Ramón Peña / En pocas palabras: Nuestra propia peste
La pandemia que se cierne hoy sobre la cabeza del mundo, es para los venezolanos, más que un nuevo mal, una complicación del morbo crónico que afecta nuestros organismos y nuestros espíritus. La virosis china cumplirá su ciclo y desaparecerá como todas las epidemias dejando un balance limitado de víctimas. Pero la enfermedad colectiva que dio síntomas hace más de 20 años y que se agrava día tras día, continuará haciendo estragos en nuestra sociedad. Daños más agudos, cuantitativa y cualitativamente, que esta pandemia.
Venezuela es un gran paciente colectivo. Un organismo enfermo con una frágil estructura ósea que son sus instituciones prostituidas; un cuerpo anémico con enclenque capacidad para producir sus nutrientes alimenticios, energéticos, sanitarios. Su crecimiento intelectual mermado por la malnutrición materna e infantil. Su mañana, negado al progreso por el desprecio oficial a las universidades, a la investigación, al conocimiento. Su integridad física a riesgo de los agente patógenos del hampa, común y oficial.
Su espíritu, inducido a la baja autoestima, a la claudicación de aspiraciones personales, vigilado por el poder autoritario que ofrece subsistencia a cambio de dejar de hacer y pensar de manera individual. Es víctima de un tratamiento perverso que estimula la postración existencial, que coarta el amor a la libertad con represión y terror. Que incita a una desesperanza que eventualmente desagua en éxodo…
El agente causante de nuestra endemia se solaza imperando sobre este cuerpo enfermo.
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En 1665, Londres fue azotada por una terrible epidemia de peste bubónica. Una versión del fin de aquella peste, sugiere que, además de la cuarentena y heroicos esfuerzos sanitarios para contenerla, fue el Gran Incendio de Londres, ocurrido en el otoño de 1666, el que puso punto final a aquella pesadilla, porque el fuego arrasó con las ratas que eran el agente de la bacteria de la peste. El fuego que todo lo purifica …