Sánchez e Iglesias, esos reyes de la situación
Partiendo de que ya Aristóteles disoció claramente entre la amistad filantrópica y aquélla en la que se procura satisfacer el mero interés, siempre se dijo que la política hace extraños compañeros de cama. Esta máxima shakesperiana que figura en La tempestad fue luego ingeniosamente enmendada por Groucho Marx con aquello de que lo que en realidad hace extraños compañeros de cama es el matrimonio.
Por eso, tras la moción de censura que derribó a Rajoy en horas 72, a nadie debiera chocar que el presidente y su socio de cogobierno Iglesias presentaran el jueves un acuerdo de Presupuestos que poco tiene que ver con unas cuentas públicas. Bajo su indigesta prosa panfletaria, más propia de Facultades-trinchera que del rigor exigible a un departamento ministerial, el contrato sellado escritura un pacto de legislatura por medio de un programa común destinado a consolidar el cambio de régimen que está en la génesis del golpe de mano parlamentario que desahució al PP de La Moncloa.
A este fin, rescatan del guardarropa el Pacto del Tinell de los tiempos de Zapatero contra el PP y lo extienden a todas las formaciones a la diestra del PSOE englobadas en un genérico y despreciativo «las derechas», como representación política de la España estigmatizada por la izquierda extrema. Al tiempo, se socava la institución monárquica votando su abolición en el Parlamento de Cataluña y se convenía entre los nuevos reyes de la situación despenalizar las injurias al Jefe del Estado, mientras se negocia bajo cuerda un acuerdo con los golpistas del 1-O.
En pro de dejar fuera a esa media España, las mutuas conveniencias de Sánchez e Iglesias han apremiado a uno y a otro a olvidar pasados reproches y a echar pelillos a la mar. Atendiendo al gravoso documento en el que Podemos plantó su logotipo al mismo nivel que el del Gobierno de la Nación, con una consentida falta de decoro institucional que revela que Sánchez está dispuesto a tragar lo que haga falta con tal de mantenerse en el poder a cualquier precio, se puede concluir que Iglesias se ha cobrado cumplidamente su apoyo a la moción contra Rajoy hasta el punto de arrogarse la condición de casero del presidente.
Tan asumido lo debe tener Sánchez como para cometer el calamitoso lapsus de sentirse Rey por un día en la recepción real con ocasión de una Fiesta Nacional que, de no ser por la existencia de la Monarquía, habría sido devaluada este año a la categoría de fiesta local, dado el deliberado deseo del Gobierno de no incomodar a sus socios podemitas e independentistas.
El patinazo de los Sánchez que quisieron ser monarcas por un día, debiendo ser retirados por los servicios de protocolo de la Casa Real, fue el colofón de un amargo 12-O de un presidente que no ha sido elegido en las urnas y que prometió una prontas elecciones que ahora demora hasta cambiar las reglas de juego. Cuanto más tratan de ningunear la figura de Felipe VI, más se agiganta a los ojos de los españoles. Pero, ante la dejación del Gobierno, exponen en demasía a una institución clave para que la Transición llegara a buen puerto y que vuelve a serlo en una tesitura en que España ha fiado su Gobierno en manos de quienes la traicionan y buscan su destrucción. Conviene no engañarse sobre la gravedad del momento.
Iglesias no ha precisado esta vez sobreactuar como en las dos ocasiones en las que malogró la defenestración de Rajoy ni tampoco fotografiarse con una gigantesca llave en mano, como Carod-Rovira para exhibir que Maragall le debía el puesto de president a ERC. En contraste con enero de 2016, cuando anunció, mientras Sánchez despachaba con el Rey, un Gobierno tripartito (PSOE, P’s e IU) con él como vicepresidente, junto a las carteras de Economía, Educación, Defensa, Interior, Justicia, el CNI y RTVE, ahora Iglesias no ha tenido que asaltar La Moncloa por claraboya alguna, sino que ha entrado por la puerta principal para tomar el mando del Presupuesto y de RTVE, a la vez que supedita la actuación del Consejo de Ministros.
A Sánchez le ha ocurrido con Iglesias lo que al benéfico médico de uno de los relatos de Chéjov con el valioso candelabro de bronce que le dispensó una agradecida anticuaria por salvar la vida a su único hijo. A través de éste, le pide que le acepte el regalo junto al lamento por el hecho de que el candelero no tenga pareja. Empero, se trata de una estimable obra de arte que, al estar decorada con unos atrevidos desnudos, su sentido del pudor le impide exponerla en su casa o en la consulta. En vista de ello, el doctor tantea a alguien al que a su vez donársela.
Así, por la misma causa y razón, el candelabro va de mano en mano hasta que el último perceptor, ignorando su procedencia, resuelve vendérselo a la donante originaria. De este modo, y para su sorpresa, el doctor ve como regresa el hijo de la anticuaria con otro envoltorio: «¡Imagínese, doctor, mi alegría y la de mi madre! Casualmente, hemos hallado la pareja de su candelabro». Estupefacto, el aturdido doctor no atina a decir esta boca es mía.
Con esa posición clave, Iglesias queda a la espera de que se presente la ocasión de devorar a un podemizado PSOE, de igual manera que el bolchevizado PSOE de Pablo Iglesias Posse, erigido en El Lenin español, fue presa fácil del movimiento comunista. Con el señuelo de agrupar a la izquierda en defensa de la clase trabajadora, se adueñó del Frente Popular devastando al PSOE. Es archisabida la vieja táctica leninista de alcanzar el poder valiéndose de un compañero de viaje al que luego arrojar al vertedero de la historia. Lo ejemplificó Lenin con el menchevique Kerenski, primer ministro del Gobierno provisional tras el derrocamiento del zar en febrero de 1917 y quien expiró en el exilio tras la revolución bolchevique de octubre.
Churchill refiere en sus memorias cómo, en la España republicana, se registró una réplica perfecta del periodo de Kerenski en Rusia aprovechando la creciente degeneración del régimen parlamentario y la fuerza de la revolución comunista. En su atolondramiento e inflamación revolucionaria, aquel PSOE republicano adquirió, contra las advertencias de personalidades de la talla de Besteiro o Giner de los Ríos, la soga para el pescuezo propio cavilando que domeñaría aquel movimiento popular. Fue como meter la mano en la jaula del tigre y sorprenderse de perderla.
Para librarse del candelabro nada exponible de Podemos, Sánchez tendría que echar mano de la astucia de aquel monje que logró burlarse del diablo después de que éste le proporcionara el dinero para finiquitar la capilla de Aquisgrán que no pudo concluirse con los fondos legados por Carlomagno al morir. Como la condición del préstamo había sido disponer de la primera alma que entrase en el santuario, al perspicaz fraile se le ocurrió que, como no se había especificado taxativamente que fuera un alma humana, los vecinos capturaran un lobo y lo hicieran entrar el primero en la iglesia. La estratagema le produjo tal enojo al demonio que escapó de la ermita dando un portazo tal que produjo una grieta tan visible como las cicatrices del terremoto de Lisboa en algunos monumentos históricos de España.
Siguiendo la estela del populismo bolivariano, Podemos nunca ha ocultado que persigue la latinoamericanización del sur de Europa. Iglesias lo admitió sin ambages en su día en la revista londinense The New Left Review, así como que no conviene revelar lo que se piensa en determinados asuntos hasta que no se conquista «la maquinaria de poder institucional». Una vez adueñado de la misma, ese Gobierno no tendría por qué perseguir el interés general, ni siquiera aparentarlo.
Es lo que llama «cabalgar contradicciones« por parte de quien no ha dejado de considerarse comunista nunca, si bien entiende que, como «la palabra democracia mola«, hay que «disputársela al enemigo». «No hay manera -explicó en un acto con conmilitones en Zaragoza- de vender la palabra dictadura, aunque se trate de la dictadura del proletariado» y «podamos teorizar que es la máxima expresión de la democracia, en la medida que aspira a anular unas relaciones de clase injustas que, en sí mismas, ontológicamente, anulan la posibilidad de la igualdad, que es la base de la democracia».
Al modo de La extraña pareja, la genial comedia que protagonizaron al alimón Jack Lemmon y Walter Matthau, la torticera negociación sobre el proyecto de presupuesto rememora una de sus escenas más celebradas. Aquélla en la que el dueño de la casa se reincorpora a la timba que celebra con un grupo de amigos -a cual más singular- y, de regreso de la cocina a donde ha acudido a buscar algo de comida o que puede pasar por tal, reclama imperativamente a sus invitados: «¡Sostened bien altas las cartas que quiero ver dónde las he marcado!».
Si estrambótica era aquella pareja de protagonistas, no lo es menos la compuesta por Sánchez e Iglesias, adalides de esta componenda de Presupuestos Generales del Estado que, al no ser ninguna de las tres cosas, aboca a España a otra recesión de campanillas. A base de repartir aguinaldos a diestro y siniestro, como en aquellas Canciones para después de una guerra, de Basilio Martín Patino, hacen suyo el estribillo de aquella radio de cretona de «a lo loco, a lo loco se vive mejor«, lo que puede entrampar hasta las cejas al país entero como en los años de Zapatero, cuando se avanzó irremisiblemente a la bancarrota.
Todo empezó con dos gestos populistas e irresponsables: el cheque bebé y el regalo de los 400 euros. Una nimiedad al lado de la lista de bodas presentada por esta pareja de conveniencia que, como aquél, hace recaer fundamentalmente la carga fiscal sobre las rentas del trabajo. Éstas son exprimidas sin conmiseración con la facilidad añadida que resulta atrapar como pardillos a los perceptores de nóminas entre las redes del fisco, pues los peces gordos rompen la malla y los pequeños se cuelan por entre sus cuerdas.
Al debilitar y depauperar la clase media, se favorece la polarización entre ricos y pobres con las consecuencias trágicas que ello trajo en un pretérito imperfecto ya desterrado en España, pero que se hace dramáticamente presente en Venezuela. Además, se contrae un alto riesgo político al ser la mesocracia una garantía de estabilidad democrática de primer orden y un antídoto frente a totalitarismos de corte populista. Como los que emergen en una Europa asolada por dos guerras o los que asoman la oreja con sus aires peronistas y bolivarianos en España. Ello pone en serio trance una democracia representativa consolidada por un Estado del bienestar y vertebrada por una extensa clase media.
Sorprendentemente, el partido por excelencia de la clase media, que ha sido el PP, prosiguió el trabajo de desollamiento de las mismas emprendido por un Zapatero cuyo adanismo e incompetencia le hizo alejarse de ellas. Éste contravino uno de los hallazgos de González, tras enterrar el marxismo y de evitar hacer de la lucha de clases un instrumento de agitación que acabó fracturando al PSOE republicano y desencadenando la Guerra Civil. En bretes así, sólo se puede ser optimista sobre el futuro del pesimismo.