“Saber material” y “saber ético”
Las bonanzas de la tecnología son ilimitadas. Las preguntas derivadas de sus ofertas son también incontables. El conocimiento científico —“saber material”— debería caminar en forma paralela con el conocimiento ético —“saber ético”—. Entre más se sabe más se crea. Entre más se crea más preguntas surgen. Si bien solemos deslumbrarnos por el “saber material” —teléfonos celulares, resonancias magnéticas— poco se cavila en el “saber ético”: ¿es lícito utilizar el conocimiento en guerras bacteriológicas?, ¿cómo evitar que mueran personas por tuberculosis o síndrome de inmunodeficiencia adquirida cuando hay medicamentos suficientes y adecuados para tratarlos?
El “saber material” es glamoroso: genera dinero y fama; el “saber ético” es incomodo: siembra preguntas. Cavilar en los desastres generados por los usos inadecuados de la tecnología en general —contaminación ambiental, pérdida de praderas marinas— y de la biotecnología en particular es indispensable. En medicina, el “saber material” debe siempre dialogar con el “saber ético”. Limito este escrito a bretes médicos.
Los estudios genéticos cada vez son más exactos. En el futuro, serán, creo, de gran utilidad: permitirán intervenir el genoma, modificar anomalías en el embrión o sugerir la creación de embriones “a la carta” para tratar hermanos con problemas hematológicos “graves”. Leer “con cuidado” los estudios genéticos es mandatorio. Entre otras técnicas, el análisis de la saliva permite estudiar el perfil genético para conocer las probabilidades de desarrollar enfermedades, como Alzheimer, algunos tipos de cáncer o patologías cardiacas. Su utilidad, de acuerdo a las empresas privadas, “suena” adecuada: al conocerse los riesgos de contraer determinadas enfermedades las personas tendrían la posibilidad de solicitar ayuda médica o modificar algunas de sus conductas. Sin embargo, es poco lo que pueden hacer las personas predispuestas a desarrollar cáncer mamario (salvo cirugía preventiva) o enfermedad de Alzheimer. Los médicos tampoco cuentan con medicamentos para modificar el curso de enfermedades como las señaladas.
Por ahora, las prueba sólo pueden sugerir, pero no afirmar, la probabilidad de desarrollar enfermedades secundarias a alteraciones genéticas. Si bien es cierto que en medicina prevenir es mejor que curar, los exámenes conllevan no pocas preguntas, amén de la imposibilidad de modificar el curso de la inmensa mayoría de las enfermedades genéticas.
Seis razones para cavilar acerca de la bondad y de los problemas de las pruebas genéticas. Primera. La confidencialidad médica pierde terreno. Es probable que se viole son frecuencia: ¿mucho?, ¿poco?, ignoro “cuánto”; no ignoro que se mancilla, Segunda. A las compañías aseguradoras que ofrecen protección médica o seguros de vida les conviene tener el mayor número de datos del contratante con la finalidad de aumentar las primas o simplemente no suministrar el servicio; entre más enfermo el solicitante, mayor el negocio. Tercera. Pregunto: ¿qué sucederá cuando patrones o empresas exijan los datos genéticos de sus empleados o de quienes solicitan trabajo? La respuesta es obvia: seguramente no emplearán a aquellos que tengan el riesgo de padecer en el futuro mediato enfermedades como Alzheimer, cáncer de mama u otras patologías. Cuarta. Muchos de los datos ofrecidos por el estudio genético pueden ser, en la actualidad, inútiles, ya que para algunas de las enfermedades detectadas —esclerosis múltiple, Alzheimer— no hay ni prevención ni cura. Quinta. Enterarse de la susceptibilidad para desarrollar enfermedades genéticas puede devenir daño psicológico. Sexta. Dada la creciente mercantilización de la medicina y el poco apego a la ética de algunos —¿muchos?— galenos, ¿qué ocurrirá con los pacientes hipocondríacos, a quienes se les informe, por ejemplo, que tienen la posibilidad de desarrollar cáncer de colon?, ¿se aceptará la sugerencia del médico de someterse cada año a una colonoscopía?, ¿y si se tiene la mala suerte de que durante el estudio se dañe al enfermo?
La riqueza del “saber material” es enorme y la necesidad del “saber ético” es cada vez mayor. Acoplar ambos conocimientos es imprescindible. No debería haber conflicto entre ellos. La solución es simple: ambos deberían caminar juntos para impedir que el “saber material” se convierta en una empresa lucrativa, sin sopesar en los daños emanados del conocimiento mal enfocado.