Ricardo Bada: La madera de Noruega
Cuando escribimos o hablamos de errores de traducción, lo normal es que lo hagamos a partir de un soporte escrito, ya sea en una publicación en papel o virtual, o bien en un libro. Para mi gran sorpresa, un día descubrí que también podía haber errores de traducción en el paso de la forma cantada a la forma instrumental, en una canción. Y conste que lo digo muy en serio.
Quiero suponer que todos los que me leen ya la conocen o han oído hablar de la canción de The Beatles que se titula Norwegian Wood, acerca de la cual John Lennon comentó que era cien por cien suya y admitió que trataba de una aventura extramatrimonial que estaba teniendo. Lennon ocultaba las referencias sexuales en los textos de sus canciones porque no quería que Cynthia, su mujer, se enterase. Pero quizá lo más extraño de todo es que no recordaba de qué chica se trataba en este caso.
Yendo al mismo, refresquemos en nuestra memoria el texto de Norwegian Wood, que aproximo al castellano como sigue, creo que de manera fidedigna:
Una vez tuve una chica, ¿o debería decir que una vez ella me tuvo? Me mostró su habitación: «¿Verdad que es buena la madera noruega?» Me pidió que me quedara y me sentase en cualquier sitio. Entonces miré a mi alrededor y noté que no había ninguna silla. Me senté en una alfombra esperando mi momento, bebiendo su vino. Hablamos hasta las dos y luego ella dijo: «Es hora de ir a la cama». Me dijo que trabajaba por la mañana y se echó a reír. Le dije que yo no y me arrastré a dormir en el baño. Y cuando desperté estaba solo, aquel pájaro había volado. Así es que prendí un fuego. ¡Verdad que es buena la madera de Noruega!
Conocido el texto, es muy evidente que el final resulta bastante explícito: el protagonista de la narración, despechado, le prende fuego a la habitación de la chica, la cual (la habitación), como era moda por aquellos tiempos, al menos en Europa, se encontraba poblada con muebles made in Scandinavia.
Lo cierto es que esa canción, Norwegian Wood, hizo furor, quizás por lo bien tramado que estaba su texto, a diferencia de otros textos de los Beatles, que podían ser bastante simplistas cuando no simplones. Y un buen día, la canción llegó al Perú, como el resto de la obra de los muchachos de Liverpool, y un conjunto de música andina, Yawar («jaguar» en quechua, según sé), grabó un disco con varias canciones de los Beatles, entre ellas la de marras.
Norwegian Wood es una de mis canciones favoritas entre las del repertorio beatle, de manera que me sentí muy sorprendido al oírla por primera vez en versión puramente instrumental y con instrumentos andinos. Pero mi sorpresa no se debió a ello sino al hecho de que en fondo a la quena y el resto de los instrumentos, Jawar había mezclado un hilo sonoro de pájaros trinando a todo trinar. Me eché a reír, aunque luego, al escucharla por segunda vez, aprecié la belleza apacible y amable de semejante cambalache.
La verdad es que no sé hasta qué punto saben o sabían inglés los integrantes de Jawar, pero es evidente que mentalmente no tradujeron Norwegian Wood como «Madera noruega» sino como «Bosque noruego»… aunque me quedo con la duda de si la línea «ese pájaro había volado» no fue lo que les indujo a la confusión, y la confusión al error de traducción reflejado en la partitura de su versión.
[Lamento no encontrar esa grabación de Yawar en los extensos dominios de la variopinta y casi universal memoria de Miss Hortensia Google, por lo que no puedo insertar aquí un enlace con ella. Pero quizá mi infructuosa búsqueda se deba a mi impericia en materia cibernética. Si por casualidad alguno de los lectores de esta columna lo encuentra, favor de hacérmelo saber a través de un comentario al pie de la misma. Vayan acá mis gracias anticipadas*].
Todo lo que reseño antes del párrafo encorchetado me recuerda lo que le sucedió una vez en Nueva York, a mediados del pasado siglo, al novelista estadunidense Upton Sinclair, y así lo relata en sus memorias, American Outpost. Sinclair tenía en la Universidad un profesor de Música, Edward MacDowell, quien era muy querido por sus estudiantes. No es raro, pues, que con motivo de su cumpleaños le enviasen un ramo de flores al que acompañaba una tarjeta con un ruego expresado en un verso de El oro del Rhin, la ópera de Wagner. Es un verso que comienza diciendo: O singe fort! (que significa «¡Oh, sigue cantando!»). Lo malo, ¡ay!, es que MacDowell no esperaba una cita en alemán, y sí en francés, y lo que comenzó a leer decía también O singe fort!… sólo que en francés se pronuncia de otra manera… y además significa «¡Oh tú, mono ruidoso!». Imaginen su reacción.
* Nota de VASOS COMUNICANTES: véase aquí la versión de Yawar.
Ricardo Bada (Huelva, España, 1939), escritor residente en Alemania desde 1963. Coeditor allí de dos antologías de literatura española contemporánea, y en solitario, de la obra periodística de García Márquez y los libros de viaje de Camilo José Cela. Editor en España de la poeta costarricense Ana Istarú, y en Bolivia de la única antología integral en castellano de Heinrich Böll (Don Enrique).