Ricardo Bada: La adivinanza como género literario
Hace un par de semanas les propuse aquí una adivinanza que varios lectores lograron resolver, pero se me quedó en el tintero virtual hablarles de la adivinanza como género literario, una conclusión a la que llegué por mi cuenta y riesgo, siendo el riesgo que de repente descubro el Mediterràneo o la pólvora. En todo caso, les cuento cómo llegué a esa conclusión.
Apenas concluida la segunda guerra mundial, comenzó a publicarse en Alemania, en Hamburgo, el semanario Die Zeit. No creo exagerar si afirmo que es el mejor semanario del mundo. Lo único que le seguiría reprochando es su formato, pero como soy de estatura elevada y tengo los brazos largos, bien puedo dejarme crucificar cada semana por sus páginas abiertas, lo que significa un total de 80 cm de ancho por 60 cm de largo.
No hay publicación semanal de este calibre en toda la ecúmene, que sin la ayuda de efectos gráficos y de un diseño sofisticado, nos ponga tan al día, y de una manera tan profunda y bien explicada, sobre todas las materias que atañen a la curiosidad humana: política, economía, ciencia, literatura, teatro, bellas artes, historia, religión, sociología, sicología…, en fin, no sigo: el abanico es apabullante.
Confieso que me siento muy feliz de ser un buen lector del idioma alemán (como parlante más bien lo profano, si es que no lo masacro), sólo porque cada semana tengo la satisfacción de engolfarme en las páginas de Die Zeit (que en alemán, dicho sea de paso, significa El Tiempo). Y como es lógico, esas páginas están distribuidas en una docena de cuadernos, uno de los cuales se dedica a lo que llamaríamos Miscelánea: desde recetas de cocina, de uno de los magos de la cocina universal, pasando por problemas de ajedrez –planteados atractivamente por un gran maestro–, hasta las adivinanzas. Una de estas adivinanzas tenía una altísima categoría literaria. Aparecía bajo la rúbrica Tratschke y su autor era nada menos que un doctor: el Dr. Gerhard Prause, entretanto fallecido y con él desapareció la sección, hélas!
El Dr. Gerhard Prause nos proponía cada semana adivinar un personaje y para ello nos contaba su biografía. Pero, claro está, nos la contaba de una manera bastante peculiar. Nos daba algunos datos cronológicos (no siempre), geográficos (no siempre), y solía citar bastante de los diarios, memorias y cartas de la persona que debíamos adivinar. Al final es como si yo les citase un pasaje de la biografía de, por ejemplo, «un gran poeta del modernismo» (sin mencionar su nombre), y les contara que un buen amigo suyo, médico, le marcó en el pecho el lugar exacto donde se encontraba su corazón, y algunos años después murió en una ciudad balnearia europea, siendo en ese momento el galeno de cabecera de nadie menos que la Reina Regente de ese país. Con lo cual, si el lector ignorase quién fue aquel poeta y ese médico, tendría que abismarse en enciclopedias y en obras de consulta de todo tipo para establecer el cuadro espacio–temporal de sus biografías, a fin de poder tener un chance de despejar la incógnita. Una pequeña ayuda: a mis lectores colombianos les debe resultar más fácil de resolver esta adivinanza que a cualquier hispanoamericano sin conocimientos precisos de la literatura de este país.
Por supuesto que la adivinanza puede ser mucho más sencilla. Imaginemos que en ella les cuento que la persona a ser adivinada ganó en su día el más alto galardón literario del mundo y que era hijo de un telegrafista. No me digan que no sabrían de quién les habría platicado. Ni tampoco tendrían dificultades si entre los datos que les facilitase estuviera el de que la persona en cuestión es la única en el mundo que ha recibido tres premios literarios de las respectivas manos del rey, la reina y el príncipe heredero de un país europeo. Las soluciones a su vez también respectivas, Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis, tienen que ser obvias para ustedes.
Pero las adivinanzas no pueden ser siempre tan simples, o tan sencillas, que no es lo mismo aunque así lo parezca. De manera que regresemos a las tan suculentas que nos proponía el Dr. Gerhard Prause. El Dr. Prause consiguió elevar a la categoría de género literario, al menos en alemán, el dificil arte de la adivinanza. Tres amigos y vecinos (dos alemanes y yo) supimos honrar esa prestación organizando un torneo entre nosotros: el que menos adivinanzas lograse resolver durante trece semanas, entre el jueves que aparecían en el semanario, y las 12 del mediodía del sábado, estaba obligado a pagar una cena para los tres matrimonios en un local gastronómico de categoría. Debo decir, para terminar, que en los diez años que mantuvimos esa justa, de los cuarenta trimestres que se sucedieron, sólo me tocó pagar en dos ocasiones. Y el Dr. Tratschke, a quien le escribí hablándole de nuestro torneo, me lo premió enviándome un libro suyo con una dedicatoria personal. Téngale Apolo en su gloria.