Sánchez, Perón y otros tiranuelos del montón
Así como el famoso monólogo de Hamlet es la meditación de un criminal, el monólogo de este lunes de Sánchez en La Moncloa es la meditación de un autócrata que se dispone a liquidar cualquier amago de disidencia, sea con toga, con pluma o con escaño. El Rey se enteró de la novedad una hora antes, a las diez de la mañana, en una audiencia innecesaria (si se queda, ¿a qué este cuento?), una escena que buscaba dar solemnidad a una mera añagaza de fullero.
Sánchez sigue, no renuncia, no tira la toalla, en contra de la atronadora engañifa que él y sus fieles han alimentado durante esas últimas jornadas. Nunca pensó en irse. Tras la grotesca farsa de los cinco días de reflexión que denunciábamos en nuestro editorial, el capo socialista se ha mostrado, ante el país y ante el mundo, en un avanzado estado de chavismo patagónico, en la excepción europea del caudillo feroz y encanallado, con ansia de venganza y anhelante de pasar por la piedra a todos aquellos que osen insinuar un ápice de duda sobre los usos de su esposa, no toquéis a la mujer blanca, que es objeto de acoso ‘desde hace diez años» (¿diez?, sus bussines comenzaron hace cinco, al llegar a Moncloa) y de un ‘sufrimiento injusto’ a causa de «la insidia, la falsedad y las mentiras groseras» vertidas por los profesionales del ‘fango y de la infamia’. No os preocupéis, vino a decir a su rebaño. Begoña y yo ‘podemos con ello’.
Desbordado de ira, con la mirada inundada de rencor, llegó incluso a proclamarse líder planetario de la guerra contra ‘el movimiento reaccionario mundial’
Queda así sentado el primer mandamiento de la nueva era, el artículo primero del nuevo régimen sanchista que acaba de inaugurar. Lo conocido hasta ahora es una broma, leves cachetadas al Estado de Derecho y a la Carta Magna. Animado sin duda por la jauría de militantes enrabietados que, en número discreto, se manifestó en Ferraz el pasado sábado, ha optado por el más populista de los recursos, una llamada a la movilización, una razzia frentista, una radicalización irracional contra ‘la política de la vergüenza‘, que es como denomina a cualquier gesto de disidencia. Desbordado de ira, con la mirada inundada de rencor, llegó incluso a proclamarse líder planetario de la guerra contra ‘el movimiento reaccionario mundial’. «Mostremos al mundo cómo se defiende la democracia», clamó con un aire indubitable de cesarismo enloquecido, con un dislocado tono de totalitarismo bravucón.
Estamos posiblemente ante el periodo más grave de cuantos ha vivido el marco de la convivencia entre españoles. Estamos a dos minutos de la fractura del régimen de la Transición con un rosario de imprevisibles consecuencias. A las puertas de Ferraz se palpó un ansia de violencia inaudita, con gritos guerracivilistas que invocaban tiempos pretéritos de sangre y horror. Dentro, en el Comité Federal del PSOE, un grupo de dirigentes serviles se disputaba lacrimógenas narraciones sobre las cunetas, las calaveras, los muertos el 36, los abuelos encarcelados y la república achicharrada. Una apología mórbida que el arrebato revanchista de Sánchez y Zapatero ha convertido en la única guía de su sinrazón cainita y suicida.
Autogolpe con sordina
Esta es la bandera que ha izado Sánchez para blindarse a él mismo y a su señora ante los procedimientos judiciales que ya asoman por los tribunales, para situarse por encima de la acción de la Justicia en una actitud sin precedentes en la Europa contemporánea y que nos trasladan indefectiblemente a la Argentina de Evita y Perón y a la más reciente de Cristina Kirchner, esa banda de cuatreros populistas, saqueadores de las arcas públicas y grandes inspiradores del Frankenstein que nos gobierna.
Ni una referencia a la prosperidad de los españoles, al bienestar de la sociedad, a las preocupaciones de la gente, es decir, a todo aquello que el jefe de un gobierno democrático debe tener presente. Sánchez ha convertido la realidad política en una anécdota circunstancial que gira en torno a persona, en una peana diseñada para exhibir su estilizada estampa de chulillo de billar. Los siguientes pasos de este autogolpe con sordina están anunciados. El desmantelamiento del sistema constitucional implica la urgente reforma del sistema de elección del CGPJ, la consolidación del instituto fiscal (un siervo), y la consumación del ‘acuerdo histórico’ con los independentistas periféricos para, mediante la liberación de presos etarras y convocatorias de referéndum de autodeterminación, demoler el edificio constitucional del 78 y plantificarnos en lo más parecido a una dictadura de cuanto pulula por la UE.
No cabe cerrar las puertas al consuelo. «Para todo hay término, hay tasa, una última vez y un nunca más», como dijo el poeta. El destino ulterior de estos tipos, ya se ha visto, no está en la gloria, sino en el basurero de la historia. Este esperpento no puede mantenerse en el tiempo. Así sea.