y el funcionario público.

Baker tenía razón, el periodismo fue una de sus facetas medulares, mas no la única. Ramón J. buscó la noticia y también él llegó a convertirse en hecho noticioso. Historiador y político, memorioso y memorable, se transformó en puente de entendimiento en ese extraño proceso de vivir en democracia. Su historia comenzó como la de muchos jóvenes andinos en la frontera colombo-venezolana, cuando eran más las noticias que llegaban del otro lado que del propio país. Venezuela, con la censura impuesta por la dictadura de Juan Vicente Gómez, no podía competir en su prensa con los debates colombianos entre los conservadores de El Siglo y los liberales de El Tiempo y El Espectador.

 

 

Portada Últimas Noticias 10 de agosto de 1945. Entrevista a Diógenes Escalante por Ramón J. Velásquez. Foto cortesía de la Fundación Ramón J. Velásquez

 

Periodismo para el hoy

La primera etapa de sus estudios los cursó en San Cristóbal y el bachillerato lo terminó en Caracas. Recuerda la historiadora Catalina Banko que el precoz Ramón J. comenzó su pasión periodística corrigiendo pruebas en el Diario Católico y en algunas revistas estudiantiles. Un día, poco antes de su partida a la capital, cuando acababa de presentar la conferencia «El Táchira y su proceso evolutivo», fue abordado por Humberto Spinetti Dini, profesor de historia, quien le dijo: «Usted es periodista, yo lo descubrí. Se la pasa leyendo El Tiempo de Bogotá, que está prohibido». Acto seguido, Ramón J. se convirtió en jefe de redacción de El Nacional, un diario local de nombre premonitorio respecto de lo que le esperaba en Caracas. De esta breve pasantía le quedaron gratos recuerdos: «Escribíamos de todo menos de política por la situación imperante», llegó a decir.

En la Universidad Central de Venezuela optó por la que quizás era la única carrera que le proporcionaba estar en los asuntos públicos: el derecho. En la vieja universidad conoce y participa en la agitada vida política que emerge al morir el dictador. El país de 1936 es efervescente, hace huelgas, se moviliza en las calles, debate en la prensa. En 1942 empezó sus labores en Últimas Noticias y tres años después lo tenemos dando un batacazo, acaso su primera entrevista imaginaria. Resulta que en el diario le dieron dos páginas para que pusiera en negro sobre blanco una conversación con el candidato de consenso y posible Presidente de la República: Diógenes Escalante. La cita para la entrevista se concretó, pero Escalante nada le dijo. Ante el mutismo, Ramón J. hace gala de todo el material que había leído y obtenido gracias a Lola, la hermana del diplomático.

Además, era su coterráneo, así que algo más podría agregar a partir de la cosmovisión andina. «Encontramos al doctor Diógenes Escalante en sus apartamentos del Hotel Ávila. Son estos días atareados para el ilustre político: el desfile de visitantes es numeroso y continuo», comienza la entrevista. Y la termina con: «El número de visitantes aumenta. Los telegramas siguen llegando. Es prudente dar las gracias al doctor Escalante por sus declaraciones, y retirarnos». Entre esas dos escalas hay unas declaraciones que producen la siguiente reaccion de Escalante: «Yo no le dije todo eso que está allí». A lo que Ramón J. espeta: «Sí. Pero es verdad». Por fidedignas, el periodista se convierte en su secretario privado. Lo que ocurre después es conocido: Escalante enloquece, se disuelve el consenso y Acción Democrática, con la fuerza de jóvenes oficiales de las fuerzas armadas, derroca al gobierno de Isaías Medina Angarita el 18 de octubre de 1945. La entrevista había aparecido el 10 de agosto.

 

 

                                                                      El Nacional, 27 de octubre de 1967, página D-9

 

Historia para el mañana

La técnica de la entrevista imaginaria la utilizó años después en esa obra que conjuga periodismo, historia y éxito de ventas, las Confidencias imaginarias de Juan Vicente Gómez (1978). En este libro se exorciza al gran espectro de la vida venezolana de los primeras décadas del siglo XX, así como la fascinación de Ramón J. por un personaje venido de su región y que encarnó algo más que el mero manejo del poder.

Sus crónicas y reportajes aparecen en Últimas Noticias y en El Nacional; en este último firma sus texto con las siglas RJV. De nuevo el país se halla bajo la férula de una dictadura. Intenta hacer un periodismo independiente y que argumente la necesidad de un sistema democrático. Así lo hace con sus trabajos para la revista Signo, entre los que destaca el perfil «Jóvito Villalba o un político de la democracia». En pleno 1952 Ramón J. cuenta la vida y las luchas del líder de la oposición, frente a la cada vez más censuradora Junta de Gobierno controlada por los militares.

Y no se queda solo en esa tarea, sino que busca historiar, asimismo, lo que hoy llamaríamos la historia del tiempo presente. Desde la Tipografía Garrido publica y reedita rarezas editoriales como las Memorias de Mano Lobo (1956), de Domingo B. Castillo; y los escritos del general Antonio Paredes. En el prólogo que Ramón J. le dedica a Paredes en su obra Cómo llegó Cipriano Castro al poder (1956) puede que esté el germen de su reconocida obra La caída del liberalismo amarillo (1972), uno de los más apasionante libros de historia venezolana.

Antes de que el periodismo narrativo se pusiera de moda y que en Estados Unidos se etiquetara como «Nuevo periodismo», ya Ramón J. estaba publicando piezas llenas de fuerza investigativa y de agilidad en el uso de la palabra. Quizás por ello Mariano Picón Salas decide publicar su reportaje «López Contreras: un estilo político», en su antología Dos siglos de prosa venezolana (1965). Ser un periodista comprometido con las luchas democráticas lo llevó a ser coautor del Libro negro de la dictadura. Esta y otras osadías lo mandan varias veces al calabozo; la última por dos años y en Ciudad Bolívar, hasta el fin de la década militar.

 

                                                                  Ramón J. Velásquez periodista. Ilustración de G. Tosa. 1967

 

 

Diálogo con vivos y muertos

Ya recobrada la democracia en 1958 funda, y es su primer director, el verpertino El Mundo. La idea de este diario la medita en los años de prisión y luego la concreta junto con Simón Alberto Consalvi. Es un apasionante punto de encuentros y divergencias en el que coexisten el vértigo y la esperanza por el país posible. A los pocos meses, Rómulo Betancourt lo llama para recorrer el país en la campaña electoral. Ramón J. fue candidato a diputado por el estado Miranda y a senador por Táchira, consiguiendo los votos para ambos escaños. Mas la idea del nuevo mandatario es tenerlo cerca, por eso le pide que sea Secretario de la Presidencia.

Durante cuatro años dialoga con los vivos y los muertos. Genera consensos en las diferentes regiones del país para estabilizar el sistema y recupera un arsenal de papeles fundamentales para conocer el país político: el Archivo Histórico de Miraflores y su Boletín. También lideró la publicación del pensamiento político venezolano del siglo XIX y, posteriormente, como senador, impulsó el del siglo XX; así como la creación de FUNRES. Entre los planes emocionantes que hizo esta institución está la de haber compilado todas las caricaturas que en el exterior se hicieron sobre Cipriano Castro, quien pasó del aura local de jefe de la Restauración Liberal, al de chiste en los salones de Estados Unidos y Europa.

Regresando a aquel jueves de otoño de 1967, en la Embajada de Venezuela en Washington D. C. esperaban a Ramón J. para alojarlo aquella noche como huésped de honor. Nunca llegó. Una tempestad derribó los cables de telecomunicación del aeropuerto de la capital estadounidense, lo que impidió la entrada de al menos un centenar de vuelos. El anfitrión, el embajador Enrique Tejera París, hizo el agasajo sin la presencia del homenajeado. Refiere la prensa de la época que su papel lo tomó José Antonio Mayobre, Ministro de Minas, y que en tono de broma Tejera París avisaría a la prensa que «Venezuela crece tan rápidamente que ya producimos huéspedes de repuesto».

 

Ramón J. Velásquez. Ilustración de Pamcho, publicada en el catálogo de la exposición: Homenaje de la Biblioteca Nacional al eminente historiador venezolano Ramón J Velásquez, noviembre.diciembre, 1987

 

El repúblico

El laureado director de El Nacional retornó a Caracas y estuvo al frente del diario dos años más, hasta cuando asumió como Ministro de Comunicaciones en el primer gobierno de Rafael Caldera. Volvió a dirigir el periódico entre 1979 y 1981. Llegaron nuevos reconocimientos, como el ingreso en la Academia Nacional de la Historia (1971) y, en los años ochenta, la jefatura de la Comisión para la Reforma del Estado. En 1993 entró en la lista de quienes se han sentado en la anhelada silla de Miraflores y en 2005 apareció el libro Memorias del siglo XX, integrado por las mejores de sus crónicas publicadas en el diario Últimas Noticias. El periodista Pablo Antillano afirma que esta compilación convertía, «con distancia inteligente» y «humor omnisciente», cada momento histórico «en un evento de extrema teatralidad y de interpretación multidimensional».

Ramón J. fue ante todo un repúblico: enfiló su vida y trabajo, su pasión venezolanista, sus desvelos y resistencia cívica en función de un país democrático reconciliado con su pasado y con la vista en el porvenir. El periodismo, la historia y la política fueron los medios pedagógicos que utilizaría para consolidar el Estado democrático. En buena medida lo logró. No obstante, en este momento solo queremos imaginar al periodista que viajó a recoger un premio en Nueva York y que rememoró aquella primera vez cuando vio el mar y de ese modo alcanzó a entender el sentido de la inmensidad.

 

 

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