El Incompetente Grupo Parlamentario republicano
En América 2.1 estamos publicando notas que muestren el actual debate norteamericano entre las posturas liberales y las conservadoras, demócratas y republicanas, en función de las elecciones presidenciales de 2016. En lo posible, mostraremos los textos tanto en su versión original en inglés como en su traducción española. Como es ya costumbre, primero en español, y de seguidas el texto en inglés.
A continuación, una nota de David Brooks, periodista y analista del New York Times, autor, entre otros libros, del muy recomendable «The Social Animal.»
Marcelino Miyares/Marcos Villasmil – América 2.1
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El Incompetente Grupo Parlamentario republicano
David Brooks
El grupo republicano en la Cámara de Representantes está en la actualidad a punto de ser considerado ingobernable. ¿Cómo llegó a producirse esta situación?
Ello no fue solamente el trabajo del Grupo Libertad de Ted Cruz, o una actividad realizada durante un mes. La capacidad del partido republicano para el autogobierno se ha degradado lentamente, en el curso de una larga cadena de excesos retóricos, corrupciones mentales y traiciones filosóficas. Básicamente, el partido abandonó el conservadurismo tradicional a cambio de un radicalismo de extrema derecha. Los republicanos comenzaron a considerarse insurgentes y revolucionarios, y cada revolución tiende hacia la anarquía y culmina devorando a los suyos.
De acuerdo a las definiciones tradicionales, el conservadurismo representa la humildad intelectual, una creencia en un cambio gradual y sostenido, la reforma en lugar de la revolución, el respeto por la jerarquía, la precedencia, el balance y el orden, y un tono de voz que es prudente, moderado y responsable. Los conservadores con esta disposición pueden ser aburridos, pero ellos saben cómo generar y dirigir instituciones. También ven a la nación como un todo orgánico. Los ciudadanos pueden clasificarse en diversas clases y facciones políticas, pero permanecen unidos por cadenas solidarias que producen lealtades y afectos.
Todo lo anterior ha sido revocado en diversas zonas peligrosas del partido republicano. En los últimos 30 años, o al menos desde que Rush Limbaugh entró en escena, el tono retórico republicano ha crecido hasta hacerse grandilocuente, hiperbólico y desfasado. Las figuras públicas son prisioneras de sus propias formas expresivas, y los republicanos, de Newt Gingrich a Ben Carson, se han vuelto adictos a una mentalidad de crisis. La civilización ha estado siempre al borde del colapso. Cada retroceso, como la aprobación de Obamacare, ha sido la ruina de la república. Las comparaciones con la Alemania nazi se han vuelto normales.
De allí ha devenido una mentalidad radical. Los conservadores comenzaron a hablar de la “revolución” de Reagan, de la “revolución” de Gingrich, entre personas con un nivel educativo demasiado bajo como para comprender las diversas esferas de análisis. Los políticos han adoptado los hábitos mentales de los emprendedores. Todo tiene que ser transformacional y desestabilizador. La jerarquía y la autoridad se consideran injustas. La libre expresión es considerada más valiosa que la moderación y la capacidad de crear consenso. Un desprecio por la política ha infestado la mente republicana.
La política es el proceso de tomar decisiones en medio de opiniones diversas. Implica conversación, prudente deliberación, autodisciplina, la capacidad de escuchar otros puntos de vista y balancear ideas e intereses válidos pero opuestos.
Pero esta nueva facción republicana considera los complicados asuntos de la política como sucios e impuros. El compromiso es corrupción. Los hechos inconvenientes son ignorados. Compatriotas con visiones diferentes son vistos como extranjeros. La identidad política se ha convertido en una especie de identidad étnica, y cualquier compromiso es apreciado como una traición a la sangre.
Una extraña mentalidad, muy contradictoria, ha reemplazado al conservadurismo tradicional. Los radicales republicanos desprecian la política, pero aún creen que un cambio político transformacional puede rescatar el país. Los republicanos desarrollaron un desprecio por Washington y el gobierno, pero han elegido representantes que han hecho las promesas más desmesuradamente imaginables. ¡El gobierno debería reducirse en un 25%! ¡ya vienen los cierres de las oficinas gubernamentales! ¡El país será salvado por el cambio transformacional! Como escribe Steven Bilakovics en su libro “Democracia sin política”, incluso si se espera menos democracia, aparentemente esperamos más de la democracia”.
Este ethos político antipolítico, ha producido dirigentes electos sumamente incompetentes. Manejar el gobierno es labor de artesanos, como sucede con la carpintería. Pero los nuevos funcionarios, al no creer en el gobierno, no respetan sus tradiciones, su disciplina y su artesanía. No aceptan las estructuras jerárquicas de autoridad inherentes a la actividad política.
En su obra maestra “Política como vocación”, Max Weber afirma que las cualidades preeminentes de un político son la pasión, la responsabilidad y un sentido de la proporción. Un político necesita un cálido fervor para impulsar la acción, pero asimismo un tranquilo sentido de responsabilidad y de proporción para tomar decisiones cuidadosas en un paisaje complejo.
Si un político no posee la capacidad de ser imparcial –la habilidad de permitir que los hechos difíciles de la realidad se abran camino en su mente- entonces, afirma Weber, el político termina persiguiendo el gesto “jactancioso pero completamente vacío”. Su labor “no consigue sus objetivos y carece de sentido.”
Demos la bienvenida a Ted Cruz, Donald Trump y al Grupo Libertad.
¿Es que acaso no hemos visto, trastabillando, a gente que al mismo tiempo es tan cínica y tan ingenua, tan deliberadamente ignorante a la hora de usar el poder como para producir algún bien tangible e incremental?
Estos insurgentes ni siquiera reconocen la legitimidad democrática –si usted no puede persuadir a la mayoría de sus colegas, quizás debería aceptar su postura. ¡Usted podría estar equivocado!-.
La gente que no acepta la democracia no sabe dialogar. No respetan la tradición, las instituciones o los precedentes. Son maestros en la destrucción pero incapaces en la construcción.
Estos insurgentes son incompetentes en el ejercicio del gobierno y reacios a ser gobernados. Pero tales seres no crecen espontáneamente. Se necesitan miles de pequeñas traiciones al conservadurismo para llegar al nivel de disfunción que hoy observamos.
Traducción: Marcos Villasmil
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LA NOTA EN INGLÉS:
The Republicans’ Incompetence Caucus
David Brooks
The House Republican caucus is close to ungovernable these days. How did this situation come about?
This was not just the work of the Freedom Caucus or Ted Cruz or one month’s activity. The Republican Party’s capacity for effective self-governance degraded slowly, over the course of a long chain of rhetorical excesses, mental corruptions and philosophical betrayals. Basically, the party abandoned traditional conservatism for right-wing radicalism. Republicans came to see themselves as insurgents and revolutionaries, and every revolution tends toward anarchy and ends up devouring its own.
By traditional definitions, conservatism stands for intellectual humility, a belief in steady, incremental change, a preference for reform rather than revolution, a respect for hierarchy, precedence, balance and order, and a tone of voice that is prudent, measured and responsible. Conservatives of this disposition can be dull, but they know how to nurture and run institutions. They also see the nation as one organic whole. Citizens may fall into different classes and political factions, but they are still joined by chains of affection that command ultimate loyalty and love.
All of this has been overturned in dangerous parts of the Republican Party. Over the past 30 years, or at least since Rush Limbaugh came on the scene, the Republican rhetorical tone has grown ever more bombastic, hyperbolic and imbalanced. Public figures are prisoners of their own prose styles, and Republicans from Newt Gingrich through Ben Carson have become addicted to a crisis mentality. Civilization was always on the brink of collapse. Every setback, like the passage of Obamacare, became the ruination of the republic. Comparisons to Nazi Germany became a staple.
This produced a radical mind-set. Conservatives started talking about the Reagan “revolution,” the Gingrich “revolution.” Among people too ill educated to understand the different spheres, political practitioners adopted the mental habits of the entrepreneur. Everything had to be transformational and disruptive. Hierarchy and authority were equated with injustice. Self-expression became more valued than self-restraint and coalition building. A contempt for politics infested the Republican mind.
Politics is the process of making decisions amid diverse opinions. It involves conversation, calm deliberation, self-discipline, the capacity to listen to other points of view and balance valid but competing ideas and interests.
But this new Republican faction regards the messy business of politics as soiled and impure. Compromise is corruption. Inconvenient facts are ignored. Countrymen with different views are regarded as aliens. Political identity became a sort of ethnic identity, and any compromise was regarded as a blood betrayal.
A weird contradictory mentality replaced traditional conservatism. Republican radicals have contempt for politics, but they still believe that transformational political change can rescue the nation. Republicans developed a contempt for Washington and government, but they elected leaders who made the most lavish promises imaginable. Government would be reduced by a quarter! Shutdowns would happen! The nation would be saved by transformational change! As Steven Bilakovics writes in his book “Democracy Without Politics,” “even as we expect ever less ofdemocracy we apparently expect ever more from democracy.”
This anti-political political ethos produced elected leaders of jaw-dropping incompetence. Running a government is a craft, like carpentry. But the new Republican officials did not believe in government and so did not respect its traditions, its disciplines and its craftsmanship. They do not accept the hierarchical structures of authority inherent in political activity.
In his masterwork, “Politics as a Vocation,” Max Weber argues that the pre-eminent qualities for a politician are passion, a feeling of responsibility and a sense of proportion. A politician needs warm passion to impel action but a cool sense of responsibility and proportion to make careful decisions in a complex landscape.
If a politician lacks the quality of detachment — the ability to let the difficult facts of reality work their way into the mind — then, Weber argues, the politician ends up striving for the “boastful but entirely empty gesture.” His work “leads nowhere and is senseless.”
Welcome to Ted Cruz, Donald Trump and the Freedom Caucus.
Really, have we ever seen bumbling on this scale, people at once so cynical and so naïve, so willfully ignorant in using levers of power to produce some tangible if incremental good? These insurgents can’t even acknowledge democracy’s legitimacy — if you can’t persuade a majority of your colleagues, maybe you should accept their position. You might be wrong!
People who don’t accept democracy will be bad at conversation. They won’t respect tradition, institutions or precedent. These figures are masters at destruction but incompetent at construction.
These insurgents are incompetent at governing and unwilling to be governed. But they are not a spontaneous growth. It took a thousand small betrayals of conservatism to get to the dysfunction we see all around.