Retrato de una reunión infame
Sánchez cede al chantaje que ha pactado con los separatistas, porque no es víctima del nacionalismo delincuente sino, tras sus pactos y concesiones, cooperador de su agenda secesionista
La imagen de Pedro Sánchez con Joaquim Torra es de esas que reflejan un modo ilegítimo de gobernar. El presidente del Gobierno de España no debería, por principio, reunirse hoy con un condenado por desobediencia, que ha perdido su escaño autonómico por mandato judicial y que ocupa la Presidencia del Gobierno catalán de forma más que dudosa desde el punto de vista legal. La impertinencia de esta reunión no es sólo jurídica, que ya sería bastante en un Estado de Derecho para disuadir a Sánchez de mantenerla. De hecho, el PP, que ya logró con su denuncia ante la JEC que Torra perdiera el acta de diputado tras su condena judicial, se querelló ayer contra el dirigente separatista por «usurpación de funciones». Pero la reunión es impertinente, ante todo, desde el punto vista ético, porque deja sin contenido el respeto a la convivencia y a la Constitución. Torra representa y encarna todos los valores contrarios al pacto constitucional de 1978, a los principios del Estado de Derecho y a las bases de la democracia. Es un separatista filofascista -el propio Sánchez lo calificó como «el Le Pen español»-, apoya la ruptura de la unidad de España y defiende los delitos cometidos por Oriol Junqueras y demás condenados por el 1-O. Torra es un supremacista balcánico, al que el presidente del Gobierno español va a legitimar con una fotografía conjunta y una reunión de contenido político.
No hay el más mínimo indicio de generosidad o altura de miras o grandeza política en este encuentro, que no está convocado para poner fin a la deslealtad nacionalista sino para premiarla con una negociación en la que ya toma cuerpo la reforma del Código Penal para excarcelar lo antes posible a Junqueras y la convocatoria de una «consulta» sólo a los catalanes. Sumiso sin recato a las exigencias del separatismo, Pedro Sánchez sólo aspira a consolidar su mandato con quienes ya le han advertido de que su mandato puede ser efímero si no cede al chantaje. Y hoy Sánchez cede al chantaje que él mismo ha pactado con los separatistas, porque no es víctima del nacionalismo delincuente sino, tras sus pactos y concesiones, cooperador necesario de su agenda secesionista.
Es seguro que cuando el separatismo ponga a Sánchez en el callejón sin salida al que siempre conduce la ilegalidad de sus propuestas secesionistas, el presidente del Gobierno querrá darle la vuelta a los acontecimientos y hará proclamas de su buena fe. Cuando esta agenda conjunta del PSOE con el separatismo salga mal, será el momento de recordar que la causa no habrá sido la bienintencionada ingenuidad socialista, sino la desmedida ambición de poder de Pedro Sánchez, retratada en su infame reunión con un auténtico enemigo de España.