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Si no fuera por el mango

De todos los horrores vividos en Cuba durante la crisis de los años 90, había uno que se anunciaba como una posibilidad pero que no llegó a materializarse: la temida Opción Cero, en que el país quedaría totalmente detenido por la falta de combustible, las familias serían reubicadas en campamentos y la olla colectiva se convertiría en el único suministrador de la poca comida que nos llevaríamos a la boca.

En mi adolescencia, me imaginaba un futuro de gente esquelética alrededor de una fogata donde solo hervía agua con algunas piltrafas, mientras los altavoces seguían transmitiendo los discursos del rozagante líder y sus llamados al sacrificio ajeno. Afortunadamente, antes de llegar a ese escenario, al peor estilo de Kampuchea, tuvo lugar una tímida apertura económica que nos alejó de la sopa comunitaria; pero los temores no cesaron con las flexibilizaciones, solo se aparcaron temporalmente.

Después de que los últimos frutos caigan de sus ramas, ¿con qué vamos a llenar el hueco que dejarán esas tajadas amarillas y dulcísimas que ahora ponemos sobre el plato?

Este martes en la mañana recorrí varios mercados de La Habana. Las tarimas prácticamente vacías y las caras largas de los clientes me trajeron de vuelta aquellos miedos. ¿Estaremos al borde de la Opción Cero? «Al menos nos quedan los mangos«, me contestó un vecino cuando le compartí mis inquietudes. Con el verano y la llegada de las lluvias los árboles están cargados de esa fruta a la que «el castrismo no ha logrado destruir», añadió el hombre.

Sin embargo, la temporada de mango dura solo unas semanas. Después de que los últimos frutos caigan de sus ramas, ¿con qué vamos a llenar el hueco que dejarán esas tajadas amarillas y dulcísimas que ahora ponemos sobre el plato? Me temo que la crisis humanitaria que lleva meses sobrevolándonos ya está aquí. Cada día que pasa sin que las autoridades reconozcan la gravedad del colapso son vidas que se pierden, y no solo por un rebrote de covid-19 que se le ha ido de las manos al régimen, sino por la falta de nutrientes y medicamentos.

Son momentos de aparcar la arrogancia y el orgullo político para pedir ayuda internacional urgente, dejar de maquillar titulares y poner punto final a la táctica de inflar estadísticas productivas. El conteo regresivo empezó y apenas nos queda el tiempo en que maduran los últimos mangos que cuelgan de las matas.

 

 

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