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Roberto Ampuero: Memorias de un comunista, la revolución chilena y Kafka

Al cerrar el libro me quedé con la amarga y perturbadora sensación de haber transitado por un universo kafkeano guiado por un hombre que bien pudo no haber sobrevivido el viaje para contarlo, y la convicción de que la memoria política chilena referida a los últimos seis decenios requiere de más voces como esta.

Acabo de devorar Memorias de un militante, nuevo libro de Patricio Cueto Román, escritor y ex dirigente comunista chileno, en que relata las delirantes y siniestras vicisitudes que tuvo que atravesar tanto en la clandestinidad bajo el régimen militar chileno como en el exilio detrás del Muro, en la extinta República Democrática Alemana. Se trata de una obra honesta y valiente, sin pelos en la lengua, que indaga en la polarización del Chile a partir de los años sesenta del siglo pasado, el fracaso político y militar del gobierno de la Unidad Popular y “la vida de los otros”, la auténtica, en los desaparecidos países comunistas.

Patricio Román nos conduce por un periplo que comprende su rol como miembro del aparato de inteligencia del PC encargado de recolectar información sobre las fuerzas armadas, el 11 de setiembre de 1973 y su refugio en la Embajada de Honduras, su posterior tránsito a Honduras y Holanda, después los decisivos años de exilio en la República Democrática Alemana, y su posterior residencia transitoria en España y Argentina, así como el regreso definitivo a Chile. Basado en esa pedregosa y ardua experiencia vital, que no es simplemente académica o libresca, y tiene lugar en la Guerra Fría, escribe sus contundentes Memorias de un militante.

Durante su exilio en el socialismo amurallado, el autor continuó labores de seguridad en el PC hasta que se convenció de que la tarea, en realidad de carácter amateur, era una forma en que los dirigentes en Berlín Este lo mantenían ocupado y controlado, y que por lo mismo carecía de sentido. Admite que la primera trizadura en su ideología surgió cuando constató que “los máximos dirigentes de su partido habían optado (el 11 de setiembre) por el repliegue” sin avisar a la militancia “y sin explicaciones del porqué no se hizo nada por defender al gobierno y al compañero presidente, que muere por su propia decisión, pero en el más absoluto abandono…” de quienes hoy lo inscriben en sus banderas y se disputan su pertenencia.

Al cerrar el libro me quedé con la amarga y perturbadora sensación de haber transitado por un universo kafkeano guiado por un hombre que bien pudo no haber sobrevivido el viaje para contarlo, y la convicción de que la memoria política chilena referida a los últimos seis decenios requiere de más voces como esta. Sólo con ellas, marginadas por una sectaria “historia oficial”, es posible reconstruir el rompecabezas de nuestro complejo pasado de modo fidedigno, inclusivo, diverso y no maniqueo.

Razones para contar su verdad

Dos razones lo llevaron a escribir el libro: “la primera es el intento de alcanzar, a lo menos, la comprensión de los demás”. Esto es valioso por cuanto pone de manifiesto un esfuerzo reconciliador hacia sus compatriotas, incluidos aquellos que antaño vio como enemigos a erradicar. En este sentido explica los motivos que lo condujeron a abrazar la causa totalitaria que proclama un modelo que no ha conducido ni a la democracia, la igualdad, la libertad ni la prosperidad en parte alguna del planeta.

La segunda razón fue “el enorme deseo (de) que, a partir de la lectura de estas experiencias, los jóvenes de mi país que recién comienzan a transitar con enorme misticismo y entrega por los caminos de la política… sepan de la experiencia… de una persona que no le supo poner límites a esa entrega, y que después de décadas sigue pagando el alto precio que eso engendra”. Se trata, por lo tanto, de compartir una memoria que sirva también a los jóvenes que no vivieron los sesenta ni los setenta y que llegan a posiciones de alta responsabilidad con lecturas de textos redactados desde una sola perspectiva sobre ese crucial y complejo período de historia. Ya Unamuno advirtió sobre los peligros de leer de forma restrictiva: “cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee”.

Cueto Román describe el proceso personal del militante comunista: deja de ser un joven alegre y flexible, preocupado por los temas sociales, y se convierte en un apparatchik pragmático, leal al dogma, fanático de su ideología y dispuesto a cumplir cualquier tarea que el partido le encomiende. Emotiva es la forma en que presenta el proceso a la inversa tras sufrir el desencanto con el marxismo-leninismo, las prácticas autoritarias del partido y comprobar la inviabilidad de los regímenes comunistas (todo antes del desplome de estos), e inolvidable resulta la descripción de “cuando comenzó su proceso de volver a ser Patricio Cueto Román”.

El libro aporta también sus reflexiones sobre lo que significa militar en “una institución que cree tener todas las respuestas -y que por lo tanto, ya no hay dudas-, porque ya lo tiene todo resuelto el partido”. Al seguir ciegamente “la causa”, agrega, se desarrolla “necesariamente una personalidad fría, calculadora, cínica en la mayoría de tus acciones, y que sólo se transforma en una personalidad ardiente cuando “la causa” reclama tu entrega”. Es en esa militancia, que demanda todo de él, que Cueto Román posterga a su familia, viejas amistades y metas profesionales y se interna a ojos cerrados por el estrecho pasadizo que le trazan los dirigentes de la organización.

Debido a su trabajo conspirativo y al hecho de que éste fue revelado en detalle por un medio chileno en los últimos meses del gobierno de Allende, el autor se vio obligado a exiliarse en la embajada de Honduras tras el golpe militar. Después de numerosas aventuras propias del realismo mágico, llega a vivir a la RDA, donde recibe su primer encargo, digno de Ripley: desarticular una huelga (sic) de chilenos, dirigida por un militante del PC criollo, en protesta por las abusivas y nocivas condiciones de trabajo que les imponían las empresas estatales del país socialista.

La inédita huelga de chilenos en la RDA

Pocos saben que la primera huelga en la RDA (tal vez la única que tuvo lugar en los 40 años de la dictadura) fue organizada por compatriotas exiliados en el socialismo, en la zona industrial altamente contaminada de Halle. Desde luego azorados por la reacción y sin saber cómo enfrentar algo tan inusitado (las huelgas en el socialismo están prohibidas pues las empresas “pertenecen” a los obreros), los comunistas alemanes recurrieron a sus camaradas chilenos para que disciplinaran a su gente y no contagiaran a los obreros germano-orientales con un derecho propio de sociedades abiertas. Debería conmemorarse, por cierto, esa notable conducta de militantes comunistas y socialistas chilenos ante el socialismo de la RDA.

Cueto Román tuvo que convencer a los decididos compatriotas de deponer la huelga para alcanzar un mejor trato para ellos. La situación no era fácil ya que los camaradas estaban furiosos al constatar que los enviaban a cumplir labores dañinas para la salud por los gases y químicos que respiraban sin tener protección adecuada, y que los germano-orientales eludían desde luego cumplir. “No es todo oro lo que brilla”, solían decir los ciudadanos de la RDA a los chilenos recién llegados entonces, y no dejaban de tener razón.

El autor reflexiona asimismo sobre el poder autoritario que ejercía el comité chileno “antifascista” sobre los chilenos detrás del Muro, los privilegios de los compatriotas dirigentes y los abusos cometidos a través de una organización inserta en una sociedad totalitaria. Cueto Román destaca la solidaria recepción que se brindó a los cerca de 2.500 chilenos exiliados en la RDA, que a su llegada recibieron techo y trabajo así como subvenciones para vestirse y amoblar la vivienda que se les asignaba, trato preferencial que despertó crítica soterrada entre alemanes.

Las memorias se refieren también a la tenebrosa obligación que impuso el partido comunista a sus militantes (no a los dirigentes) de “proletarizarse”, para lo cual envió a cientos a trabajar en las fábricas estatales. Se trataba de un programa que se aplicó en la revolución cultural china y la dictadura castrista en su fase guevarista, y que pretendía librar del “comportamiento pequeño burgués” a militantes pertenecientes a sectores acomodados. La igualdad comenzaba, desde luego, nivelando hacia abajo. De este modo, dice el autor, militantes de base ingresaron a un “proceso de proletarización” similar a las campañas de “reeducación” del estalinismo en Rusia”.

Lectura en el marco del 50 aniversario del «11»

Se trata de un libro que conviene leer además en el quincuagésimo aniversario del 11 de setiembre de 1973, pues redondea y complementa, a través de experiencias dentro y fuera del país, el asfixiante clima de polarización y división que se impuso en Chile desde fines de los sesenta, bajo el gobierno de Eduardo Frei Montalva, cuando el partido socialista (Congreso de Chillán, 1967) y el MIR postularon la vía armada para imponer las transformaciones profundas y construir el socialismo.

El relato de Cueto Román es potente pues narra lo que él vivió como militante en Chile y la RDA, y está “basado en hechos reales”, como destaca la portada del libro editado por Trayecto Editorial. Es probable que los partidarios de “la historia oficial” guarden silencio al respecto y que los militantes de la “política de la cancelación” inicien campañas de descrédito y funas en su contra, pero quienes -de centro, derecha e izquierda- desean escuchar voces diversas sobre la historia reciente de Chile para formarse una opinión propia, leerán con gratitud y azoro Memorias de un militanteEl libro les dará a conocer la perversión de las pulsiones represivas que surgen dentro de partidos totalitarios o comunidades exiliadas dirigidas por políticos que se sienten dueños de la verdad y contaban con el respaldo del sistema totalitario que regía en la RDA hasta su desplome en 1989.

Sólo ignorando aportes vivenciales y reflexivos como el de Patricio Cueto Román se sostiene el “relato oficial” hegemónico sobre la compleja y historia de los últimos sesenta años del país. Es de esperar que los discursos que pronuncie este año el presidente Boric incorpore también, junto a la condena del régimen militar y las violaciones a los derechos humanos cometidas, la voz de los compatriotas que la extrema izquierda cancela de la historia y la cultura chilenas.

En el socialismo de la RDA eran todos iguales, pero unos eran más iguales que otros: los dirigentes germano-orientales lo eran, y también los chilenos por un simple detalle: contar con un pasaporte chileno que imposibilitaba que el régimen nos mantuviera -como a sus ciudadanos- encerrados detrás del Muro hasta alcanzar la jubilación.

Recomiendo las memorias de Patricio Cueto Román y celebro su coraje civil y su aporte a la construcción de una memoria nacional sin dogmas, silencios, discriminación ni marginación.

*Roberto Ampuero es escritor, ex embajador, ex Canciller.

 

 

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