La desatención sutil: Nicolás Guillén
Una anécdota de Cabrera Infante —maestro de la chismografía— atribuye a Fidel Castro cierta animadversión contra Nicolás Guillén (1902-1989): «Es un haragán», dicen que dijo en una reunión universitaria, «es probablemente el poeta mejor pagado del mundo y nos sale caro». Según Caín, el dirigente prefería al Indio Naborí, hiperactivo rimador en el periódico Granma, mientras que Guillén no escribía sino «un poema al año».
Esto dio lugar a un episodio en el cual una turba de estudiantes acudió, vociferando consignas contra la «vagancia», frente al apartamento del escritor. El suceso parece haber sacado de las casillas a Guillén, que lloró de rabia mientras le hacía el cuento a Caín. Y si bien todo lo que diga este último debe ser leído siempre con cautela, es cierto que el poeta mulato no agregó mucho a su obra mayor después de 1959.
Lo absorbieron, en su lugar, la escritura y el trabajo políticos, a lo cual debió su presidencia en la Uneac hasta 1985 y su canonización como Poeta Nacional —viejo título de Agustín Acosta— en 1982. Entre viaje y viaje, muy pocas tormentas de aquellos años las descampó en La Habana. Su ausencia durante el Caso Padilla —cuya confesión debía dirigir en tanto cabeza de la Uneac— sigue siendo la más enigmática: la presidencia de la sesión fue asumida por el férreo José Antonio Portuondo, porque Guillén estaba, según la transcripción del mea culpa, indispuesto.
Dos décadas más tarde, el mismo año en que colapsó el Muro de Berlín, fue enterrado con honores, medallas y duelo nacional.
La fundación con su nombre es dirigida hoy por un sobrino suyo, pero su alcance es discreto. A Guillén se le estudia pobremente en las universidades, poco o nada en otras enseñanzas, y su figura y obra —excepto en el choteo pueblerino de sus poemas, el mejor homenaje— tiene un aura de sacralidad silenciosa que lo transforman, de poeta popular, en un armatoste polvoriento.
En 2019, una estatua de bronce de Guillén fue develada en la Alameda de Paula. Frente a la irreconocible imagen del poeta, Eusebio Leal le ofreció una extraña disculpa: «Gracias, Nicolás, tu obra y tu vida te han salvado del olvido».