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Ricardo Bada – Cartas desde Alemania: Gógol y el humor ruso

 

La persecución de la libertad de expresión y la represión en la Rusia de Putin (¡qué apellido, pobre tipo!, diría Cortázar) me hacen recordar un viejo chiste de la época más lúgubre del estalinismo: un francés, un gringo y un ruso platican acerca de la felicidad. El francés la cifra en la buena comida y las mujeres; el gringo en el dinero. El ruso se ríe y les dice: “Ustedes no tienen ni la más remota idea de qué es la felicidad. Imagínense que estoy en mi casa, durmiendo, por la noche, y de repente me despierta el ruido de pasos policiales subiendo por la escalera, un escalón tras otro, el corazón se me oprime más y más cuando por último se detienen ante mi puerta y un puño la golpea. No tengo más remedio que abrir. Los policías me preguntan: ‘¿Eres tú Karel Cullasovich?’ Y yo les digo sonriendo por lo muy aliviado: ‘No, Karel Cullasovich es el vecino de la puerta de enfrente.’ Y cuando los policías se dan vuelta hacia esa puerta, entonces, esa es la felicidad.”

Asimismo me recuerdan los chistes de Radio Ereván, por otro nombre conocidos como Los chistes de Radio Armenia, que fueron populares a través de la Unión Soviética y otros países del antiguo bloque del Este desde la segunda mitad del siglo xx. Los chistes tenían un formato de preguntas y respuestas, que pretendían ser preguntas realizadas por la audiencia a un programa de la Radio Pública de Armenia, y muchos de ellos siguen siendo de actualidad; algunos, aggiornándolos, no me extrañaría que volvieran a ponerse de moda.

El formato típico de los chistes era este: “A Radio Ereván le preguntan…” seguida de un “Radio Ereván contestó”, que siempre se introducía con el mismo estribillo: “En principio sí, pero….”, y en el “pero” se escondía el chiste. Les citaré un par de ejemplos que aún serían actuales hogaño, tres de ellos remozados up to date:

“–¿Podemos montar en la escuela el Guillermo Tell de Schiller? –En principio sí, pero ¿de dónde van a sacar ustedes la manzana?”

“–¿Surte efecto la píldora anticonceptiva también en la Luna? –En principio sí, pero el traje de cosmonauta es una protección mejor.”

“–¿Se puede escribir o decir que lo que sucede en Ucrania es una guerra? –En principio sí, pero ¿por qué querría alguien pasar quince años de trabajos forzados en Siberia?”

“–¿Puedo oír en Moscú la BBC o la Deutsche Welle? –En principio sí, pero tiene que saber inglés o alemán, y bajar tanto el volumen que deba pegar el oído al receptor.”

“–¿Podemos contar chistes acerca de Putin? –En principio sí, pero para mayor seguridad, en vez de decir Putin diga Zelensky, o bien Biden.”

Y también la guinda del pastel la dejo en la versión de antaño:

“–¿Sería posible que en vez de Kennedy hubiesen asesinado a Krushov? –En principio sí, pero es dudoso que Onassis se casara con la viuda.”

Lo que sigue no es chiste. En Antioquia, Colombia, vive María José, ocho años recién cumplidos y nieta de mi compadre José María Ruiz P., quien me cuenta que la niña estaba en su casa y oía la radio junto a su mamá, a quien le preguntó que por qué esa “peleadera” entre Ucrania y Rusia, a lo cual la mamá le respondió que porque Rusia quiere que Ucrania vuelva a ser de ellos y por eso se pelean. Tras una pausa María José comentó: “¿Sabes qué es lo que pasa? Que el presidente de Rusia no entiende qué es la libertad. Él no entiende que la gente puede decidir dónde estar y dónde ser. Es que no tiene mente, no tiene inteligencia, no entiende la libertad.” Hasta los niños de primaria, al menos en Colombia, saben de qué pie cojea Putin.

A todo esto el atento lector se preguntará qué tiene que ver lo que antecede con el título de esta columna. Y la respuesta es que el gran Nicolái Gógol, autor de la inmortal Almas muertas y la desopilante sátira teatral El inspector, cuenta como el mayor humorista de la literatura rusa, y lo es, porque para una mayor difusión de su obra se expresó en el idioma de Pushkin, pero él, Gógol, era ucraniano. Ya ven que el expolio de Ucrania por Rusia no es cosa de ahora, empezó hace siglos.

 

 

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