Ricardo Bada: Carta abierta a Jane Austen
El siguiente texto lo publiqué en la revista El Malpensante con motivo de los 190 años de la muerte de Jane Austen, ocurrida el 18 de julio de 1817. Hoy, al cumplirse el bicentenario de esa muerte, lo rescato aquí sin cambiarle ni una coma ni un acento.
Dearest Miss Austen :
Pronto van a cumplirse ciento noventa años del día en que usted nos abandonó para irse a su bien ganada eternidad, y curiosamente recuerdo que hace un par de meses estuve pensando en usted, pero no a causa de esa luctuosa efeméride, sino de otra fecha cuya recurrencia anual reglamentan a partes prorrateables tanto el almanaque como la corrección política.
En un rapto de locura, el 7 de marzo pasado, la víspera del Día Internacional de la Mujer (una farsa que a usted, de seguro, le hubiese provocado una sonrisa conmiserativa), compré toda la filmografía disponible de películas basadas en sus libros. Porque ¿de qué otra mejor manera empezar el Día Internacional de la Mujer –me dije–, si no es viendo una película inspirada por la creadora de la emblemática Emma? Así las cosas, esa noche me jalé de una sola tacada el prodigio de las casi cinco horas de Orgullo y prejuicio (la serie de la BBC, 1995), y entré en la fecha celebratoria casi simultáneamente con la frase que revela la nobleza de alma de Lizzy: “Till this moment I never knew myself ”. Así es: hasta ese momento no se conocía a sí misma.
¡Y pensar que la novela fue rechazada sin ni siquiera haber sido leída, por el primer editor a quien cometió el error de enviársela el padre de la anónima autora, ofreciéndose incluso a pagar buena parte de los gastos de edición!
Usted, Miss Austen, es uno de mis autores más queridos. La he leído completa, y permítame que se lo diga sin circunloquios ingleses: la adoro. Y hay algo que usted nunca habría podido sospechar a fines del XVIII y comienzos del XIX. Que sus novelas son cinematográficas como muy pocas en la historia de la literatura. A condición, eso sí, de que las filmen compatriotas de usted, porque ellos saben hacerlo de una manera absolutamente inigualable.
Pero sin embargo, la mejor versión de una de sus novelas no es una película, sino esa serie de TV que produjo la BBC con Jennifer Ehle y Colin Firth en los papeles de Lizzy y Darcy.
Y es de lejos la mejor, aunque en la versión para el cine de 2005, donde Lizzy es encarnada por Keira Knightley, un año más joven que ella (¡y un apellido tan mío!, diría usted, Miss Austen, y tanto que tan suyo, como que es el del protagonista de su Emma), son mucho mejores las actuaciones del matrimonio Bennet, interpretado por una pareja excepcional: Donald Sutherland y Brenda Blethyn, la inolvidable Cynthia de Secretos y mentiras.
Por cierto que una crítica argentina, Moira Soto, se lamentaba justamente de lo contrario, de que “el descangayado Donald Sutherland estaba para hacer de abuelo de las hermanas Bennet antes que de padre, y Brenda Bethlyn sobreactúa con llamativo descontrol”, en lo que creo que se equivoca de medio a medio, o bien –limitándome al segundo anatema– confundió la actuación de Brenda Bethlyn en la película con la de Alison Steadman en la serie. Pero sí que acierta cuando arguye que “Matthew MacFadyen convierte al sordamente apasionado Darcy en un pazguato tristón monocorde”. Aunque lo que sucede, creo, es que el poco agraciado MacFadyen no resiste la comparación con el apuesto Colin Firth, y eso –quieras que no– lo resiente la mujer Moira que habita en la crítica Soto. Y hasta quien firma, sin ser mujer.
Acierta también ella en que la película adolece de unos “zafios toques cómicos (cada vez que se abre la puerta de una habitación donde tiene lugar una conversación importante, hay un grupo de mujeres apiñadas escuchando indiscretas, algo que jamás pasaría en ninguna novela de Austen)”. Es cierto, y usted misma, Miss Austen, sentiría vergüenza ajena si llegase a ver esas escenas que ni siquiera habría sido capaz de imaginar.
Puesto que el amor no es ciego, sino clarividente, pienso –y se lo digo sin andarme por las ramas– que tanto las dos versiones de la BBC como el film de 2005 refuerzan una inteligente observación de Somerset Maugham a partir de la palmaria diferencia de caracteres que distingue a Jane y Lizzy, las dos Bennets mayores, de sus tres hermanas menores. Apunta Maugham que no entiende por qué no las hizo usted hijas de un primer matrimonio de Mr. Bennett, quien ya viudo habría contraido segundas nupcias (o náuseas, se podría decir en este caso concreto) con su actual esposa, dos de cuyas tres criaturas se le terminarían pareciendo tanto. Lo mismo pensaba yo, Miss Austen, y disculpe lo directo de este reproche.
Pero vea, le digo que lo pensaba, y eso significa que ya no estoy tan seguro. Y es que decidí someter este punto a la consideración de mi amiga Jimena de Vedia, otra argentina, cuyo oficio consiste en saber argumentar, y ella me iluminó por qué pudiera ser que usted, Miss Austen, no hizo que Jane y Lizzy fueran hijas de un primer matrimonio del señor Bennet:
«La explicación la da la misma autora. En el capítulo XLII habla del matrimonio y de la equivocada decisión del señor Bennet al casarse con una mujer sin inteligencia. Allí dice que al poco tiempo de casados se acabaron el cariño y el respeto que le tenía, hasta llegar a un absoluto abandono de sus deberes conyugales. Cabe deducir entonces que las dos hijas primeras gozaron del compromiso afectivo de la familia Bennet en su conjunto, siendo María [la tercera] a quien afecta el período de transición, y finalmente las dos menores criadas bajo la exclusiva influencia de la señora Bennet. Si Jane y Lizzy fueran hijas de otra unión, la culpa solo habría recaído en la señora Bennet, desligando a su marido de toda responsabilidad. Austen hace hincapié en el daño que provoca el señor Bennet al abandonar a su familia, y que si bien no se ha ido de la casa formalmente, queda a las claras que su presencia, en todo el sentido de la palabra, no existe en las cosas cotidianas. Conclusión: las hijas y sus diferentes personalidades no son producto de un capricho de la autora sino parte de una enseñanza moral. Si alguien deja de lado sus obligaciones, no se hacen esperar las consecuencias». Ecco!
Un reproche distinto que podría formular, Miss Austen, es que en el capítulo epilogal, cuando pasa revista a cómo siguieron desenvolviéndose las vidas de sus personajes, en ningún momento parece haber sentido usted la necesidad de informarnos sobre sus descendientes.
¿Es posible que ninguna de las Bennets casadas –Jane, Lizzy, Lydia– haya tenido hijos? Ni me lo puedo creer, ni me lo quiero creer, Miss Austen, pero ¿por qué hizo un secreto del tema, usted que amaba a los niños, que tuvo una sobrina predilecta, Fanny, la hija de su hermano Edward? (hasta el punto de que llamaría así a una de sus heroínas más simpáticas, Fanny Price, la protagonista de Mansfield Park, otra de sus inocultables Cenicientas, como Jane y Lizzy Bennet, y hasta la Anne Elliot de Persuasion).
Metidos ya en harina, y puesto que tratamos de la función reproductora, hablemos de sexo, Miss Austen. Estoy completamente convencido de que la versión 1995 de la BBC sería su favorita. Lizzy y Darcy no se tocan físicamente sino solo las manos, y aún así unos escasos segundos, en el baile en Netherfield durante la danza del “Mr. Beveridge’s Maggot”, y en Pemberley cuando él la ayuda a subir al landó: amén de ello él la toma una vez del codo y le aprieta levemente el brazo en la hospedería de Lambton al llevarla a sentarse, con ella llorando tras leer la carta donde Jane le cuenta la huída de Lydia con el infame Wickham.
Pero todas y cada una de las demás veces en que los dos están juntos, la pantalla chisporrotea por la intensa electricidad estática de que sus cuerpos se cargan con la recíproca presencia. Aunque acaso no sea ajeno a ello el que Jennifer Ehle y Colin Firth hayan mantenido un idilio durante el rodaje –“they had a relationship”, diría usted, Miss Austen–, pocas veces se ha visto un tan denso y significativo intercambio de miradas como cuando Lizzy va pasando las hojas de la partitura que toca Georgiana al piano y él la contempla embelesado, o mejor dicho: embelizzydo. Es todo un madrigal de las más altas torres. (Claro está que en la imagen final de la miniserie se besan, claro que sí, como mandan los cánones:pero ya casados).
Por otra parte, logré descubrir el pormenor que me irritaba en todas las versiones de Pride and Prejudice sin acertar a dar en el clavo, y es que a Mrs. Bennet la hacen mucho más vieja de lo que realmente puede haber sido. Si lleva 23 años casada, como mucho es una mujer de cincuenta años. Y aunque así lo subrayan las edades de las actrices que la interpretan en las series de la BBC, Priscilla Morgan (46) y Alison Steadman (49) –no la de Brenda Blethyn (59) en la película–, de todos modos siempre se la hace actuar y comportarse como una vieja tonta de más de sesenta. Algo que incluso le quita fuerza a su caracterización como persona poco favorecida con los dones de la inteligencia y el tacto, Miss Austen, isn’t it?
Descubro también que en la versión de Orgullo y prejuicio de la BBC 1979, el guión es de Fay Weldon, la autora de Vida y amores de una maligna –de un humor negro como sólo ustedes los ingleses son capaces de producir–, con un sagaz empleo de la voz en off para seguir el hilo de los pensamientos de Lizzy. Mientras que en la versión para el cine de 1940, el guión se debe nada menos que a Aldous Huxley, y si bien no me sé de memoria la novela (todavía), apuesto mi única corbata de Armani a que la siguiente frase no se debe a usted, Miss Austen, sino a Mr. Huxley: “Oh, if you want to be really refined, you have to be dead. There’s no one as dignified as a mummy” [“Oh, si usted quiere ser realmente refinado tiene que estar muerto. No hay nada tan digno como una momia]”. “Mummy” es una palabra que usted nunca habría usado. Never!
En esta versión de 1940 Laurence Olivier actúa como Darcy, y Greer Garson como Lizzy, y eso que la Garson ya contabilizaba 36 otoños, demasiados para una Lizzy que tan sólo cuenta 21 primaveras. Y por cierto que el papel de Jane lo interpreta Maureen O’Sullivan, y me asalta la duda de si no será porque desde 1932 estaba siendo la Jane por antonomasia… ¿o es que no la recuerda al lado de Johnny Weissmuller, el Tarzán también por antonomasia? Ocho años después, en Orgullo y prejuicio, en el baile de Meryton donde conoce al dueño de Netherfield, casi espera uno oírla decir: “You Bingley, I Jane!” Pero perdóneme el irrespeto.
Y hablando de palabras usadas o no usadas por usted, Miss Jane, hay otra, “I”, que no la usó nada más que dos veces para referirse a usted misma, y es en el capítulo final, a propósito de Mrs. Bennet, ¿verdad que lo recuerda? “I wish I could say, for the sake of her family, that the accomplishment of her earnest desire in the establishment of so many of her children produced so happy an effect as to make her a sensible, amiable, well-informed woman for the rest of her life” [“Desearía poder decir, por el buen nombre de su familia, que el cumplimiento de su más profundo deseo, asegurando el futuro de tantas de sus hijas, produjo el feliz efecto de hacer de ella una mujer sensible, amable e ilustrada para el resto de su vida”].
Sí, Miss Austen, la entiendo perfectamente: también a usted le gustaría poder haber dicho que Mrs. Bennet cambió para mejorar, con las bodas de Jane y Lizzy. Pero ya sabemos que no fue así. Y es que como bien dejó escrito en su Sonata el maestro Álvaro Mutis –un colega suyo de estos tiempos míos–, “no se puede tener todo”.
Last but not least, me tiene que disculpar por haberme concentrado en Orgullo y prejuicio descuidando las versiones fílmicas o televisivas de sus otras novelas. Déjeme pues decirle que la gran Emma Thompson es la única persona que ha conseguido el Oscar como mejor actriz, por Howards End (1993), y como mejor guionista, por su adaptación de Sense and Sensibility (1996). Y que el papel de sir Thomas Bertram, propietario de la mansión señorial en Mansfield Park, lo interpretó un enemigo declarado de la aristocracia, además de ser otro colega de usted, Miss Austen, y nada menos que Premio Nobel de Literatura: un caballero llamado Harold Pinter. Y en fin, que en Persuasion se encuentran dos de las escasas menciones a la época histórica en que transcurren sus novelas: al empezar la película, Napoleón acaba de abdicar en París, el 6.4.1814, y los aliados de desterrarlo a la isla de Elba; y cerca ya del final del film venimos a enterarnos de que el Gran Corso se ha escapado de Elba y anda de nuevo en Francia, reorganizando su ejército, el que luego acabará derrotado en Waterloo.
Devotamente, tomo en las mías esa mano suya que escribió Orgullo y prejuicio, libro bello como pocos.
S.s.s. q.b.s.m.