Ramón Peña – En pocas palabras: Armando
Caras buenas para todo,
El vacío os mira con fijeza,
Vuestra muerte
Servirá de ejemplo
Paul Eluard, La Victoria de Guernica
Armando Cañizales murió a los 17 años. Apenas amanecía en su pasión por la música. Lo asesinaron a mansalva, él no podía llevar en su mano otra arma que no fuese el arco de su violín, ese, su único instrumento, con el que disparaba fantasías desde su alma de artista. Lo mataron porque anhelaba que las notas de sus cuerdas volaran en libertad, a su edad, no había podido conocer cómo se vive en democracia, por eso luchaba. Se lo impidieron cobardemente los perros de presa del régimen. En el último compás de su vida no quedaron escritas notas musicales, solo su grito estentóreo.
Armando es una nueva víctima de quienes asesinan, ya ni siquiera para continuar gobernando, porque no gobiernan, perdieron el poder y la autoridad para hacerlo, son solo parias armados que disparan para mantenerse ellos mismos lejos de la justicia. No son más que prófugos escondidos en el poder. Se desesperan hasta lo demencial porque la sociedad no les teme, los enfrenta inerme, pero con un coraje inédito en nuestra historia republicana. Los ciudadanos no retroceden, aquellos que caen son reemplazados, los heridos, lamen sus heridas y vuelven a la lucha.
Protagonista esencial de este capítulo histórico es nuestra juventud. Su coraje es admirado en el mundo entero. En el futuro se hablará menos de los jóvenes seminaristas que acompañaron a José Félix Ribas en la batalla de La Victoria, que de la gesta de estos chamos mileniales resueltos a conquistar su derecho a un mañana de dignidad.
La suerte está echada, la vileza está acorralada, al régimen solo le queda el miedo y la crueldad de sus armas. Muy pronto, el violin de Armando, que hoy está de Requiem, volverá a vibrar para acompañar nuestra Oda a la Alegría.