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¡Si quieren a sus viejos, no vayan a Cuba!

El Ministerio de Turismo de Cuba está promoviendo sus ofertas en medio del coronavirus, contando con una de las poblaciones más envejecidas del hemisferio.

El pasado lunes 9 de marzo, ya se anunciaban en España más de 1.200 casos positivos de coronavirus (Covid-19) y de ellos 30 habían fallecido. En Italia, ese mismo día, los infectados ascendían a 7.365, las muertes a 463 y el primer ministro notificaba a los ciudadanos la ampliación de las medidas de excepcionalidad para combatir la desafortunada enfermedad. Dichas medidas giraban en torno a una idea central: la prohibición de todos los desplazamientos en el territorio nacional, exceptuando solo aquellos que se justificaran por necesidades probadas.

Asimismo, continuaba creciendo el número de contagiados y muertos en Francia, Irán, EEUU y Alemania —país en donde la canciller Ángela Merkel dijo entender (previa consulta con científicos y especialistas) que al menos el 70% de su población contraería el virus. Para el miércoles 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaraba el coronavirus como pandemia y Donald Trump cerraba las fronteras norteamericanas para viajeros provenientes de Europa, lo cual desató una intensa cadena de críticas a su Gobierno.

Sin embargo, ese mismo 9 de marzo de 2020 cuando Occidente comenzó a prestar seria atención al flagelo, la agencia turoperadora cubana Havanatur hacía gala en Facebook y Twitter de un marketing que solo puede ser entendido bajo la nomenclatura de «turismo del desastre». Para ello, se servía de una nota de prensa publicada en el sitio Cubadebate en la que a modo de titular se leía «El calor podría cambiar la transmisión del COVID-19 según científicos chinos».  A dicha nota la acompañaba una imagen de dos mujeres asiáticas con sus respectivos nasobucos y desde el post de Havanatur esta promoción: «Siendo bañados por los rayos del Sol todo el año y tomando las medidas pertinentes tenemos más fortalezas ante la #COVID19. Desde el #Caribe es #CubaDestinoSeguro. Visítala con #Havanatur».

Para quienes tenemos cierto entrenamiento en la decodificación de textos e imágenes, esta particular combinación de ambos nos produjo escalofríos. Detectamos como aparecía la eterna capitalización de signos históricos que, si bien no están estrictamente asociados a Cuba o a la Revolución, aquellas los han sabido refundar en pos de sus propios dividendos. Al baño de sol que aquí se promueve (inocente y caribeño como cualquier otro) se le añade la imagen de mujeres que si han de proteger sus vías respiratorias es porque están lejos de nosotros, es decir de estos hashtags que nos harán olvidar la pandemia nacida en el lejano, muy lejano, extremadamente lejano Oriente: «#Caribe es #CubaDestinoSeguro. Visítala con #Havanatur». Las palabras claves para propiciar la mordida del viajero que busca escapar eran monosémicas: «destino seguro».

¡Italianos, españoles, franceses, alemanes hartos del amarillismo de la prensa: venid! ¡Nunca fue la Isla más paraíso que en este minuto! ¡Los protegeremos del imperio del eurodólar, de la bolsa que cae, de la propaganda deshumanizada, de la plusvalía, de la desidia de la vieja Europa frente al proletariado y, cómo no, de un virus que no soportará nuestros hirvientes rayos de sol en primavera: venid! Y venid, además, porque tal y como nos lo cuenta Granma el 13 de marzo, tenemos a Biocubafarma que garantizará la producción de los 22 medicamentos para el tratamiento del Covid-19. ¿A qué esperan?

En ejercicio de absoluta coherencia con el ambiente internacional y las medidas difundidas por la OMS, el alcalde de Miami pedía (desde el jueves) a Trump cancelar los vuelos a la Isla porque en aquella ya habían sido identificados como pacientes positivos tres turistas italianos, lo cual había sido puesto a conocimiento público, nada menos que por Granma y el Noticiero Nacional de Televisión en su emisión estelar.

Sin embargo, mientras las aerolíneas daban políticas de flexibilidad  para cancelar y posponer vuelos a cualquier destino, el MINTUR hacía avances y pasaba de los inocentes hashtags ilustrados con lejanas asiáticas exotizadas a declaraciones oficiales de Bárbara Cruz, directora de Mercadotecnia del Ministerio de Turismo en donde se apelaba a «nuestra función social». Una que, refundando la historia de la filosofía, no era sería otra que la de recibir a los turistas del mundo por enfermos que aquellos estuviesen.

La clara intersección entre un capitalismo de Estado que rasca divisas a cualquier precio y la deshumanización escondida tras cortinas de humo de un Gobierno que se ha lucido justo en retóricas y algunas indudables y costosas prácticas de protección social, no hizo esperar su aparición. El MINTUR no parecía (parece) entender que exponer a los cubanos a un virus que destaca por su invisibilidad y rápida transmisibilidad es cuando menos indecente. Y lo es porque la ciudadanía residente en la mayor de las Antillas ha sido oficialmente identificada como una de las más envejecidas del hemisferio.

Los cuerpos que en Cuba estarían siendo sometidos a la categoría de objetos transaccionales para esa búsqueda de capitales a toda costa, no son cuerpos abstractos sino harto reales. Son los de nuestros viejos: madres, padres, abuelos, tíos; la gente que no se fue porque ya era tarde; la gente que no sabe vivir sin su vecina que llega a la casa sin anunciarse para ver la telenovela; la gente que preferimos proteger desde la distancia porque forman parte de una cadena de afectos (otros) que no nos pertenecen. Esos cuerpos reales son los mismos por los que nos desgastamos cargando maletas de medicamentos, alimentos, aseo, misceláneas de todo tipo. Esos que nos sacrificaron (y a quienes sacrificamos) en la que sí sería la transacción más dolorosa de nuestras vidas: abandonarlos y ser abandonados por ellos a cambio de la remesa mensual, la visita anual, la casita en la playa y la cuenta de la fiesta de quince de cualquier primita.

En un momento en que tanto los gobiernos que se precian de fuertes sistemas de seguridad social y sanitaria (Alemania, Italia o España); como los que han sido largamente abochornados por sus huecos y debilidades sistémicas (EEUU) protegen a sus ciudadanos cancelando clases, conciertos, encuentros deportivos, manifestaciones civiles y cerrando bares y restaurantes; a nosotros, cubanos más desprotegidos que nunca, nos toca velar por nuestra gente, ser nuestro propio Gobierno, nuestro particular paquete de medidas y estas se reducen a solo una: no viajar.

Cierro estos apuntes con una aclaración personal que me parece pertinente. Viajo a Cuba cada año. He declarado abiertamente mi oposición al embargo que el Gobierno norteamericano ha impuesto a la Isla por más de cinco décadas, siendo aquel una medida obsoleta y de Guerra Fría que ha demostrado insistentemente su futilidad. No promoveré jamás la falta de relaciones diplomáticas, comerciales y personales de Cuba con otros gobiernos ni con sus ciudadanos en la diáspora. Este llamado apunta más bien a un ejercicio de carácter cívico en donde habla la niña, la muchacha y la mujer de un barrio obrero de la ciudad de Matanzas en donde nací y me gustaría morir. Es un llamado, casi de puerta a puerta, pidiendo de favor a mis vecinos que se cuiden y cuiden a los nuestros. Suena cursi; pero me da igual: ni Cuba, ni nosotros somos ahora mismo un destino o un cuerpo seguro. ¡Si quieren a sus viejos, no vayan!

 

 

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