Ruido populista
Salvini toma café antes de iniciarse una conferencia europea sobre inmigración. RONALD ZAK AP
La gestión del Gobierno populista en Italia —la coalición formada por la Liga y el Movimiento 5 Estrellas (M5S)— está confirmando que las recetas mágicas y las soluciones inmediatas ante problemas complejos que este tipo de discursos ofrecen al electorado se quedan en más bien poco a la hora de la verdad.
Italia se ha adentrado en un experimento político inédito en su historia republicana con un Gobierno formado por dos fuerzas en principio completamente antagónicas; una xenófoba, que ha renegado de su pasado regionalista y próxima a la ultraderecha, y otra populista con origen antisistema y de carácter social. Su punto de unión es la guerra a un sistema de partidos al que consideran el origen de todos los males del país. La realidad ha sido que de todo aquel discurso de golpes de timón fulgurantes con resultados espectaculares ha habido muy poco, por no decir nada.
Una vez repartido el poder entre los dos líderes de ambas formaciones, Matteo Salvini por la Liga y Luigi di Maio por el M5S, con una vicepresidencia cada uno, el Ejecutivo se ha lanzado a una carrera de gestos y declaraciones que han conseguido despertar la indignación, cuando no la profunda preocupación, tanto de los socios de la Unión Europa como del tejido productivo italiano. La tensión se ha elevado hasta extremos casi desconocidos.
Lo realizado en el fondo y en las formas en materia de inmigración —cuestión en la que Salvini lleva la voz cantante— ha sido no solo inaceptable, sino que ha generado enfrentamientos innecesarios en Europa. Los insultos dirigidos contra quienes tratan de llegar al continente, los desaires a los gobiernos aliados —entre ellos el español por el caso del Aquarius— y la falta de solidaridad con el proyecto europeo han sido una constante en los discursos de Salvini. Huelga decir que en absoluto han servido para frenar la presión migratoria sobre el continente. Es más, han provocado diversas situaciones dramáticas con naves cargadas de migrantes implorando un puerto en el que atracar. Pero mientras Salvini alardea de mano dura y observa como aumenta el apoyo a la Liga en las encuestas, oculta que su Gobierno ha repatriado a muchísimos menos inmigrantes que, por ejemplo, el anterior Ejecutivo socialdemócrata. El líder leghistatampoco menciona ya las 100.000 expulsiones inmediatas con las que amenazaba hace tres meses.
No ha sido muy diferente lo sucedido en el área económica. Las continuas declaraciones explosivas de Di Maio han logrado incluso lo impensable en el país transalpino: hacer que empresarios y sindicatos italianos se hayan planteado un frente común contra la política laboral programada por el Gobierno. Nada queda sin embargo de la enarbolada desobediencia italiana al déficit de 3% marcado por Europa. Así, el Gobierno cumplirá dócilmente con la presentación para su revisión de los Presupuestos de 2019 ante Bruselas el próximo 15 de octubre.
Por el camino queda un fuerte deterioro institucional. Salvini y Di Maio han condenado a la irrelevancia completa a la figura del primer ministro y han aliado a Italia —uno de los pilares de la UE— con los socios más radicales y xenófobos. La ultraderecha francesa se mira en el espejo del Gobierno de Roma. No es una buena noticia ni para Europa ni para Italia.