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Rodrigo Blanco Calderón: Etimología del matón

No hay día que no me pregunte cómo romper este ciclo interminable de extremismo político, de violencia, que empieza por envenenar el lenguaje

Nayib Bukele, presidente de El Salvador

 

 

El 19 de febrero, en el marco de la celebración del décimo aniversario del Club de la Libertad, en la ciudad de Corrientes, Argentina, el presidente Javier Milei se refirió al diputado Ricardo López Murphy como «un traidor» y «una basura». El 22 de febrero, el presidente Andrés Manuel López Obrador divulgó en televisión nacional el número de teléfono de Natalie Kritoeff, jefa de la corresponsalía del ‘New York Times’ en México, uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo. El 24 de febrero Óscar Puente, el ministro de Transportes y Movilidad Sostenible de España, respondió de forma amenazante al periodista Francisco Pascual, diciéndole, entre otras cosas, «Circula, que te estás poniendo muy pesadito», luego de un intercambio de dimes y diretes en la red social X.

Esta es apenas una muestra reciente de los modales empleados por ministros y presidentes a uno y otro lado del Atlántico. Desplantes parecidos suele soltar Nayib Bukele. En 2015, durante la campaña presidencial de los Estados Unidos, vimos a Donald Trump burlarse de la discapacidad de un periodista que lo había criticado. Enumerar las barbaridades verbales (y no solo verbales) de Trump excedería los límites de cualquier artículo. En Venezuela, durante sus años de mandato, el presidente Hugo Chávez utilizó todos los medios de comunicación nacional para vilipendiar y hostigar diariamente a sus adversarios políticos, para risa y beneplácito de sus seguidores ‘urbi et orbi’.

En 2015, vimos a Donald Trump burlarse de la discapacidad de un periodista que lo había criticado

Cuesta entender cómo y por qué, pero, parece ser que, en la era de las microagresiones, la ecoansiedad y la llamada generación de cristal, como sociedad hemos decidido cederles el poder y las riendas de nuestros destinos a hombres que, en lugar de dar el ejemplo en el manejo de sus responsabilidades y comportamientos, más bien se aprovechan de sus privilegios para actuar como unos ‘bulli’ cualquiera. No hay día que no me pregunte cómo romper este ciclo interminable de extremismo político, de violencia cotidiana, que empieza por envenenar el lenguaje, el pozo de donde bebemos los seres humanos, para luego contaminar hasta el último rincón de espacio público.

No obstante, una brizna de esperanza la podemos encontrar en el propio lenguaje, en la evolución de ciertas palabras. Pensemos en los términos ‘bully’, ‘bullying’, que usamos hoy para referirnos al matón y al matoneo. Varias fuentes documentan que la palabra viene del inglés ‘bull’, ‘toro’, para explicar por comparación el comportamiento avasallador de los más fuertes sobre los más débiles. Yo me decanto por una explicación a la que llegué a través del italiano ‘bullo’Stendhal lo utiliza en ‘La Cartuja de Parma’ para referirse a un personaje, el Conde de M***, millonario, prepotente, que solía pasearse rodeado de «8 o 10 buli (una suerte de matones)», dice el narrador.

‘Bullo’, que en italiano significa «matón», «arrogante», es una palabra de origen incierto, quizás proveniente del alemán antiguo ‘bule’, que significaba «amigo íntimo». Nos toca, pues, desandar el camino de la etimología del matón y retomar un sendero.

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