Recovecos de la memoria
Por más buena memoria que tenga alguien, tarde o temprano necesita que otra persona le recuerde cómo fue su pasado, algún recoveco extraño, confuso o sutilmente olvidado. Hace poco leía la novela “El callejón oscuro”, de la paraguaya Susana Gertopán, y uno de los párrafos, un pedazo de una carta que le escribe Ariel a su primo José, me hizo pensar en la necesidad de la memoria, en lo angustiante que puede ser tener un telón blanco en la vida.
“Estoy sufriendo, José, necesito que me ayudes, no soy nadie ni sé de nadie, estoy perdido sin una historia que me cubra temporalmente para reparar este abandono. Siento miedo porque en un momento ya no me quedará nada, y mi memoria permanecerá vacía y sola. ¿Quién soy yo? ¿Adónde voy? ¿De dónde vengo? ¿Seré en realidad yo el que vive dentro de mí, será mío el pasado que quiero recuperar, o es de otro a quien yo inventé? Por favor, José, escríbeme sobre mi pasado, de vos, de nuestros juegos, del barrio, de la casa en la que viví, sobre todo de ese Callejón Oscuro…”.
Y ante semejante panorama del olvido, a mí me resulta tentador pensar que hasta una mentira puede ser un recuerdo válido para concretar una existencia; después de todo, en materia de recuperación de los recuerdos cualquier cosa vale, no siempre hay forma de confirmar las verdades o las invenciones de un pasado. A veces es mejor inventar algo que sentir que nunca se ha tenido nada. “Lamento la circunstancia en que te encontrás, atrapado en un estado de apatía y desconsuelo, en un mundo brumoso en el que convivís con el olvido”, le dice José a su primo Ariel. Y tiene razón, porque vivir sin recuerdos debe ser algo tan terrible como divagar por el purgatorio.
Por eso me resulta curiosa esa creciente tendencia de muchos a no querer mirar mucho para atrás, a mirar solo un presente, que es tan poca cosa que casi de inmediato le da pie al mundo maravilloso del pasado. Por lo mismo siento cierto pesar de aquellos que no quieren recordar o no saben hacerlo, cuando la verdad es que lo único cierto en el ser humano es lo que fue, y por eso, tarde o temprano, es necesario que alguien lo libere de la angustia de no saber quién es, qué pasó, qué hizo que él fuera esto tan poco o tan vasto que es.
Ahora, todo esto me da pie para pensar que gran parte de la vida la pasamos tratando de seleccionar bien los recuerdos, guardando los que alientan, los que nos dicen que por más miserables que seamos todos hemos tenido al menos una alegría en la existencia; de otro lado, escondiendo muy bien esos que duelen o hacen daño, así tantas veces esos sean, caprichosamente, los que aparecen para darle sentido al irremediable callejón oscuro que todos debemos cruzar cuando intentamos olvidar pero no lo logramos.