Ramón Peña / En pocas palabras: Armas para la paz
En el alba de este 2023 escuchamos un redoblar de tambores que anuncia que éste también será un año de creciente tensión bélica. Una expectativa que tiene como expresión concreta los presupuestos de gastos en armas acordados por potencias democráticas para el año que comienza. En Estados Unidos, el Senado acaba de aprobar un presupuesto de gastos en defensa que se acerca al billón de dólares. En términos relativos, el segundo más alto desde la II Guerra Mundial. En Asia, Japón ha quebrantado su postura pacifista sostenida desde 1945 y ha duplicado su presupuesto armamentista. En la Unión Europea, un número de países quiebran la barrera de 2.0% del PIB en gasto militar.
Este exorbitante desembolso global lo atiza, esencialmente, el asalto de Vladimir Putin a Ucrania, pero también la amenaza de Xin Ping sobre Taiwán y los amagos agresivos del alienado de Corea del Norte.
Los primeros años del siglo XXI habían sembrado la esperanza de que los conflictos armados a gran escala quedarían como memoria del belicoso Siglo XX. Algunos avizoraban cierto orden global de entendimiento. Pero el ataque artero y absolutamente injustificado de Putin a Ucrania ha roto esta ilusión de un modo brutal, que evoca los desmanes de Hitler y su Wermacht o el expansionismo atroz de Gengis Khan y sus tribus de mongoles. A todas luces un desafío que si no se detiene abrirá la espita para sucesivas agresiones a otros países.
Compartimos que es indeseable que los presupuestos de cualquier nación aumenten más en armas que en salud y educación. Pero, más allá de corrección política –y sin vislumbrarse alto el fuego o paz negociada– se explica esta inversión de las democracias liberales para contener y liquidar, ojalá sea durante el presente episodio ucraniano, la desmesura de un sociópata con capacidad de destrucción internacional, así como para disuadir a otros caudillos también alentados por ansias expansionistas.