¿Sabías que la ópera es una de las razones por las que tienes teléfonos inteligentes?
¿Podrías vivir sin tu teléfono? La mayoría de nosotros probablemente no querría hacerlo hoy en día. De hecho, es posible que estés leyendo esto en un teléfono ahora mismo. ¿Y podrías vivir sin la ópera?
No, no leíste mal la pregunta. Te lo preguntamos porque, curiosamente, la ópera es una de las razones por las que tienes un teléfono.
Cuando el teléfono fue inventado, nadie sabía que, en última instancia, se convertiría en un dispositivo para hacer llamadas de voz personales o que un día usaríamos teléfonos para enviarnos mensajes escritos o para escoger parejas potenciales en aplicaciones de citas amorosas mientras cruzamos una calle.
De hecho, uno de los primeros usos del teléfono fue como un revolucionario método de difusión de ópera.
Un centenar de años antes de que la transmisión en línea entrara siquiera en la imaginación de la especie humana, los residentes de Londres y París que sabían de tecnología podían reunirse en el café, hotel o club de moda para escuchar actuaciones por línea.
Y, cuando los teléfonos fueron entrando en las casas, la plataforma multimedia imprescindible para el hogar era una suscripción al servicio de telefonía de la ópera: el Netflix de esa época.
Un «Théâtrophone» operado por monedas de la década de 1890.
La ópera fue crucial para el éxito temprano del teléfono.
Es difícil de imaginar ahora. En estos días, la ópera parece estar muy lejos de cualquier cosa vanguardista.
Ciertamente para muchos tiene una reputación de ser conservadora, elitista o ambas: una resaca de los malos tiempos, de cuando la ópera era el entretenimiento de los aristócratas italianos.
Alexander Graham Bell patentó su teléfono en 1876.
Pero la tecnología ha ayudado a la ópera a viajar mucho más allá de los teatros por más tiempo de lo uno podría pensar.
150 años antes de YouTube, las melodías de las últimas óperas se escuchaban en las esquinas de las ciudades gracias a los órganos de barril, unas máquinas de música semiautomáticas cuyos niveles de decibelios provocaron la primera legislación contra el ruido del mundo.
No podías descargar una nueva versión de una ópera a mediados del siglo XIX. Pero podías comprar una partitura producida en serie para tocarla en casa, a veces incluso antes de que la ópera hubiera sido puesta en escena: la piratería en la industria de la música no es nada nuevo.
A finales del siglo XX, las grabaciones de gramófonos habían transformado la ópera en un producto de consumo imprescindible. Las arias fueron los primeros singles y los cantantes de ópera, las primeras estrellas de la grabación.
Hay quienes aseguran que las óperas son como telenovelas y que son, realmente, espectáculos para las masas… sólo que las masas no acuden, por muchas razones.
Hoy en día la tecnología está haciendo de la ópera aún más ampliamente disponible.
Se puede escuchar en la radio, con stream en el escritorio, en el auto o ver clips en tu teléfono.
Vivimos en un mundo donde prácticamente cualquier tipo música es accesible en cualquier lugar, en cualquier momento, y la ópera no es una excepción.
Y en 2006, la ópera hizo un movimiento particularmente destacado para salir de detrás de la cortina de terciopelo.
Metropolitan Opera House de Nueva York comenzó a transmitir en directo a los cines en 2006.
Peter Gelb, director general de la Metropolitan Opera House de Nueva York, comenzó a transmitir las obras que se presentaban en el teatro en directo a los cines.
Su serie The Met: Live in HD le prometió al público una muestra de la experiencia real «en vivo», directo desde Manhattan, y fue aclamado como el albor de una nueva era democrática para la ópera.
Desde entonces, la serie se ha expandido en todo el mundo, y llega ahora a miles de cines en más de 70 países.
Entonces, ¿por qué persiste la reputación de exclusividad de la ópera?
¿Seguramente la presentación del Met en cines dio paso algún tipo de revolución operística, abriendo las puertas de uno de los lugares más sagrados de la ópera a todos?
El puñado de estudios sobre la ópera en los cines indican que no es así.
No hay duda de que el programa del Met y otros teatros ayudan a que la ópera llegue a más gente que nunca. Pero las audiencias interesadas son muy similares a las que asisten a las óperas en persona: predominantemente blancas, opulentas, adultas.
¿Qué está fallando?
En la era digital, el desafío para la ópera no es la disponibilidad.
La ópera gratis ya está a un solo clic de distancia si quieres buscarla. Pero ese es el asunto: las nuevas audiencias simplemente no lo buscan.
El mayor problema de la ópera hoy es su mala reputación, una barrera que no se sortea sólo con la tecnología.
Quizás si se vuelve vincular con la alta tecnología y posicionar como la forma de arte capaz de mostrar el camino cuando se trata de producir y consumir cultura, el futuro operático podría volverse más genuinamente democrático.