Sorman: El liberalismo salva, el ‘iliberalismo’ mata
Una vez más, el liberalismo demuestra su superioridad. Porque todo lo que debemos al 'iliberalismo' es la guerra o la amenaza de guerra, como demuestran la invasión de Ucrania o el desorden en Oriente Próximo
CARBAJO & ROJO
Actualmente está formándose una especie de constelación internacional cuyos líderes comparten un mismo odio hacia la libertad política, económica e intelectual, hacia los valores occidentales, y están decididos a sofocar el pensamiento crítico y toda forma de creatividad. Lo que tienen en común los dirigentes de estas naciones es que aplastan a su propio pueblo, amenazan a sus vecinos, erradican a las minorías críticas y odian a los intelectuales y artistas. Esta nueva alianza abarca tanto a China como a Rusia, Irán, Túnez, Egipto, Venezuela y Hungría. También a Cuba y Corea del Norte y, cada vez más probablemente, a la gran democracia de India, que está virando hacia el despotismo. En el pasado, la constelación de adversarios de Occidente estaba más o menos unida por la ideología marxista. Esta ha sido sustituida por una nueva doctrina, totalitaria como el marxismo, pero con un proyecto barroco que combina capitalismo y despotismo. A falta de una definición positiva de esta nueva coalición sin nombre y de esta nueva ideología, se la denomina ‘iliberal’, término acuñado por Viktor Orbán, jefe del Gobierno húngaro. El marxismo era una ideología falsa, pero positiva, mientras que el ‘iliberalismo’ es una ideología que se define como negativa. No se puede negar que algunas personas se sienten tentadas por esta alianza entre el capitalismo de mercado y el despotismo supuestamente ilustrado. ¿Cómo decidir entre los dos bandos: el liberal y el ‘iliberal’? El liberalismo solo vale la pena si sus efectos son positivos, mientras que el ‘iliberalismo’ es más rico en promesas que en logros.
Si proseguimos con esta comparación entre los liberales y sus enemigos, podemos adoptar algunos criterios simples. El primero es el miedo. En las democracias liberales, los ciudadanos pueden protestar contra el desorden parlamentario, la ineficacia económica e incluso la corrupción. Pero no tienen miedo de su propio Estado, ya que ellos mismos nombran a sus dirigentes. Fue precisamente para reducir el miedo por lo que, a partir del siglo XVIII, se crearon los Estados en su forma moderna. Por desgracia, los sondeos de opinión pasan por alto este criterio: no conozco ningún estudio que compare el miedo que se siente hacia el Estado en los regímenes liberales con el que se siente en los que no lo son. La principal virtud del liberalismo es reducir el miedo, mientras que la gran vergüenza del ‘iliberalismo’ es sembrar el temor entre todos aquellos que no se adhieren ciegamente a la ideología impuesta desde arriba. Este temor a los regímenes ‘iliberales’ está bien fundado, ya que los rivales, las minorías y los escépticos se encuentran en la cárcel, en campamentos o paralizados por el terror policial. Solo les queda huir, cosa que muchos dictadores ‘iliberales’ fomentan.
De este criterio subjetivo, pasemos a otras medidas cuantificables como la salud, la educación, la libertad religiosa, la libre elección de pareja, el derecho a ser diferente y, por supuesto, la prosperidad económica. También en este caso, hagamos un balance de los últimos 40 años, tomando como punto de referencia la década de 1980. Fue entonces cuando las instituciones liberales nacionales e internacionales acabaron con el mundo soviético y con los vasallos que se asemejaban a él. Durante este periodo, la población mundial casi se duplicó, mientras que los alimentos disponibles, sobre todo en los países más pobres, se cuadruplicaron. Detengámonos en esta revolución agrícola, que ha erradicado el hambre en nuestro planeta, con excepción de los países en guerra. Es la consecuencia del liberalismo, la suma entre la innovación científica y la iniciativa empresarial. Liberalismo significa tener el derecho a emprender y la posibilidad de poner la ciencia al servicio de las personas mediante el mecanismo de la economía de mercado.
Lo que tienen en común los dirigentes de estas naciones es que aplastan a su propio pueblo y erradican a las minorías críticas
El liberalismo también ha ampliado las zonas de paz, al extender la tolerancia entre las distintas civilizaciones y sustituir las guerras del pasado por los tratados de hoy. La UE, que es el mejor logro diplomático de la democracia liberal, se basa en el respeto entre las naciones, en la libertad política, en el derecho a la crítica y en el espíritu de tolerancia. Una vez más, el liberalismo demuestra su superioridad. Porque todo lo que debemos al ‘iliberalismo’ es la guerra o la amenaza de guerra, como demuestran la invasión de Ucrania, la destrucción de Yemen, la militarización del Pacífico o el desorden en Oriente Próximo, cuyo actor principal es Irán, arquetipo de régimen ‘iliberal’, autocrático y monomaníaco. Ningún gobierno liberal constituye hoy una amenaza para la paz; solo tenemos miedo a los regímenes ‘iliberales’ de Irán, China y Rusia. Y con razón.
Dado que el historial del liberalismo es indiscutible y positivo, seguimos perplejos ante la actual propagación del iliberalismo y sus tentaciones, incluso en las sociedades liberales. Veo dos explicaciones. La primera atañe a la propia naturaleza del pensamiento liberal, que incluye la autocrítica, la propugna y sólo progresa a través de ella. Las democracias liberales van de crisis en crisis, pero son capaces de superarlas porque son capaces de analizarlas. Esta autocrítica, mal gestionada, puede conducir al nihilismo. Un nihilismo alimentado por la ignorancia, una ignorancia de los hechos que crece a medida que nuestras instituciones educativas se ven gangrenadas por ideologías izquierdistas y a medida que las fuentes fiables de información como los verdaderos medios de comunicación son sustituidas por la teatralidad narcisista de las redes sociales. Este aumento de la ignorancia es aún más formidable porque la introducción de la inteligencia artificial en las redes hace que los internautas ya no puedan distinguir lo verdadero de lo falso. Para detener, si es que se puede, esta propagación viral del ‘iliberalismo’, depende de los liberales no actuar como doctrinarios de manos blancas, sino restablecer el principio de realidad. El liberalismo es el respeto a la realidad, mientras que el ‘iliberalismo’ es esencialmente una ideología de muerte.