Sánchez ya es Podemos
El presidente del Gobierno se ha entregado a un populismo exacerbado con el que se mimetiza con el propio Pablo Iglesias. Sus palabras tienen ya tics bolivarianos y trumpistas
Sánchez se entregó este miércoles a un código discursivo que rompe con los moldes institucionales propios de un partido de gobierno en una democracia liberal. Su gestualidad, sus palabras y su estrategia resultan ya indistinguibles de Pablo Iglesias. Acusar, como hizo Pedro Sánchez, a poderes ocultos, cargar contra los medios de comunicación, o señalar a empresarios han sido recursos tradicionalmente empleados por los líderes populistas y resultan impropios en una democracia consolidada como la española. Delante de su grupo parlamentario, ante los diputados y senadores de unas cámaras ya disueltas y que férreamente cerraban filas en torno a su líder, el presidente pronunció un discurso basado en el miedo ante una supuesta conspiración. En el momento más álgido y alucinado de su intervención llegó a afirmar que podría incluso acabar detenido. Pocas veces en España hemos visto replicar el discurso de Donald Trump con una fidelidad tan literal; usando, por cierto, el ‘antitrumpismo’ como coartada.
El presidente del Gobierno renunció a realizar una autocrítica que pudiera revertir los desastrosos resultados del pasado domingo. En su lugar, optó por subir el volumen de la crispación presentándose como la víctima propiciatoria de una supuesta ola reaccionaria. Su derrota electoral no se explicaría, pues, por un rechazo a sus políticas sino por una inercia internacional frente a la cual Sánchez se presenta como la única solución. Resulta cuanto menos paradójico. A pocas horas de que su partido decidiera construir un montaje con un lapsus de Borja Sémper para intentar dar la impresión de que se trataba de una veraz declaración institucional, Sánchez insistió en intentar establecer un supuesto vínculo entre la alternativa a su gobierno y populistas consagrados como Trump, Orbán o Bolsonaro. Acusar al adversario de los defectos propios es un ardid perfectamente reconocible cuando se hace de forma tan explícita. El amago no sólo resulta imposible de creer, sino que da cuenta del estado de desesperación de todo un partido. La ovación cerrada por parte de sus diputados y senadores evidencia, además, la expulsión de todo juicio crítico que pudiera intentar enmendar la espiral autodestructiva hacia la que parece dirigirse el PSOE. La alerta antifascista acabó con Podemos e inexplicablemente el socialismo apuesta ahora por replicar esa fallida estrategia.
La realidad que enfrenta el presidente es tan contraria a sus intereses que sólo puede fabular conspiraciones ocultas e irreales que sean compatibles con su propio estado de ánimo. Sánchez llegó a afirmar que quienes ejercen una oposición legítima a su Gobierno y a sus políticas «saben a quiénes sirven, tienen más medios y ningún pudor para lanzar infundios y traficar con la mentira». La deslegitimación del adversario nunca podrá interpretarse como una fortaleza democrática y demuestra una falta de respeto absoluto por el pluralismo político. El PSOE podría haber optado por construir una campaña en positivo en la que intentara subrayar lo que ante los ojos de sus votantes podrían considerarse logros. Descartada toda posibilidad de ilusión, Sánchez parece decidido a agitar un miedo que orbita en un juego de palabras entre la «extrema derecha» y la «derecha extrema». Sin embargo, esta deriva populista no es un afán individual del presidente. La unanimidad con la que se aplaudieron sus palabras anuncia la adhesión de unos diputados y senadores socialistas que parecen entregados a defender las siglas de su partido desde este nuevo tono. Nunca hemos visto a un presidente en ejercicio pronunciarse en términos semejantes y a buen seguro los españoles tendrán ocasión de sancionar esta temeraria retórica populista el próximo 23-J.
A todo este argumento se añade que cuando Arnaldo Otegi se sincera, el PSOE tiembla, porque lo retrata ante la opinión pública. Dijo Otegi que merecía la pena dar al Gobierno sus votos a los presupuestos a cambio de presos, y cada cual cumplió su parte en el pacto. Dijo Iglesias que había que incorporar a Bildu a «la dirección del Estado» y Sánchez cumplió su deseo, pidiendo incluso el apoyo parlamentario de los diputados ‘abertzales’ en plena polémica por la presencia de etarras en sus listas. Y ahora, cuando los socialistas navarros simulan dignidad frente a Bildu para no estropear más las pobres expectativas electorales de Sánchez, vuelve Otegi a levantar el velo socialista de la mentira con una frase cruda y directa: «Creen que la gente es boba… llevamos cuatro años haciendo las cosas juntos», dijo. Y tiene razón, porque además de apoyar los presupuestos o la memoria histórica, Bildu ha sido miembro fiel de la coalición parlamentaria del Gobierno. Esas «cosas» que Sánchez y Otegi han hecho juntos son las que no van a desaparecer en esta súbita campaña con la que los socialistas aspiran a una amnesia colectiva de los españoles. Y menos aún, con el Sánchez más populista jamás visto.