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¿Regreso de Lula en Brasil? Mala experiencia latinoamericana con las «segundas partes»

Presidentes en épocas de bonanza suelen fracasar en su regreso al poder, incapaces de resolver grandes crisis

                         El expresidente brasileño, Lula da Silva, que concurre a estas elecciones. AFP

 

El próximo 2 de octubre Brasil celebrará elecciones generales y las encuestas dan como ganador de la presidencia del país a Luiz Inácio Lula da Silva, quien ya ocupó ese puesto entre 2003 y 2010. Las últimas semanas algunos sondeos registran un avance del actual presidente, Jair Bolsonaro, si bien no le ponen en primera posición. En caso de ser necesaria una segunda vuelta, que tendría lugar el último domingo de octubre, cabría una mayor incertidumbre; de momento, sin embargo, las apuestas sitúan a Lula como ganador y la inquietud tiene más que ver con el traspaso de poder que con el ganador, pues Bolsonaro ha insinuado un posible desconocimiento del resultado, «a lo Trump».

Latinoamérica ha tenido mala experiencia con las ‘segundas partes’ presidenciales. El regreso al poder ha dado lugar normalmente a presidencias grises, de peor valoración que la primera ‘encarnación’ presidencial (por ejemplo, Óscar Arias en Costa Rica o Michelle Bachelet y Sebastián Piñera en Chile); también las ha habido claramente peores (Carlos Andrés Pérez en Venezuela) e incluso conducentes al abismo (como en la vuelta de Getúlio Vargas en Brasil, Juan Domingo Perón en Argentina y Daniel Ortega en Nicaragua).

El mayor mal político latinoamericano es el sentido patrimonialista del poder y, aunque otros líderes de la región le han aventajado en esto abultadamente, Lula ha cometido al menos el pecado de no haber propiciado una sucesión efectiva en el Partido de los Trabajadores. Ciertamente hubo una apuesta inicial por Dilma Rousseff (un traspaso obligado, pues en Brasil un presidente no puede exceder dos mandatos consecutivos); sin embargo, con la salida Rousseff de la presidencia (2011-2016), Lula pareció albergar la ilusión de una vuelta al poder, y si bien los casos de corrupción y la cárcel le impidieron de momento ser candidato, tampoco propició la renovación de un fuerte liderazgo en el PT distinto al suyo. Ese querer y no poder de Lula, guardándose para una situación más propicia, lastraron las posibilidades de la candidatura de Fernando Haddad en 2018. Hoy, a punto de cumplir 77 años (si cubriera otros dos mandatos, alcanzaría en el puesto la edad de 85 años), Lula aparece como el tapón de la renovación del PT, proceso para el que se ha perdido un tiempo precioso.

País endeudado y con alto déficit

Normalmente a un expresidente se le vota de nuevo por el recuerdo de una buena gestión, que unas veces se debió a méritos propios y otras más bien a una coyuntura favorable (o las dos cosas a la vez). La tentación de recurrir a un viejo presidente se da más en situaciones de crisis, añorando aquel buen momento anterior y pensando que la sola presencia de tal persona en el poder lo resolverá todo, y ese es el problema.

Difícilmente una segunda experiencia presidencial de Lula igualará la primera, porque el contexto económico es completamente diferente. Entre 2004 y 2014 Brasil vivió, junto con el resto de la región, una ‘década de oro’ debida al superciclo de las materias primas, cuyo precio catapultó especialmente a las economías de Sudamérica, beneficiadas por el salto de China a primer socio comercial. Fue el tiempo en el que Brasil pudo tratar de tú a las grandes potencias (se popularizó el grupo de los BRICS); parecía que el país se comía el mundo: organización del Mundial de Fútbol de 2014 y de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en 2016. Esos eventos, programados con antelación, tuvieron lugar, no obstante, cuando Brasil empezaba a tambalearse de nuevo. Acabada la mencionada «década de oro» surgieron los problemas económicos y se destapó la corrupción, sobre todo la vinculada a Odebrecht, gran compañía de construcción e ingeniería: la situación provocó la destitución de Rousseff y llevó a Lula a la cárcel.

Este año Brasil será uno de los países latinoamericanos con menor crecimiento económico (un 0,8% del PIB, según el FMI), por debajo incluso de economías muy dañadas como la venezolana o la argentina; y eso se mantendrá en 2023. La inflación interanual superó el 10% del PIB a comienzos del verano; si bien en los dos últimos meses ha habido una ligera corrección a la baja, existe especial inquietud entre los consumidores. La deuda pública está en un preocupante 92% del PIB, casi treinta puntos por encima del nivel que manejó Lula, mientras que el déficit presupuestario alcanzará este año un nada cómodo -7,6%. Gane quien gane en octubre, se verá absorbido por las urgencias de los recortes y un paro que se encuentra alrededor del 14%.

Los casos de Carlos Andrés Pérez o Perón

Esas dos situaciones contrapuestas fueron las que se dieron con Carlos Andrés Pérez en Venezuela. En su primer momento como presidente (1974-1979), CAP, como le conocían los venezolanos, dirigió el país en el ‘boom’ del petróleo de aquellos años, en medio de un incremento de los precios mundiales del crudo y la nacionalización de la industria petrolera. La nostalgia de aquel tiempo de bonanza propició su reelección (1989-1993) en una época de crisis, la cual el veterano presidente no solo no pudo resolver, sino que vio agravada con disturbios como el ‘Caracazo’, que fue el germen del ascenso del populista Hugo Chávez.

Un singular proceso inverso, pero con resultado igualmente negativo, fue el caso de Alan García, de Perú. Gobernó primero durante la crisis que tanto perjudicó a su colega venezolano (1985-1990) y que a él mismo despachó con una inflación absolutamente disparada, por encima del 7.500 %. No obstante, el recuerdo de un presidente que en su día fue joven y activo le permitió una reelección posterior (2006-2011), pero incluso tratándose de una coyuntura económica infinitamente mejor, esa segunda Presidencia acabó consolidando una imagen negativa de él, a raíz de unos hechos de corrupción por los que presuntamente se suicidó en 2019.

Otros presidentes, después de alcanzar la Presidencia en un marco de golpes de Estado (Getúlio Vargas y Juan Domingo Perón) o revolución (Daniel Ortega) fueron luego elegidos democráticamente, en una segunda etapa que llevaría a sus países al abismo: el suicido de Vargas abrió un periodo de inestabilidad en Brasil que derivó en una dictadura militar en 1964; la muerte de Perón en el cargo propició la Presidencia de su segunda esposa, que dio paso también a una dictadura militar, en 1976, y Ortega ha construido ha replicado la dictadura de Somoza que antaño combatió.

 

 

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