Ricardo Bada: Los eunicenitas
Hay quienes son fans del Barça o del Liverpool: yo lo soy de Jane Austen, me cuento entre sus miles y miles de fans que existen en el mundo, sin optar por ello a membresía en ninguna de las asociaciones o tertulias de austenitas, que son innumerables. No padezco el instinto gregario.
Pero además de ser una gota de agua perdida en el mar del austenismo, pertenezco asimismo a un grupo mucho más reducido de seres humanos, repartido entre Centroamérica, México y Estados Unidos, amén de un par de desperdigados por el mundo (como yo, en Alemania) y que somos, de una manera casi vocacional, eunicenitas: devotos súper apasionados de la poesía y la prosa de Eunice Odio.
Este nombre seguramente no les dirá nada, pero alguien tan fiable como el polígrafo mexicano Alfonso Reyes la llamó “la gran poeta de las Américas”, y para los eunicenitas, entre quienes también se encuentra Elena Poniatowska, lo fue [lo es] sin duda alguna. Carlos Martínez Rivas, el mayor poeta nicaragüense desde Rubén Darío, tituló uno de sus poemas con el nombre de Eunice para tratar de explicarse, y explicarnos, qué era la belleza: “esa nota pura a la que el corazón /en medio de su afán y su gemir pueda un momento /asirse”.
Eunice nació en San José de Rica el 18.10.1919 (celebramos, pues, su centenario), tuvo a lo largo de su vida tres nacionalidades –costarricense, guatemalteca, mexicana–, y murió en México pobre, sola y abandonada, tanto que su cadáver fue descubierto en estado de descomposición dentro de la tina de su cuarto de baño, al cabo de ocho o diez días de su muerte. Nunca se puso en claro si fue un accidente, un suicidio o incluso un asesinato.
Nos heredó cuatro poemarios resplandicientes [sic] y gran cantidad de crónicas, reseñas y cartas de una prosa aguda y cincelada. En Costa Rica su nombre fue anatema mientras vivió porque tuvo el coraje de llamar “costarrisibles” a los compatriotas que no entendían su poesía. Pero el Tiempo impuso la justicia que se mereció en vida, y en este año de su centenario se la celebra allí con el honor debido a su rango, una de las cumbres entre los poetas americanos en lengua de Castilla.
Una de las recomendaciones de la Comisión Willy Brandt fue, en su día, el llamado a contribuir desde el dizque Primer Mundo a la intercomunicación entre los países del dizque Tercer Mundo. Y me alegraría infinito haber contribuido desde mi orilla del Rhin, en Alemania, a dar a conocer en un país de tantos y tan buenos poetas, como lo es Colombia, el nombre de una voz excepcional, de una voz inconfundible. La de Eunice Odio, genio y figura hasta el día de su muerte. “¡Personaja!”, la hubiera piropeado su par chileno, Gonzalo Rojas.