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Ricardo Bada: Holden Caulfield y el cine

958c04df-1037-4542-99d6-5b7f21168ccaUna de las cosas que más llaman la atención en The Catcher in the Rye (El guardián entre el centeno), la novela de J.D. Salinger que cumple sesenta y cinco años de su publicación, es la curiosa relación que Holden Caulfield, protagonista y narrador de la misma, mantiene con el cine; ese cine al que dice odiar con toda su alma pero al que no deja de acudir a cada rato (“Odio las pelis como al veneno, pero imitarlas me divierte”).

La relación es tanto más curiosa si se piensa que está dispuesto a mentir acerca de ella. Así, por ejemplo, en el capítulo 13, cuando recibe a una prostituta en su habitación de hotel y ella lo examina: “Te pareces a uno de una peli, ya sabes, ¿cómo se llamaba ése? Tú sabes de quien hablo”. “No lo sé” dije. No quería bajarse de mis malditas rodillas. “Claro que sí lo sabes, en la peli con Melvine Douglas. Ese que hacía el papel del hermano menor de Melvine Douglas, el que se cae del barco, ¿cómo se llama ése?” “No lo sé, voy al cine tan poco como puedo.” Habla en favor de la sinceridad de h. c. el hecho de que no oculte su mentira al recordar el episodio. (Nota bene: La peli es Captains Courageous, de 1937, el actor se llama Melvyn Douglas y el que se cae al agua no es su hermano menor sino su hijo, encarnado por Freddie Bartholomew. Gracias a este dato sabemos cuál debía ser el aspecto físico de Holden).

El trailer de «Captains Courageous» (1937).

Todavía en Pencey, Pensilvania, otro colegio del que acaban de expulsarlo, y antes de lanzarse a la odisea de su regreso a Nueva York, nos dice al cabo de una de sus salidas con dos de sus condiscípulos: “No me importó que no fuésemos al cine. Hubiera sido una comedia con Cary Grant y toda esa basura. Además ya había ido una vez al cine con Brossard y Ackley. Los dos se reían como hienas por una pura basura que ni siquiera era cómica.” (Nota bene: La novela transcurre poco antes de las vacaciones de Navidad de 1950, de modo que las pelis de Grant que podrían venir a cuento son I Was a Male War Bride, una estupenda comedia de 1949, o Crisis, del mismo 1950, un thriller donde Richard Brooks, guionista y director, declaró que había tratado de reflejar la situación que se vivía en la Argentina de Perón y su carismática esposa Evita. Es decir, nada de basura, como sostiene gratuitamente Holden.)

Su actitud es muy distinta cuando va en compañía de Jane Gallagher, con la que –según todos los indicios, y aunque no lo confiese de una manera expresa– está algo más que encaprichado: “Cuando íbamos juntos a algún estúpido cine, desde el primer momento nos dábamos la mano y seguíamos así hasta que terminaba la peli. No nos movíamos para nada ni convertíamos eso en una gran cosa. Con Jane no había que preocuparse si se tenía la mano seca o húmeda. Sólo se sabía que uno era feliz. Y con ella se sentía uno de veras feliz.”

Igual le sucede con su hermanita menor, Phoebe, sin duda la persona a quien más quiere y, no sólo eso, respeta: “La puede llevar uno a todas partes. Cuando por ejemplo va uno con ella a una peli mala, sabe que es una peli mala. Cuando uno va con ella a una peli buena, sabe que es una peli buena. d. b. [el hermano mayor, escritor y guionista de cine] y yo la llevamos una vez a una peli francesa, La femme du Boulanger, en la que actuaba Raimu. Le pareció fabulosa. Pero su peli favorita es The 39 Steps, con Robert Donat. Se conoce la maldita peli de memoria, porque la he llevado a verla unas diez veces. Por ejemplo, cuando Donat está huyendo y llega a la granja escocesa, dice Phoebe en voz alta justo en el momento correcto: “¿Puede comer arenque?” Se sabe el diálogo entero de memoria. Y cuando el profe, que en realidad es un espía alemán, detiene a Donat con el meñique en el que falta una de las falanges, Phoebe se le adelanta y en la oscuridad me pone su dedo meñique en la nariz.”

Trailer de «The 39 steps» (1935, Alfred Hitchcock)

Y cuando Holden se introduce de noche en el hogar paterno, acosado por el deseo de ver a Phoebe pero sin que se enteren sus padres, quienes no están en la casa, una de las primeras cosas que Phoebe se apresura a comunicarle es la siguiente: “Ahora tienes que adivinar lo que hice hoy por la tarde. ¿Qué película vi? ¡Adivina! [Y sin tomar nota de que Holden le pregunta que a qué hora regresarán sus padres, Phoebe sigue:] ¡The Doctor! Es una peli especial, que la presentaron en la Fundación Lister sólo hoy. Es la de un médico en Kentucky que le echa una manta a la chica sobre la cabeza porque es una lisiada y no puede andar. Entonces a él lo meten en la cárcel y etcétera. Es muy buena.” “Espera un momento, ¿no te han dicho a qué hora…?” “Él se compadeció de ella, ese médico. Por eso le echó la manta encima, hasta que se asfixió. Por eso lo condenan a cadena perpetua en la cárcel, pero esa chica a la que le arrojó la manta sobre la cabeza lo visita todo el tiempo y le agradece por lo que hizo. Fue un asesino por compasión. Pero él sabe que se ha merecido tener que ir a la cárcel porque un médico no puede quitarle nada al Buen Dios.” (Nota bene: Un problema serio es identificar a qué pelis se refieren Holden&Salinger cuando las cuentan. Hay momentos en que lo dicen expresis verbis, al hablar de Phoebe y su pasión por The 39 Steps. Pero en cambio puede llevar algún tiempo ubicar la peli de que se trata en el párrafo anterior. Descarto la única que se le parece en el argumento, One Against The World, de 1939, pero ni siquiera mi solícita amiga Miss Google me ayuda, hasta que me acuerdo del viejo Maltin’s, la biblia de los cinéfilos. Y el Maltin’s se evidencia como mejor informado que www.imdb: la peli podría ser The Doctor and the Girl (Phoebe habría omitido la segunda parte del título), una de 1949 y que la interpretan Glenn Ford, Charles Coburn y Janet Leigh. Pero el caso es que esa peli transcurre en Nueva York, no en Kentucky, así es que uno termina por preguntarse si Salinger no se burlaría del cine embrollando los recuerdos de quienes cuentan las pelis; tuvimos ocasión de comprobarlo con los recuerdos de la prostituta acerca de Captains Courageous].

El cine le sirve, además, para burlarse de sus semejantes. Así cuando en el salón de baile Lavendel saca a bailar a Bernice, una de las tres chicas de Seattle, que lo hace muy bien y de repente le dice: “Mi amiga y yo vimos anoche a Peter Lorre. El actor de cine. En persona. Había comprado un diario. Fue fantástico.” Eso parece inspirarle lo que organiza después de bailar con Laverne –otra experta–, al hacerlo con la tercera, Marty, cuyo desempeño como bailarina le arranca un comentario muy elocuente: “Con Marty tenía uno la sensación de andar cargando la Estatua de la Libertad. Me consolaba tan sólo el que le podía tomar el pelo. Por eso le dije que acababa de ver a la estrella de cine Gary Cooper al otro lado de la sala. ‘¿Dónde?’ preguntó de lo más excitada, ‘¿dónde?’ ‘Ay, se lo ha perdido, en este momento ya no lo veo, ¿por qué no miró enseguida?’ Se quedó parada en medio de la pista y mirando por encima de todas las cabezas para ver si lo descubría. ‘¡Qué mala suerte!’, dijo. Casi le había roto el corazón. Me dio muchísima pena haberme burlado así de ella. De cierta gente no hay que burlarse, aunque se lo merezcan. Pero luego pasó algo de veras cómico. Cuando regresamos a la mesa, Marty les contó a los demás que Gary Cooper acababa de marcharse. ¡Por Dios, Laverne y Bernice casi se suicidan al oír eso! Se excitaron mucho y le preguntaron a Marty si ella lo había visto. Marty contestó que sólo había podido verlo un instante. Eso me dio el resto.”

Para remachar la opinión que le merecen los actores de cine, leamos lo que anota en el capítulo 17 cuando sale en compañía de Sally al vestíbulo del cine, durante la pausa, para fumar (hoy tendrían que salir a la calle): “A nuestro lado estaba uno de esos estúpidos actores de cine, con un cigarrillo. No puedo acordarme de su nombre. En las películas de guerra siempre juega el papel de un tipo que se muere de miedo antes de la cosa empiece. Su acompañante era una rubia colosal y los dos trataban de comportarse de lo más indiferente que es posible, como si no supieran que todos los miraban. ¡Enternecedoramente modestos!”

Pero, quieras que no, el imaginario del cine lo tiene por completo metabolizado. Se nota de forma muy clara cuando el ascensorista proxeneta del hotel le asesta un puñetazo en el estómago y desaparece con la prostituta: “Debo de estar loco. Realmente loco. En el camino al cuarto de baño me empecé a comportar como si tuviera una bala en el cuerpo. Maurice me había disparado. Me arrastré hasta el cuarto de baño para fortalecerme con un buen trago de whiskey o lo que fuera y estar en condiciones de poder entrar en acción. Me imagino cómo salgo del cuarto de baño completamente vestido y con un revólver en el bolsillo, casi sin tambalearme. Luego bajo a pie por la escalera en vez de tomar el ascensor. Voy agarrado al pasamanos mientras que de vez en cuando corre un poco de sangre por la comisura de mis labios. Bajo un par de pisos con las manos apretándome el cuerpo y dejando huellas de sangre y llamo al ascensor. En cuanto Maurice abre las puertas del ascensor, me ve con el revólver en la mano y empieza a gritar que le perdone la vida, con una voz chillona llena de miedo. Pero a pesar de eso le disparo. Seis balas en su barriga grasienta y peluda. Luego arrojo el revólver por el hueco del ascensor después de haber borrado las huellas dactilares. Luego me arrastraría de vuelta a mi habitación y llamaría a Jane. Tenía que venir y vendar mis heridas. Me imaginé cómo tendría en la mano un cigarrillo para mí del que yo fumaría mientras corría mi sangre. Las malditas pelis. Pueden arruinarlo a uno. No bromeo.”

La metabolización llega incluso a afectarle por lo que se refiere a la elección de una carrera, como le dice entre líneas, y sin darse cuenta, a su hermanita Phoebe: “Los abogados me parece que están bien, supongo yo, pero es cosa que no me atrae. Quiero decir que me parece bien cuando salvan la vida de personas inocentes, pero eso no es cosa que hacen los abogados. Tan sólo ganan un montón de dinero y juegan al golf y al bridge y compran autos y beben martinis y se les nota que son muy importantes. Y además, aunque a algunas personas les salvaran la vida, ¿de dónde puede saberse con seguridad que lo han hecho porque de veras querían salvarles la vida, o si no lo han hecho porque se quiere ser un abogado fabuloso al que todos le palmean los hombros y lo felicitan en la sala del tribunal, los periodistas y todos, porque el maldito juicio terminó, como pasa en las miserables pelis?”

Por otra parte, no se puede ni debe descartar una actitud esnobista en Holden, casi lo podemos ver con la nariz arrugada por el asco y los ojos horrorizados cuando registra sin piedad este espectáculo del fin de semana en el corazón de la Gran Manzana: “Broadway estaba lleno y desagradable. Era domingo y recién a mediodía pero el gentío era ya muy denso. Todos querían ir al cine, al Paramount o al Astor o al Capitol o como sea que se llaman esos estúpidos antros. Todos iban bien vestidos, porque era domingo, y eso lo empeoraba todo. Pero lo peor es que a todos les importaba ir al cine. No podía soportar su vista. Puedo entender que alguien quiera ir al cine porque no tiene otra cosa que hacer, pero si la gente realmente se muere por ir allí y hasta se da prisa para llegar lo más rápido posible, eso me deprime locamente. En especial cuando cientos de ellos hacen cola a lo largo de toda la manzana y esperan con una terrible paciencia conseguir un boleto.”

Justo por eso, es honesto en lo que afecta a su propia persona: “Juego muy bien al golf.

Si dijese con qué pocos golpes hago la ronda completa nadie me lo creería. Una vez estuve a punto de aparecer en un cortometraje, pero en el último momento decidí que no. Si odio tanto el cine y a pesar de eso apareciera en un cortometraje, pensé, flor de hipócrita sería yo.”

Holden Caulfield… Y pensar que en los años cuarenta hubo una pareja que protagonizó dos pelis de títulos muy parecidos, Dear Ruth y Dear Wife. Se llamaban William Holden y Joan Caulfield.

Honni soit qui mal y pense!

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