Ramón Peña / Los pájaros sin alas de las torres gemelas
Rio de Janeiro, 11/9/2011
La escogencia entre el fuego abrasador y el vacío incierto dio lugar a una de las escenas más aterradoras presenciadas por el mundo entero, durante la absurda matanza de seres inocentes ocurrida hace hoy diez años en el Centro Mundial de Negocios de la ciudad de Nueva York.
Decenas de hombres y mujeres en sus puestos de trabajo, en las alturas de aquellas hermosas estructuras arquitectónicas, fueron sorprendidos por un infierno que descendió del cielo, como si de pronto se quisiera purgar en ellos todos los pecados, los propios y los ajenos. ¿Qué acudiría a la mente de aquellos seres, si es que algo podían intuir que explicara tan insólito hecho? ¿Cuáles fueron sus primarias reacciones mientras las llamas los cercaban y crujían pavorosamente las estructuras metálicas de aquella opus magna del arquitecto japonés Minoru Yamasaki?
Carreras sin dirección, intensos abrazos, empeño de algunos en encontrar una salida, desesperanza de otros que la sabían inexistente, una llamada por celular a sus seres queridos como el último hilo virtual con la vida. No había mucho más que hacer. El único aliento era el de la brisa fuerte de las alturas que se colaba por los ventanales destrozados. También, era la única apuesta incierta, utópica, pero la sola y exclusiva forma de escaparse del más aterrorizante de los elementos. Un postrer asidero a la vida. Con toda seguridad, quienes saltaron lo hicieron con la esperanza de un milagro, bomberos esperando por ellos con una resistente lona o cualquier cosa que el cerebro humano aferrado a la sobrevivencia imaginaba febrilmente en aquellos segundos al saltar al vacío. En el trayecto: la vida vivida, los seres amados, las promesas incumplidas, las sonrisas de niños, los triunfos en sus carreras, el recuerdo de los viejos, cruzaban sus mentes con la misma velocidad de la caída. Al final, la nada, el silencio total. El silencio de quienes se fueron sin poder reclamarles a los autores del crimen. El silencio que no podemos olvidar y debemos convertir en acciones contra el fanatismo –como el que hoy asuela a Venezuela- de quienes de algún modo agitan o apoyan, aunque sea subrepticiamente, ese flagelo esencial de la bestialidad que sobrevive y habita en la humanidad después de miles de años de civilización.