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Schamis: La pandemia en la política

Por su carácter exógeno y a menudo sistémico, las crisis internacionales son factores fundamentales en la explicación del cambio político. Ello puede ocurrir de manera suave, llamémoslo así, sin que cambien las instituciones predominantes; por ejemplo, mediante una elección. Pero también de manera brusca, una ruptura que desencadene un cambio de régimen político.

No todas las crisis son iguales, desde luego. Cuanto más severa una crisis mayor es su potencial disruptivo para la sociedad y el sistema político. En general las crisis generan una oportunidad, con frecuencia un sentido de urgencia, y en ocasiones temor en la sociedad. Todo ello invita cambios, a un mínimo de políticas, a veces de gobiernos, en situaciones extremas, de régimen político.

Dichos cambios pueden ir en dirección de más democracia y libertad tanto como lo contrario. La historia de hecho está plagada de ejemplos al respecto. La Europa de la Gran Depresión —la entre-guerra— fue terreno favorable para el conflicto ideológico y las turbulencias sociales. Ello propició revoluciones y rupturas. Diversos experimentos totalitarios fueron su consecuencia.

En la misma época, América Latina inauguraba la era de los militares en la política con golpes de Estado; Argentina, Brasil y Perú en 1930 entre los pioneros. Ello generó un patrón que dura hasta el día de hoy, ya sea que se definan de derecha como en la Guerra Fría o de izquierda como desde la consolidación del castro-chavismo.

En sentido contrario, la crisis de la deuda en 1982 y la contracción económica del resto de la década precipitaron las posteriores transiciones democráticas en América Latina. Con gobiernos militares en buena parte de la región, el embate de la recesión los forzó a abandonar el poder, permitiendo un cambio de régimen. Aquello tuvo un aspecto providencial: a los tumbos por cierto pero la democracia ha sobrevivido desde entonces en la mayoría de los países.

Hoy con la pandemia —crisis global de salud pública, economía y seguridad— es necesario examinar y prever el potencial disruptivo de la misma en la política. Dicha crisis multidimensional es de por sí fuente de inestabilidad, en América Latina opera además en un contexto de debilidad institucional, agotamiento del súper-ciclo de precios y descontento social.

No ha habido rupturas institucionales en la región pero no deben ser descartadas. El primer golpe de Estado del coronavirus ocurrió en Mali, difícilmente sea el único. Ello ofrece lecciones útiles para naciones en las que, al igual que Mali, la pandemia profundiza la pobreza, la corrupción y las desigualdades existentes. La impaciencia de la sociedad bien podría, en un acto de desesperación, aceptar lo nuevo. Lo hemos visto antes, sin duda.

Nótese el siguiente dato. Desde el inicio de la pandemia tuvieron lugar cinco elecciones en América: Surinam, República Dominicana, Bolivia, Estados Unidos y Belice. En ninguna de ellas venció el oficialismo. Sin coronavirus, varias de ellas habrían arrojado un resultado diferente. Agréguese la crisis institucional en Perú a la lista, esa vieja costumbre peruana de destituir presidentes. No iban a dejar pasar la ocasión.

Tal vez es por no correr ese riesgo que el gobierno argentino especula con la posibilidad de suspender las elecciones de mitad de término de 2021, usando la pandemia como pretexto. Una idea equivalente a un auto-golpe, lo cual siempre remite a Fujimori, a propósito de Perú. Fernández flirtea con la ruptura institucional, y avanza con su erosión, hace ya meses: el Congreso funciona por Zoom, cuando funciona, los medios trabajan bajo presión y el proyecto de reforma judicial, principal objetivo del Ejecutivo, avanza a toda marcha.

Por supuesto que ha habido excepciones, Nueva Zelanda siendo tal vez la más notable. La primera ministra Jacinda Ardern fue reelecta con 50% de los votos y 54% de las bancas, un reconocimiento a su gestión sanitaria y a un liderazgo sensato y sensible. Las elecciones están para distribuir premios y castigos.

Por supuesto que no habrá castigo electoral alguno para las tres dictaduras de América Latina: Cuba, Nicaragua y Venezuela. Allí los sistemas electorales están diseñados para la victoria del partido hegemónico, con hegemonía de jure como en Cuba o de facto como en Nicaragua.

O hegemonía por corrupción y colusión como en Venezuela, donde vencerá el oficialismo con fraude y probablemente con el barniz del reconocimiento de la oposición ficticia. Ello seguramente blindaría a buena parte de la cadena de mando de los crímenes de lesa humanidad, mientras la Corte Penal Internacional avanza lentamente en los casos.

La pandemia y su desastroso abordaje les tiene sin cuidado. Su incompetencia y desconexión con las necesidades de la sociedad jamás han sido un impedimento para permanecer en el poder 60, 13 y 20 años respectivamente, dándole la espalda al pueblo.

 

 

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