Sobre las elecciones catalanas
Hace unos días, concretamente el 27 de septiembre, en el marco del Festival Hay de Literatura, celebrado en Segovia, y respondiendo a una callada pero evidente expectativa por parte de mis oyentes, creí oportuno dar a conocer mi postura sobre el conflicto catalán. EL PAÍS se hizo eco de mis palabras en una forma muy resumida. Doy esa información por buena, en la medida en que no tergiversa mis palabras. Pero, por si les pudiera interesar, les envío el contenido más o menos literal de lo que dije en toda su extensión.
Cordialmente,
Eduardo Mendoza
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Respetable público, éste es un festival literario y estamos aquí para hablar de literatura y no de política. Todos sabemos, sin embargo, que en estos momentos se está produciendo en Cataluña un acontecimiento importante, que les interesa y les preocupa a todos ustedes. Como catalán presente en el festival en esta fecha, me parecería ilógico y descortés por mi parte silenciar o pasar de puntillas sobre el tema del independentismo. Por lo tanto, no lo voy a rehuir. Sólo les ruego que me permitan dar una respuesta larga.
Para despejar cualquier duda y para que no parezca que me escondo detrás de una cortina de argumentos complicados, les diré que antes de venir voté por correo y que no voté a favor de la independencia. Ahora bien, este simple dato no basta. La experiencia me ha enseñado que lo importante no es lo que se dice ni cómo se dice, sino dónde se dice y quién lo oye. Cosas que podría decir en Cataluña sobre esta cuestión aquí tal vez serían malinterpretadas, o serían inútiles, y lo mismo ocurriría allí. Por este motivo quisiera añadir algo más.
Para bien o para mal, soy un hombre descreído. Quiero creer que tengo principios, pero no creo en ninguna religión ni en ninguna patria. Siempre he procurado vivir fuera de mi país. Y cuando finalmente consigo echar raíces en mi nuevo hogar, busco otro a donde ir. Me gusta ser extranjero y creo estar libre del lastre de la nostalgia. Si ahora he votado contra la independencia no lo he hecho por patriotismo ni movido por unos arrebatos lacrimógenos o furibundos que me tienen frito. Sencillamente, voté en contra porque considero que la independencia no sería una cosa buena para los catalanes. En parte por razones económicas, pero sobre todo porque temo que la independencia, tal como están las cosas, daría lugar a un estado o algo similar con malformaciones de origen.
Tal vez hoy acabe o se inicie una nueva fase de un largo y tedioso período conocido bajo el nombre de el procés, el proceso, como la novela inacabada de Kafka. Durante todo este período, en Cataluña ha habido un ruidoso diálogo de sordos. Fuera de Cataluña, ni siquiera eso. Ruido, mucho, actitudes, muchas, iniciativa política, ninguna. Hemos escuchado y leído argumentos bienintencionados en contra de la independencia de Cataluña. Todos ellos son ciertos. La supuesta desigualdad en el trato económico es una compleja y discutible operación aritmética abierta a interpretaciones. La recuperación de la libertad es una falacia jurídica, puesto que Cataluña goza de las máximas libertades constitucionales. Nada permite afirmar que una vez conseguida la independencia desaparecerán de Cataluña todos los problemas y florecerá la economía. Etcétera, etcétera. En definitiva, no hay una razón de peso que justifique una ruptura que no aporta ventajas reales, que lleva aparejados grandes riesgos y graves secuelas y que sin duda engendrará innumerables situaciones personales dolorosas. Todo eso, repito, es cierto.
Y aún así, entre Cataluña y España hay un conflicto igualmente innegable, que ya viene durando siglos y que nadie parece interesado en resolver. Es natural, porque los conflictos aportan grandes ventajas a los que mandan, sean quienes sean, a uno y otro lado de la cuestión. Un conflicto aglutina opiniones, borra diferencias, distrae de los problemas prácticos reales y permite al dirigente de turno mostrar una firmeza ante el enemigo exterior que compensa su debilidad a la hora de sancionar las irregularidades que existen en su propia casa. Al poder, sea cual sea el partido que lo ostente, le interesa que los conflictos se perpetúen, porque si se resolvieran, se tendría que poner a trabajar en serio.
Un conflicto es una fenómeno peculiar, porque el meollo del conflicto no es nunca el factor económico ni político ni jurídico, ni siquiera el elemento emocional. El meollo del conflicto es el conflicto. Estamos en un festival literario, así que ilustraré lo que acabo de decir con un ejemplo literario. La mítica guerra de Troya tuvo un origen y un objetivo muy concreto. La fuga de Helena con Paris y su eventual devolución al lecho conyugal, es la causa y el objetivo final. Sin embargo, cuando comienza la Ilíada, el motivo fundamental de la guerra de Troya sólo es la guerra de Troya. A los protagonistas les trae sin cuidado un adulterio que ocurrió hace años y que no les afecta personalmente. Unos luchan por alcanzar la gloria, otros por afán de poder, otros por venganza, otros porque les han engañado. Lo mismo da.
La historia nos enseña que, por desgracia, la mayoría de los conflictos no se solucionan hasta que no estallan. Europa es ahora un paraíso del que Cataluña podría ser o no ser expulsada de resultas de una eventual secesión. Pero esta Europa, a cuya pertenencia todos damos tanto valor, es muy reciente y nace de la superación de siglos y siglos de conflicto y de unas guerras que causaron millones de muertos y una inimaginable destrucción. No soy un ave de mal agüero ni pretendo sacar conclusiones. Sé tan poco como el que menos sabe. Sólo someto estos hechos a su reflexión. Y no les aburriré más. Muchas gracias por su atención.
Coda
Cuando expuse estas razones, en la mañana del día 27, la votación acababa de empezar. Cuando las envío los resultados se conocen y están siendo sometidos a un análisis tan frenético como volátil. No sé si esos resultados invalidan o confirman mis palabras. Por mi parte, sigo en el mismo estado de incertidumbre y perplejidad que tenía entonces y, por lo que veo, no soy el único. Los periódicos afirman rotundamente una cosa y la contraria, según su tendencia y algunos hacen ambas cosas a la vez, mientras el ciudadano pasea cabizbajo con un péndulo en la mano tratando de encontrar agua bajo la dura y seca superficie de la información. La novela de Kafka sigue sin encontrar quien la termine.
Eduardo Mendoza es escritor