Sorolla en París, la consagración internacional de un genio
«Cosiendo la vela» (1896), de Sorolla – CA’PESARO, VENECIA
Estando becado en Roma en 1885, un joven Joaquín Sorolla, de 22 años, conoce al empresario español Pedro Gil Moreno de Mora, gran aficionado al arte. Se hicieron amigos y éste invitó al pintor a viajar a París y alojarse en su casa ese año. Fue la primera de las muchas veces que Sorolla viajó a París –siempre viajes intermitentes–, una ciudad que le permitió medirse con los artistas que triunfaban y que su carrera despegara internacionalmente. Desde entonces era raro el año que no pasaba por la capital francesa (a partir de 1889, acompañado ya por su mujer, Clotilde), visitando talleres de artistas, museos y exposiciones, y presentando obras en el Salón de la Sociedad de Artistas Franceses. En el de 1895, «Trata de blancas» y «La vuelta de la pesca», que el Estado francés adquirió por 6.000 francos para el Museo de Luxemburgo, hoy en las colecciones del Museo d’Orsay.
«¡Triste herencia!» (1899), de Sorolla– COLECCIÓN FUNDACIÓN BANCAJA
En los últimos años ha habido importantes exposiciones que han situado a Sorolla en el lugar que merece. En 2009 la gran retrospectiva del Prado le consagró como un artista excepcional, alejado del manido tópico de pintor de playas. Entre 2013 y 2015, se analizó su etapa americana en otra gran muestra que pasó por Dallas, San Diego y Madrid. Pero faltaba aún por contar cómo se gestó su triunfo internacional. Y ése es el tema central de «Sorolla en París». La muestra llega a Madrid tras haber pasado, con gran éxito de público, por la Kunsthalle de Múnich y el Museo de los Impresionismos de Giverny.
Es la exposición más ambiciosa que recala en su casa-museo, cuyas salas ha habido que redistribuir (el problema de espacio se solucionará con la ampliación del museo, ya en marcha) para acoger las 66 obras (30 del museo y 36 cedidas por museos y colecciones privadas) que cuelgan en ellas, algunas de grandísimo formato, escogidas por las comisarias, Blanca Pons-Sorolla (bisnieta del pintor) y María López. Son las obras seleccionadas por el propio artista como su tarjeta de presentación en Europa. Entre ellas, «¡Triste herencia!», con la que Sorolla obtuvo en 1900 el Grand Prix en la Exposición Universal de París, junto a pintores de la talla de Sargent, Whistler y Klimt. Un año después el Estado francés le concedía la Gran Cruz de Caballero de la Legión de Honor y era nombrado académico de Bellas Artes de París.
«El bote blanco, Jávea» (1905), de Sorolla– COLECCIÓN PARTICULAR
1906, un año crucial
De los cuadros que presentó al Salón de 1895, cuelga en la muestra «Trata de blancas», de temática costumbrista social, pero no «La vuelta de la pesca», del Museo d’Orsay. Estuvo expuesto en Múnich y Giverny, pero no en Madrid por falta de espacio. Sí está, en cambio, su espectacular «Cosiendo la vela», de 1896. En la Bienal de Venecia de 1905 fue adquirido por el Ayuntamiento de la ciudad para la galería internacional de arte moderno Ca’Pesaro. Sorolla reconocía que era una obra de mucho riesgo. Es la vela la protagonista del cuadro y éste, una de las estrellas de la muestra. Del Salón de ese mismo año, donde obtuvo un gran éxito con sus obras «Sol de la tarde» y «Verano», se exhibe esta última, préstamo del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana.
Pero fue 1906 el año crucial para la consagración internacional de Sorolla con su primera exposición monográfica en París. Tuvo lugar en la galería Georges Petit. Este era el marchante de Monet y Rodin. Sorolla presentó 497 obras, de las que se vendieron 75 por 230.650 francos. En agradecimiento, el pintor regaló al Estado francés «La preparación de la pasa en Jávea», que se muestra por vez primera en España. El Museo d’Orsay la tiene depositada en el Museo de Bellas Artes de Pau. Las críticas fueron de lo más entusiastas. «Ha nacido un magnífico pintor. Desafortunadamente no ha sido en Francia. Nunca un pincel contuvo tanto sol. No se trata de impresionismo, pero resulta increíblemente impresionante», escribió Henri Rochefort.
«Verano» (1904), de Sorolla – MUSEO NACIONAL DE BELLAS ARTES DE LA HABANA
Ninguneo francés
Desde 1906 no volvió a exponer en París hasta 1919, donde presentó 6 obras en una exposición colectiva de pintura española moderna. Incomprensiblemente, no hubo otra exposición de Sorolla en París hasta un siglo después, en 2006, y tampoco fue en solitario. El Petit Palais inauguró un cara a cara entre Sorolla y Sargent, dos grandes amigos. No se entiende este ninguneo francés al pintor que triunfó en París y hoy es silenciado en sus museos. Tras el éxito de la muestra de 1906, Sorolla es ya una estrella internacional: en 1907 expone en Alemania (Berlín, Düsseldorf y Colonia), en 1908 en Londres, y en 1909 comienza su triunfal gira americana (Nueva York, Chicago, Búfalo, Boston y San Luis).
A Sorolla nunca le interesó pintar París, ni siquiera pintar en París: apenas hizo una vista de un bulevar de la ciudad y algunos retratos por encargo, sobre todo para clientes americanos. Fue a París, advierten las comisarias, a mirar y a aprender. Y fue allí donde encontró el camino de la modernidad. Para Blanca Pons-Sorolla, «París contribuyó enormemente a su evolución como pintor. Allí consolidó su estilo, combinando la brillantez y luminosidad del impresionismo; el naturalismo, del que fue uno de los grandes representantes, a la altura de Sargent y Whistler; y la solidez compositiva de los viejos maestros, especialmente de Velázquez». María López añade que «su personal estilo se forjó y modeló en el París de fin de siglo, con formatos más arriesgados, una nueva forma de pintar, instantánea y fotográfica –su suegro, Antonio García, era fotógrafo–, y gracias a la influencia de las estampas japonesas, las perspectivas de Degas...»
«Elena entre rosas» (1907), de Sorolla – MUSEO NACIONAL DE BELLAS ARTES DE LA HABANA
Heredero de Velázquez
En París le reconocen como heredero de Velázquez. Lo adoró desde el instante en que vio su obra colgada en el Prado. Fue una revelación para él. «Somos hijos de Velázquez», decía Sorolla. Su paisano Blasco Ibáñez le corregiría:«Nieto de Velázquez e hijo de Goya». La huella de Velázquez es muy evidente en obras presentes en la exposición, como «Mis hijos» (su estructura compositiva recuerda a la de «Las Meninas») y «Desnudo de mujer», una de sus obras más bellas, que evoca a «La Venus del espejo». Junto a retratos íntimos y familiares, otros más velazqueños; sus célebres escenas de playa, marinas pintadas en Jávea, escenas elegantes en Biarritz, La Granja o El Pardo…
Aunque se codeó con algunos impresionistas (admiraba el tratamiento de la luz de Monet), Sorolla nunca se sintió parte de este movimiento. De hecho, despreciaba a sus miembros: «Son una plaga de holgazanes». Curiosamente, no hay constancia de ningún encuentro entre Picasso y Sorolla, dos artistas bien distintos, que se movían en ambientes muy diferentes, pero que conocieron el éxito en ese París bohemio de comienzos de siglo.