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Se fue el último de los “Héroes”

Al Conejo Fonseca le gustaba jactarse de su desempeño como catcher del Chino Canónico en aquel juego definitivo que le dio a Venezuela el título de Campeones de la Serie Mundial Amateur, en 1941. Se gozaba el recuerdo. No era para menos, le tocó guiar aquel desafío en el estadio “La Tropical”, de La Habana, atestado de gente, de gente que apoyaba a los suyos, a Cuba.

Mucho antes de la voz de “¡Play ball!”, ya había comenzado la bulla de 30 mil gargantas que querían cantar victoria. La adrenalina desbordaba el moderno parque de la avenida 41, número 4409, Marianao. Eran incansables. Estaban seguros de la victoria. Los cubanos tenían razones de sobra para sentirse imbatibles.

Ya lo había advertido “El Pollo” Malpica: “Vamos a jugar contra 9 jugadores, 4 umpires y 30.000 personas”, quien además les ofreció pastillas para calmar los nervios.

Enrique Fonseca y Daniel Canónico hicieron una batería infranqueable que amarró los bates de Cuba, con una curva lenta y desconcertante que se hunde al final, la “knuckleball”.

 

 

Daniel “Chino” Canónico (izq.), Enrique «Conejo» Fonseca (der.),

 

Contaba Fonseca, que en un momento del juego, el lanzador le dijo que iba a acabar con su brazo, si continuaba pidiéndole ese pitcheo: “¡Se te va a acabar el brazo, pero tú vas a acabar con ellos!”

Aquel estadio que hizo de todo para desconcentrarlos, que no paró de chiflar y rechiflar, terminó ovacionándolos. Derrotaron a Conrado Marrero, que decían, era invencible. Venezuela se impuso 3-1 ante Cuba.

La historia de lo que pasó aquel 22 de octubre de 1941 es conocida desde entonces. Ganaron, celebraron y se montaron en un barco de regreso a Venezuela con su trofeo de Campeones.

Enrique “El Conejo” Fonseca (mote que le puso su compañero de hazaña, Luis Romero Petit), siguió la carrera de béisbolista que inició en el Zulia con el equipo Pumas, luego Gavilanes y más tarde el Centauros. Recordaba siempre que una expresión del manager lo hizo sentir mal, así que se quitó el uniforme y no regresó. Aún con tono de reclamo, recordaba que necesitaban un bateador emergente con hombres en base y el juego empatado, y que, “uno ahí me señaló y él dijo ‘¡Ese tiene miedo, míralo cómo está, amarillo!’ ¡Eso no se hace! ¿Para qué me tenía allí?”. Era un joven con carácter, a pesar del sobrenombre con el que será recordado siempre.

 

 

Los «Héroes del 41»

 

Jugó unos meses en Valencia, donde el joven periodista Abelardo Raidi lo reclutó para ser parte del histórico equipo amateur. A su regreso esperó un breve tiempo hasta que el Cervecería, divisa que incorporó a varios de los talentosos peloteros que ganaron en La Habana, lo tomó de refuerzo para enfrentar al Cuban Stars en una serie en la que si bien solo estuvo en un juego, por causa de un batazo en la cabeza, le sirvió para ganarse la titularidad de la posición. Siguió uniformado hasta que en la temporada 1952-1953 se convirtieron en Leones. En un dato muy caraquista, hay que resaltar que su único cuadrangular en la Liga Venezolana de Béisbol Profesional, ocurrió en el primer juego que enfrentó al Cervecería contra el Magallanes, el 24 de enero de 1946, que terminó con pizarra de 7-6 a favor de los lupulosos, en el estadio Cerveza Caracas de San Agustín. La víctima fue Domingo Barboza, le gustaba recordar ese batazo, y el último hit, ante Valentin Arévalo, del Venezuela.

Luego de su retiro, siguió en el béisbol enseñando a los jóvenes y manejando el transporte escolar en el “Colegio La Florida”, donde su esposa era maestra y directora.

Compartió con todo el que quiso preguntarle los detalles de su momento más feliz, y se remontaba a aquella tarde en La Habana, cuando ganaron los que nadie esperaba.

Era el recuerdo que más disfrutaba. No solo el juego decisivo, sino toda la emoción, desde que salieron de La Guaira y regresaron convertidos en héroes. Las aventuras, el desafío en el que se fue convirtiendo la posibilidad de ganar. Sumaban triunfos y aumentaban las ganas. Encontraron la gloria y gozaron “un puyero”, como se decía cuando existían las puyas.

 

 

 

Moisés Enrique León «Conejo» Fonseca. Fotograma de «La hazaña del 41» (2011)

 

Bastaba oírlos, cuando se juntaban “Gatico” Hernández, Héctor Benítez “Redondo”, Luis Romero Petit y él, a recordar la celebración en el cabaret “El Edén Concert”, que fue cerrado para ellos, los campeones. La picardía con la que evocaban la fiesta con memoria de caballeros es de las tertulias más sabrosas que he podido presenciar en mis años en el béisbol.

Moisés Enrique León Fonseca, pertenece a la sala de inmortales del Salón de la Fama del Béisbol Venezolano. Nació en Maracaibo, estado Zulia el 18 de septiembre de 1918 y murió en Caracas el 10 de diciembre de 2020. Tenía 102 años de edad. Tuvo una familia que lo amó, lo quisieron sus amigos, lo admiró la afición y dejó su nombre inscrito en la alineación de aquella hazaña inolvidable, que sigue enamorando del béisbol a todo el que sabe de ella.

Se fue el último de los “Héroes del 41” ¡Vamos a ponernos de pie para aplaudirlo!

 

 

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