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Ricardo Bada: Carmen que te quiero Carmen

 

En febrero 2018, la catedrática de Literatura Hispanoamericana del alma mater de Florencia, Martha Canfield, de larga trayectoria universitaria en Colombia, me invitó a participar en un coloquio sobre las relaciones entre Iberoamérica y Alemania. Días más tarde, ella misma me comunicó que la invitación se ampliaba a Roma.

Acepté encantado porque de Italia sólo conozco Génova, Milán y Venecia, pero hice la reserva de que mi aceptación dependía de mi cardiólogo, con quien tenía cita una semana después para mi chequeo anual. Y mi cardiólogo argumentó que no me prohibía viajar a Florencia y Roma pero me lo desaconsejaba. Así pues, decidí que lo mejor era cancelar el viaje. Nada que hacer, «mi cuerpo enfermo no resiste más», como dice el tango. Comuniqué mi decisión a Martha y me sentí pésimo al hacerlo.

Pero no es tan sólo que me sintiera mal; además me perdía la ocasión de asistir a una función de Carmen en la Ópera de Florencia que era la comidilla de todos los melómanos del mundo y a mí me había hecho pensar en unas notas que tomé años ha, acerca del aciago final de las heroínas operísticas. La Ana Bolena de Donizetti, decapitada; la Mimi de La bohème, de Puccini, y la Violetta de La traviata, de Verdi, tísicas; la Aida del mismo Verdi, emparedada; la Leonora de La fuerza del sino, también de Verdi, muerta con una espada; la Gilda de Rigoletto, otra más de Verdi, apuñalada; la Desdémona en Otelo, del feminicida Verdi, estrangulada; la Elizabeth de Tannhäuser y la Elsa de Lohengrin muertas de pesadumbre y tristeza; y de amor la Isolde en Tristan e Isolde, las tres de Wagner; las 16 monjas de Diálogos de carmelitas, de Poulenc, guillotinadas; la Norma de Bellini, en la hoguera; las dos Manon Lescaut, de Massenet & Puccini, extenuadas; la Lucia de Lammemoor, de Donizetti, loca; la Margarethe del Fausto, de Gounod, en la cárcel; la Cio–Cio–San de Madame Butterfly, y la Tosca, ambas de Puccini, obligadas a suicidarse; la Mélisande de Pélleas et Mélisande, de Debussy, de fiebres puerperales; la Lulú de Alban Berg, asesinada por Jack el Destripador; la Katerina Ismailova de Lady Macbeth de Mzensk, de Shostakovich, se suicida tirándose desde un puente etc.

Todo esto como trasfondo al estreno entonces en Florencia de una puesta en escena de la Carmen de Bizet, donde ella no moría apuñalada por don José, sino que él muere por un disparo de la propia Carmen.

A cambio, ahora, acá en Colonia, tendré la oportunidad de ver, encarnada por la exquisita mezzosoprano caleña Adriana Bastidas Gamboa, una Carmen que lucha contra el machismo hasta sus últimas consecuencias: una Carmen que muere apuñalada por ella misma, no por Don José.

 

 

 

Y otra extraordinaria y memorable presentación de Callas en Londres, en 1958 (hacer clic en «Watch on YouTube):

 

 

 

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