Sobre los Cuadernos americanos, de Nathaniel Hawthorne
Cuestiones de oficio: Los gérmenes de los cuentos
Hay muchos caminos por los cuales un lector o una lectora llega a un libro. Por ejemplo, gracias a Borges y sus recomendaciones, alguna vez leí por primera vez los cuentos de Nathaniel Hawthorne. Y, hace menos tiempo, gracias a Luciano Lamberti, a quien entrevisté por zoom a inicios del 2020 —podés leer la entrevista acá—, conocí los Cuadernos norteamericanos, también de Hawthorne.
Resulta que uno de los cuentos de Lamberti que más me gustan surgió a partir de una anotación que Hawthorne hizo en sus cuadernos. El cuento al que me refiero es “La canción que cantábamos todos los días” y la anotación de Hawthorne la pueden encontrar en la página 144 de la edición que Eduardo Berti tradujo para la editorial La Compañía, publicada en el año 2016 (dejo este dato preciso para los curiosos que quieran ir a buscarla al propio libro).
Hawthorne, como tantos otros escritores, tenía cuadernos donde iba registrando ideas para futuros cuentos, pensamientos, comentarios de sus hijos y otras anotaciones. Cuando nos sumergimos en la lectura de estos cuadernos aparecen, uno tras otro, gérmenes de relatos que quedaron latentes. No se trata de un simple diario (sin querer desmerecer a los diarios) sino de la oficina de un escritor que desparramó sus herramientas a lo largo de las páginas. Y esos argumentos o proyectos que quedaron sin desarrollar, se hubieran perdido de no ser por su viuda, Sophia Peabody, quien tomó la decisión de publicarlos tras su muerte. ¿Hawthorne querría que sus cuadernos fueran transformados en libros? No lo sabemos.
Siempre pensé que los diarios de los escritores no son inocentes: entre medio de las anotaciones, los relatos de la vida cotidiana, el registro de los sueños, los diarios pueden funcionar también como lugares de práctica de escritura. Se supone que un diario personal es para quien lo escribe, al menos es así en la mayoría de los casos, pero el diario de un escritor o una escritora no funciona igual que el de cualquier otra persona, porque de esas páginas puede surgir materia prima para después trabajar. Y, además, siempre pueden aparecer otros lectores. Eduardo Berti se pregunta en el prólogo: “¿Constituyen estos apuntes un género aparte, no el de los diarios de vida, no el de los diarios de reflexiones (pensum), ni tampoco el de las obras literarias concluidas?”, y yo creo que sí, que estos cuadernos son un laboratorio donde están condensados algunos de los textos que luego Hawthorne tal vez escribiría y, como dice Eduardo Berti, “…no solamente los del propio autor, sino quizá también los de quienes escribirán en el futuro”. Porque, así como Lamberti escribió un cuento a partir de un argumento que Hawthorne imaginó algún día entre 1845 y 1849, ¿cuántos otros autores no habrán hecho lo mismo? Pensando en esa idea, mientras leía y releía los Cuadernos norteamericanos, me detuve en varias anotaciones. Mi ejemplar quedó lleno de comentarios al margen, signos de exclamación, diversos dibujitos… Y, comparto esta curiosidad, en alguna página encontré esta anotación: “Un cuento donde el personaje principal siempre parece a punto de entrar en escena. Sin embargo, jamás lo hace.” ¿No resulta familiar el argumento de Esperando a Godot, obra de teatro de Samuel Beckett escrita casi un siglo después?
Muchas anotaciones me cautivaron, pero hubo una (en la página 119 de la edición mencionada) que me atrapó y, también yo, terminé escribiendo un cuento a partir de una de las ideas que Hawthorne tuvo alrededor de 175 años antes.
Invito a los lectores que tengan ganas de escribir, a probar dos cosas. En primer lugar, a darse una vuelta por los Cuadernos norteamericanos y a hacer sus propios subrayados. Y, después, a conseguirse un cuaderno propio, aunque probablemente ya lo tengan, y llenarlo de anotaciones para futuros cuentos que luego desarrollarán… o no.